París—. Cuando se anunció que Mons. Michel Aupetit sería el nuevo arzobispo de París en diciembre pasado, la reacción generalizada de muchos comentaristas católicos fue: “¿Quién?”
A pesar de servir previamente como obispo auxiliar de París y luego haber sido nombrado en 2014, por el papa Francisco, obispo de Nanterre, una diócesis de los Altos del Sena, en los suburbios de París, su nombre rara vez entró en las quinielas como posible sucesor del cardenal André Vingt-Trois, quien administró la ciudad durante más de una década.
Pero si su nombramiento tomó por sorpresa a la elite católica parisina también fue una noticia inesperada para el mismo Mons. Aupetit.
En una entrevista en mayo para el sitio de noticias católico Crux —la primera para un medio noticioso en lengua inglesa desde su instalación en enero de este año—, recordaba como después de colgar la llamada —por la cara que tenía—, le habían preguntado si alguien de su familia había muerto.
En 2015 Mons. Aupetit expresó su satisfacción con su diócesis de Nanterre cuando le dijo a un semanario parisino que estaba contento de ser un simple “cura pueblerino”.
Sin embargo, menos de seis meses después de haber asumido su nuevo rol, en el que tiene bajo su responsabilidad más de 100 parroquias en el centro de un país que es conocido como “la hija mayor de la Iglesia”, está consciente de las responsabilidades y desafíos que ahora carga sobre sus hombros.
Al reflexionar sobre su promoción usa una metáfora militar, comparándola con las tropas que se alistan para la batalla. “En Nanterre estaba en la retaguardia”, dice Mons. Aupetit. “Ahora he sido llamado al frente de combate”.
En el frente de batalla
A la sombra del Palacio Nacional de Los Inválidos —el complejo militar del siglo XVII construido como hospital y casa de retiro para los veteranos, y ahora convertido en museo militar y mausoleo de Napoleón Bonaparte— está la residencia del arzobispo de París.
Aunque históricamente el arzobispo residía en la gran Catedral de Nuestra Señora de París (Notre Dame), hace poco más de un siglo una acaudalada viuda dejó en herencia su residencia —hôtel particulier— a la arquidiócesis, con dos cláusulas de condición.
La primera pedía que a cambio de su propiedad la Iglesia rezaría por el alma de su difundo esposo, al que ella no consideraba tan devoto. En segundo lugar, quería que la casa sirviera como residencia permanente para el arzobispo de la ciudad.
Aquí vive Mons. Aupetit, y aquí concede audiencias, aunque un poco a regañadientes.
“No será Central Park” —dice mostrándole a este periodista neoyorquino su jardín—, “pero es mi Central Park”.
Aunque algunos arzobispos a lo largo de un siglo han considerado cambiar de residencia, como el difunto cardenal Jean-Marie Lustiger, quien presidió sobre la Ciudad de las Luces cerca de un cuarto de siglo, que en algún momento de su episcopado pensó regresar a la residencia histórica en Notre Dame, donde hay mayor actividad pastoral, pero decidió permanecer luego de que le recordaran que si lo hacía la arquidiócesis podría perder la propiedad.
Al igual que Mons. Lustiger, quien es recordado con cariño por su carisma y magnetismo, Mons. Aupetit está ansioso por estar de lleno en la acción.
“Estoy pensando cómo reduzco el tiempo de las reuniones para poder trabajar más tiempo afuera”, me confiesa —bromeando que incluso esta entrevista le está quitando tiempo de hacer aquello que quiere priorizar, que es estar con la gente.
“No estoy aquí para imponer ninguna idea, sino para recibir ideas de la gente y trabajar con ellos”, añade.
Ese don de gente es, de hecho, central en la carrera de Aupetit, que comenzó no con el sacerdocio, sino con un doctorado en medicina en 1978. Desempeñándose como médico por casi dos décadas, y luego especializándose en bioética, antes de ser finalmente ordenado sacerdote católico en 1995.
Veinte años después, la ciudad donde fue ordenado como sacerdote es radicalmente diferente a aquella en la que comenzó por primera vez su ministerio.
En los últimos años, París —una ciudad no solo famosa por su belleza, sino también por su vigor— ha sido sacudida, y según algunos debilitada, por una serie de ataques terroristas de gran magnitud. Han crecido las tensiones entre los ciudadanos franceses y los inmigrantes, en su mayoría musulmanes, lo cual junto a los problemas económicos ha alimentado las oleadas nacionalistas que se han extendido por toda Europa.
La iglesia, por su parte, a pesar de las prometedoras señales de renovación, como el sostenido crecimiento de asistencia a las misas después de los ataques terroristas, ha tenido dificultades para responder a estos conflictos.
También, en un evento reciente y casi sin precedentes, el presidente francés Emmanuel Macron aceptó una invitación de los obispos católicos franceses para participar en una de sus conferencias en abril, y así les extendió a su vez una invitación a la Iglesia para canalizar sus preocupaciones, aún cuando eso no signifique si siempre obtendrá el resultado que desea.
Por su parte, Mons. Aupetit está pensando aceptar esa invitación de diálogo.
Prions pour nous tous pécheurs, pour tous ceux qui n’osent pas croire en la miséricorde de dieu. Que l’esprit saint ouvre leur coeur à l’amour du Père. #CheminDeCroix #SemaineSainte @SCdeMontmartre pic.twitter.com/c9bKUZXDzr
— Mgr Michel Aupetit (@MichelAupetit) March 30, 2018
Viejas preguntas, discusiones modernas
Aunque solo se ha encontrado con Macron en dos ocasiones, las recuerda como cordiales, y cree que el presidente francés tiene la “visión correcta” de laïcité, un término francés que describe la separación entre la religión y los asuntos del estado.
Mientras algunos han usado el término con connotaciones negativas, otros como Mons. Aupetit creen que, si se entiende bien, la laïcité admite el valor que el magisterio de la Iglesia puede aportar a la vida pública, al tiempo que reconoce la necesidad de que sean dos esferas separadas.
Por ejemplo: una de las ocasiones en las que Mons. Aupetit se reunió con el presidente Macron fue durante una cena en el Palacio del Elíseo, la residencia oficial del Presidente de Francia, para debatir el tema del fin de la vida, especialmente a través de la eutanasia o muerte asistida.
Uno de las tormentas primordiales que se les avecinan a la Conferencia de Obispos Católicos del país y a los legisladores franceses en estos momentos es una ley de bioética que considera este tema, así como el derecho de permitir la fertilización in vitro a las mujeres solteras y las parejas de lesbianas —algo que fue parte de los temas de campaña de Macron durante su candidatura de 2017—, así como el asunto de la paternidad surrogada.
Por su parte, Mons. Aupetit cree que va a ser difícil detener los esfuerzos por permitir la fertilización in vitro, pero piensa que el gobierno “no avanzará” con los esfuerzos para legalizar la eutanasia o la subrogación —un asunto sobre el que Macron ha expresado su oposición—, aunque teme que este nuevo proyecto de ley será un “primer paso” para su eventual legalización.
En este punto el cree prudente sentarse a responder algunas preguntas fundamentales antes de discutir los detalles legales.
“Es verdaderamente esencial responderse: ¿qué tipo de estatus le damos al niño? ¿Cómo lo miramos? ¿Es un regalo o un derecho? ¿Es un objeto o un sujeto?”, pregunta Mons. Aupetit.
Mientras que algunos pueden considerar a Mons. Aupetit como un tradicionalistas en cuestiones de bioética —entre sus libros previos uno es sobre el embrión y el otro sobre la anticoncepción—, él está ansioso por tener una discusión moderna sobre la relevancia de estos asuntos.
Canalizando el mensaje del papa Francisco en Laudato Si , continúa: “Los deseos sin límite de la humanidad ya se han hecho patentes en cómo hemos destruido el planeta, es el mismo problema fundamental”.
Cambiar el sistema
A lo largo de nuestra entrevista, Mons. Aupetit mantiene un tono similar al del hombre que lo nombró para esta posición —a quien él admite no conocer bien, pero con el que comparte el “buen sentido del humor”.
Al evaluar al papa Francisco, Mons. Aupetit recuerda la historia de su propio abuelo, quien no era católico practicante “y se encontraba bastante alejado de la Iglesia”, casi pudiera decirse que “contra todo el sistema”, añade, pero que cuando Juan XXIII llegó al papado fue completamente conquistado por él, llegando a decir que “era un Papa maravilloso”.
“Con Francisco sucede igual. Tiene la simpatía de personas que están bastante alejadas de la Iglesia”.
“Es un verdadero pastor, una persona con don de gente”, agrega.
Cuando nos reunimos, Mons. Aupetit había acabado de regresar de una reunión con el papa dos semanas antes, y dice que estaba sorprendido de lo mucho que el Papa sabía de la iglesia francesa. Añadiendo que incluso conversaron largo y tendido sobre la tendencia de los sacerdotes jóvenes de ser demasiado rígidos en su práctica pastoral.
Cuando le pregunto sobre las controversias doctrinales en torno a Amoris Laetitia, la exhortación apostólica del papa Francisco sobre la vida familiar que ofrece una cautelosa apertura a la comunión para católicos divorciados y vueltos a casar, permanece inmutable.
“La gente piensa en términos de ideología y conceptos”, dice Mons. Aupetit. “El Papa, en cambio, está en un nivel diferente. A él le interesa más cómo la iglesia puede está presente cuando los católicos están divorciadas y cómo acompañarlos”.
Hace referencia a una conferencia reciente que tuvo lugar en París, en la que se debatió sobre los Papas más recientes, diciendo que Juan Pablo II se enfocaba más a menudo en la teología moral, mientras Benedicto XVI lo hacía en las virtudes teologales, y ahora con Francisco, lo principal es la labor pastoral.
“Si lo miramos como un todo, es completamente coherente”, insiste.
Pasando revista al lustro del papado de Francisco, admite que algunas de las anticipadas y esperadas reformas internas dentro de la Iglesia aún no se han logrado. Pero cree que eso no significa que el cambio no esté ya en marcha.
“El Papa quiere que la Iglesia se mueva rápidamente”, dice. “No estoy seguro de que pueda cambiar la forma en que funciona el sistema, pero sí puede cambiar las mentalidades”.
“Primero, cambiemos la mentalidad, la forma en que pensamos”, resume Mons. Aupetit, “y luego, el sistema evolucionará”.
“Esperanza en la humanidad”
A los 67 años, Aupetit posee la misma energía y el mismo dinamismo que podría encontrarse más comúnmente entre los sacerdotes más jóvenes. Tal vez es su vocación tardía lo que le da la sensación de que su trabajo pastoral acaba de comenzar.
Si bien su agenda de trabajo está abarrotado de reuniones públicas y apariciones públicas necesarias, dice que su prioridad es pasar tiempo conociendo a los sacerdotes de su diócesis.
La mayoría de los prelados parecen ocupar la mayor parte de su tiempo en eventos importantes de la Iglesia o su diócesis, pero eso no es así con Mons. Aupetit, o al menos no todavía.
“¿El Papa Francisco visitará Francia?”, le pregunto. “Probablemente no”, responde sin mostrar ninguna contrariedad, no porque no lo desee, sino porque no lo ve como una prioridad.
¿Participará en el próximo Sínodo de Obispos sobre la juventud en octubre? Todavía estar por verse, dice, pero no le gusta la idea de estar lejos de su diócesis por tanto tiempo.
En otras palabras, aunque reconoce la importancia de tales acontecimientos, tampoco pasa mucho tiempo husmeando en las cosas que suceden fuera de su propio traspatio.
“Creo más en las personas que en los sistemas”, dice.
Mirando hacia el futuro, él sabe que se avecinan las elecciones europeas al final del año y que el país sigue paralizado por el temor al terrorismo —solo unos días antes de nuestro encuentro París ha vivido otro atentado terrorista mortal, esta vez con un cuchillo— y se espera que él sea el pastor de un rebaño diezmado y herido que está tratando de encontrarle sentido a su tragedia.
A pesar de eso, “tengo esperanza en la humanidad”, dice reflexionando sobre el estado actual de las cosas. “En el corazón de la humanidad, la maldad es siempre una opción posible, pero las personas son mucho más generosas de lo que podemos imaginar”.
Cuando pregunto qué es lo que le da esperanzas en el hombre, hace una pausa, y en una entrevista que ha transcurrido principalmente en francés, dice en inglés, como para acentuar más su argumento: “Creo en Dios”, dice con confianza. “Y Dios es quien tiene la última palabra”.
—————
Esta entrevista fue publicada originalmente en inglés en Crux. Traducida y editada con permiso de su autor. Puede seguir a nuestro Corresponsal Nacional a través de sus redes sociales en @cwwhite212