Entrevista

Monseñor Salvador Piñeiro: Muchas cosas nos separan, pero la fe nos une

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Monseñor Salvador Piñeiro, arzobispo de Ayacucho y presidente de la Conferencia Episcopal Peruana, leyendo Nuestra Voz durante su visita a la Diócesis de Brooklyn. Foto: Jorge I. Domínguez-López

MONSEÑOR SALVADOR PIÑEIRO es arzobispo de Ayacucho y presidente de la Conferencia Episcopal Peruana. Hombre cálido y afable, de sonrisa franca y palabra sabia, monseñor Piñeiro vino a celebrar la esta del Señor de los Milagros con los emigrantes peruanos que viven en nuestra área metropolitana.

También vino a nuestra diócesis de Brooklyn para reunirse con monseñor Nicholas DiMarzio, obispo de la llamada “Diócesis de los Inmigrantes”. Durante su visita, monseñor Piñeiro conversó con Nuestra Voz y grabó una entrevista para NET TV.

Sabemos del prestigio de que goza monseñor Piñeiro entre sus hermanos obispos del Perú y en todo el país. En nuestra conversación mostró su desvelo por los más necesitados de su arquidiócesis y por los emigrantes peruanos. Y un sentido del humor que nunca le falla.

Éste es el resumen de nuestra plática.

JID: Monseñor, ¿qué lo trajo a Nueva York?

Monseñor Piñeiro: Vine a celebrar la misa del Señor de los Milagros con los peruanos en San Patricio, con el cardenal Dolan. Es una devoción muy nuestra, que nació de la piedad del pueblo peruano, cuatricentenaria,.

Y quería agradecer también a losa padres palotinos lo que hacen en una parroquia de mi diócesis, en los Andes peruanos. Y tenía que venir a Brooklyn a agradecerle a mi hermano, monseñor Nicholas DiMarzio, porque ésta es la diócesis de los emigrantes.

JID: ¿Y cómo es su diócesis?

Monseñor Piñeiro: Estoy a 2.700 metros de altura, entre la capital, Lima, y Cuzco, a mitad del camino está Ayacucho, enclavada en los Andes. Es un pueblo que ha sufrido mucho porque allí nació en 1980 este movimiento demencial, el Sendero Luminoso, que ha diezmado las comunidades. Es una comunidad donde hay gente con muchas heridas: 16.000 desaparecidos y 60.000 muertos. Hay mucho dolor, mucha tristeza, pero es un pueblo que sufre, pero que cree.

JID: Desde la experiencia de Perú, ¿qué se puede decir a los países como Colombia que están iniciando un proceso de paz?

Monseñor Piñeiro: Hemos tenido una comisión de la reconciliación y la verdad para saber bien los datos, encontrar pistas de solución. Tengo equipos de reflexión: por ejemplo, los padres jesuitas me acompañan en unos programas para sanar esas heridas, para acompañar a esas comunidades donde ha habido conflictos.

Y ahora, felizmente, ya está diezmado el grupo de terroristas, que se han convertido algunos en mercenarios del narcotrá co. Porque en mi zona la coca es la planta más fácil de sembrar: tres cosechas al año, sin ningún esfuerzo, y muy bien remuneradas.

Y el problema también —vayamos por partes— es quién lo consume. Un kilo de coca trabajado en mi tierra cuesta 6.000 dólares. Y aquí y en Europa valer 25.000, 30.000. Allá se produce y aquí se consume.

JID: Además de ser arzobispo de Ayacucho, usted es el presidente de la CEP. ¿Es un premio o un castigo?

Monseñor Piñeiro: Cuando me reeligieron mis hermanos obispos, les dije: «Gracias por el honor, pero ayúdenme a llevar al carga». Es la teología de San Agustín, honor y fatiga. Somos 48 obispos, de 45 diócesis. Creo que es una experiencia interesante, de comunión, de fraternidad.

JID: ¿Cómo ven los obispos de Perú el fenómeno de la emigración de sus compatriotas.

Monseñor Piñeiro: Una preocupación muy grande, sobre la que hemos reflexionado los obispos del Perú, son los que vienen a buscar trabajo indocumentados. Pasan años… y a veces forman otras familias aquí. Entonces se complica, es un drama. Tenemos que cuidar mucho al migrante para que no pierda esa relación con su familia. Ojalá pudiesen venir también los hijos, la esposa. Pero hay que cuidar mucho el hogar que han dejado en la patria.

JID: Una regularización de la situación migratoria ayudaría a la estabilidad de los hogares también. ¿verdad?

Monseñor Piñeiro: Por supuesto. Y yo agradezco el trabajo que hace la Iglesia para darles reconocimiento, facilidades a los migrantes. Y eso lo agradecemos muchísimo… Yo pienso mucho en la familia de Jesús, lo que signi có ir a Egipto. [Fueron] ocho años con un idioma distinto, sin un familiar que los apoyara. La Familia de Nazaret conoció el destierro, la emigración, el exilio. Este mismo proceso migratorio lo tengo yo en mi diócesis. Cuántos vienen de las zonas altas, de las zonas más pobres, a la ciudad. Y entonces hay que acompañarlos. Y no hay trabajo, y a veces están solos…

JID: Todos somos migrantes, de un modo u otro.

Monseñor Piñeiro: Dice San Pablo: “Somos ciudadanos del cielo”. Caminamos a la casa del Padre y lo hacemos de la mano con Jesús. Dando esos signos de amor, viviendo el mandamiento que él nos dio.

JID: ¿Tiene un mensaje para los peruanos de nuestra diócesis?

Monseñor Piñeiro: Ya he agradecido a monseñor DiMarzio el cariño, la acogida a mis compatriotas. Con inmensa satisfacción me dirijo a mis hermanos que han venido del Perú. No es fácil ser migrante. Pero sé cómo los acogen aquí en esta Iglesia de Brooklyn, cómo los recibe mi querido hermano monseñor DiMarzio.

En el Perú muchas cosas nos dividen: las economías, las ideologías, la geografía, ¡pero cómo nos une ese amor al Señor de los Milagros! A ese Cristo que desde la cruz nos abre el cielo porque somos hijos de Dios. Las imágenes… ¡cuánto nos enseñan! Y hay que grabar esa imagen en nuestro corazón, como está grabada en el barro de la pared de Nazarenas en Lima. Pero también hay que llevar a ese Jesús como lo hacemos en sus andas, para que en nuestras familias reine la unión, para que en nuestros barrios se viva en espíritu de comunidad, para que en el mundo del trabajo, del estudio, las relaciones sean fraternas, de amistad. Para todos mis hermanos del Perú, especialmente quienes están en Brooklyn, mi cariño, mi bendición en nombre de los obispos de mi patria.

Agradezco a los pastores que los guían aquí; que sepan que los queremos mucho y que les deseamos éxitos en su vida personal, en el amor de la familia, en el apostolado de la Iglesia. Que los acompañe siempre la bendición del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, amén.

JID: Monseñor, muchísimas gracias.