“Yo leo la Biblia, pero no la entiendo”. Esta es una conclusión muy generalizada de muchos cristianos. Tienen la buena voluntad de leer la Palabra de Dios, pero se encuentran perdidos entre tantas páginas. Leen nombres geográficos que no existen hoy día. Chocan con personajes que pertenecieron a otras épocas. Se enfrentan a palabras que no son parte de su vocabulario. En definitiva, desalentados, abandonan la lectura del libro más precioso. ¿Qué hacer? Primero, existen distintas maneras de aproximarse a las páginas santas. Hay que reconocer que la lectura total y comprensiva de todos sus libros es una empresa con dificultades. Sin duda alguna, se necesita ayuda. Pero merece la pena intentarlo, pues se trata de conocer la Palabra de Dios. Una persona sin mucha preparación puede encontrar consuelo leyendo un salmo o siguiendo la vida de Jesús en los evangelios. También podría seguir la historia de la primitiva iglesia en las páginas de los Hechos de los Apóstoles. Querer empezar con el Génesis y seguir capítulo por capítulo es como intentar subir al Everest descalzo. Creo que será conveniente considerar tres aspectos importantes para entrar en la Biblia: su contenido, sus géneros literarios y su sentido religioso.
Hoy día se conoce mucho mejor su contenido que hace cien años. Lo que antes se sabía de la Biblia era únicamente por la información de sus páginas. Con el paso del tiempo, se han ido descifrando las literaturas de los pueblos del Medio Oriente: sus historias, sus mitos, sus leyendas, sus narraciones… Estos conocimientos han ido iluminando los relatos bíblicos. Se había pensado que eran originales de Israel muchos elementos de su culto como sus cantos sagrados, salmos de lamentación, sacrificio de animales, etc. Se ha descubierto que existían fuentes anteriores.
Géneros literarios. Su conocimiento es clave para entender lo que los autores humanos, iluminados por el Santo Espíritu, trataron de decir. El análisis literario ha ayudado a descubrir las diferentes formas de escribir en la Biblia. Por ejemplo, el poema bélico de la jueza Débora tiene un lenguaje distinto de una curación evangélica. El estilo piadoso de un salmo difiere de la narración de la conquista de Jerusalén. Las hazañas de los apóstoles tienen mayor veracidad que las aventuras de los patriarcas.
Los libros hay que entenderlos según la mentalidad de su época y la intención del autor. Por ejemplo, los autores bíblicos no estaban preocupados por poner en orden cronológico los eventos de la vida pública del Señor. Los sucesos de su vida se escriben con cierta libertad, determinados por las circunstancias de su predicación.
La Biblia es la historia del amor de Dios con la humanidad. Si en su lectura no se descubre esta verdad, uno puede malinterpretar su contenido.
El Antiguo Testamento no sólo es la historia de Israel, sino sobre todo es la acción de Dios descrita en todas sus páginas. Lo que se llama “historia de la salvación”. No se puede leer la Biblia sólo para sacar unas lecciones moralistas o unos vicios que hay que desechar. Ni hay que elegir o picotear unas citas aisladas para fundar una ideología. Ni pensar que todo el Antiguo Testamento se resume en varias historietas. Cristo es el centro del Antiguo y Nuevo Testamento.
¿Cómo entiende usted la lectura de la Biblia?