[Nota de la redacción: El posible cambio a la traducción de una frase del Padrenuestro a los que se refirió el Santo Padre, y a los que se refiere nuestro Obispo en esta columna, atañe a la versión en inglés, no en español, del Padrenuestro. La versión en español no se presta al malentendido que sí podría darse con la versión en inglés].
Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
Hace unas semanas, nuestro Santo Padre, el papa Francisco, sugirió una nueva redacción de la traducción al inglés del Padrenuestro, que no reproduce correctamente el significado de la oración que en inglés dice: “No nos induzcas a la tentación”.
Entendemos el Padrenuestro como un resumen de todo el Evangelio. Es la oración que Jesús mismo nos enseñó. Sin embargo, probablemente esas palabras fueron dichas originalmente en el arameo antiguo popular que hablaba Jesús. Pero al traducir el Nuevo Testamento al griego y luego al latín, quizás el significado real de esta frase se perdió. Pienso que la mayoría de las personas no cree que Dios pueda “inducirnos a la tentación”.
Esta petición del Padrenuestro realmente necesita alguna explicación. No le pedimos al Señor que no nos someta a prueba o que no nos induzca a la tentación. En la Primera Carta de Santiago, escuchamos que no somos tentados por las acciones de Dios. Más bien, somos tentados por obra del malvado, el Diablo.
Hay una oración tradicional judía del Antiguo Testamento que dice: “No me pongas bajo el poder del pecado, de la culpa, la tentación o bajo el dominio de nada vergonzoso”. Esta oración del Antiguo Testamento nos recuerda que podemos ser llevados a la tentación. El hecho es que a menudo nos dejamos empujar a la tentación y no es Dios quien nos lleva a ella. Reconocemos que la responsabilidad de huir de la tentación es nuestra. Verdaderamente, buscamos la ayuda de Dios para no caer en la tentación.
Existe una diferencia entre una prueba y la tentación. Una prueba debe ser una experiencia positiva, aunque nos cueste creerlo. A veces, cuando nuestros profesores nos ponen a prueba, intentan sorprendernos para descubrir lo que no sabemos. Las mejores pruebas, sin embargo, son aquellas que nos dicen lo que sabemos. San Agustín tiene algo que opinar al respecto cuando dice que alguien que no es tentado no es examinado y, por lo tanto, alguien que no está probado no progresa. Todas las pruebas que tenemos en la vida tienen la intención de mostrarnos cuánto progreso hemos logrado. Sin embargo, la tentación es algo diferente. La tentación es una instigación al mal, es negativa, es una seducción al pecado; es el resultado del mal personificado.
Podemos recordar las tentaciones de Jesús al comienzo de su vida pública. Él sufrió tres tentaciones: ser llevado al desierto por el diablo, no para mostrarnos que era fuerte, sino para enseñarnos que también nosotros podemos ser tentados. Pero con la gracia de Dios, nosotros también podemos escapar de la tentación.
En el Antiguo Testamento, recordamos el ejemplo de Job que fue tentado por Satanás, pero Dios permitió que Satanás pusiera a prueba a Job, pues estaba seguro de la integridad y lealtad de su siervo, digno de ser reintegrado a lo que era en el pasado. Aunque sufrió mucho, la tentación vino como una prueba que pasó. Job no luchó contra Dios, sino que buscó continuamente su misericordia y su perdón.
Cuán importante es que al inicio del Padrenuestro reconozcamos que hacemos la voluntad de Dios, lo cual también nos ayuda a entender esta petición. Tertuliano nos dice: “Reza para no caer en tentación, reza para ser liberado, liberado de la tentación que parece vencernos y que no podemos vencer por nuestra cuenta”. Cuán importante es que cuando rezamos el Padrenuestro lo hagamos con la confianza de los hijos de Dios. Reconocemos que Dios es nuestro Padre y le pedimos por las cosas más importantes de la vida: nuestro pan diario, librarnos del mal y la disposición de perdonar.
Hace varios años leí esta explicación del Padrenuestro, que es muy útil en todo tiempo litúrgico pero, en especial, durante la Navidad, cuando el Niño Jesús nace en nuestras vidas y en nuestro mundo. Si un bebé pudiera orar y si tuviera la capacidad de interceder ante su madre, ¿qué pediría? El bebé pediría tres cosas, las mismas tres cosas que pedimos en el Padrenuestro. Primero, el bebé diría “aliméntame”. ¿No pedimos nuestro pan de cada día? Entonces el bebé diría cámbiame, mantenme limpio. En otras palabras, perdóname. Y luego, más que nada, el bebé le pediría a su madre que no lo lleve al peligro.
Esto es por lo que pedimos cuando rezamos el Padrenuestro. Debemos aprender a rezar como niños ante Dios nuestro Padre, suplicando las cosas más importantes que nos mantendrán libres del pecado y lejos de la tentación, mientras el mal aparece en nuestra vida cotidiana.
Cada vez que repetimos el Padrenuestro, a veces con prisa y a veces de manera casi automática, estamos repitiendo las palabras que Jesús mismo nos enseñó. Nos adentramos en el profundo misterio de nuestra relación con Dios, quien es Padre para todos nosotros. Debemos orar como si fuéramos bebés indefensos que dependen de su madre y su padre para conseguir todo lo que necesita, para estar protegidos, para poder llegar a la madurez. Ahora que la Navidad está llegando a su fin, pidámosle al Señor que nos dé esa madurez espiritual, y que con el nacimiento del Niño Jesús podamos entender mejor nuestra dependencia de Dios, que es nuestro Padre.