Internacionales

‘No teníamos alimento’, dicen familias venezolanas en albergue colombiano

BOGOTÁ, Colombia (Por Barbara J. Fraser/CNS)—. Asiangelis Guevara estaba sentada en la mesa del comedor en un albergue para migrantes tomando chocolate, con su hijo de un año en los brazos y animándole a comer un pedazo de pan.

Él agarraba el alimento pero solamente la miraba fijamente mientras sus hijas, de 3 y 5 años de edad, estaban sentadas en una cercana mesa pequeña para niños devorando sus meriendas y sonriéndole a un visitante.

El niño de pelo rizo Rubén Darío es la razón por la cual Guevara, de 21 años, y su esposo, Rubén Darío Cazar, de 28 años, se fueron de su casa en Venezuela con tres niños y solamente lo que podían cargar, con la esperanza de comenzar de nuevo en Colombia.

“La situación era terrible”, dijo Cazar. “Los niños estaban desnutridos. No teníamos alimento”. Ese era un estribillo común entre la corriente continua de venezolanos que llegaban a un albergue operado por hermanas scalabrinianas el 23 de julio, el mismo día que llegó Cazar con su familia.

Emigrantes venezolanos laban su ropa en el refugio administrado por las hermanas scalabrinianas en Bogotá, Colombia. (CNS/Barbara Fraser)

La mayoría había estado viajando varios días a pie, en camiones y en autobús, a veces durmiendo bajo puentes. En la estación de autobuses de Bogotá el ministerio de migrantes tiene una pequeña oficina con personal que ofrece ayuda y a veces los orienta al albergue donde las personas pueden quedarse unos días mientras buscan vivienda o hacen arreglos para continuar viajando hacia otra ciudad u otros países.

Todos están huyendo de una situación que cada día es más desesperante, dijo la hermana scalabriniana Teresinha Monteiro, quien recibe a los recién llegados con artículos básicos como toallas y jabón.

Ella recordó una mujer que agradeció especialmente un cepillo y pasta de dientes.

“Ella había estado cuatro meses sin cepillarse los dientes”, dijo la hermana Monteiro.

La crisis económica y política de Venezuela ha dejado estantes vacíos en las tiendas, incluyendo los supermercados y las farmacias. La hermana Monteiro ha escuchado historias sobre las peleas por desechos de comida entre los montones de basura en ciudades venezolanas.

Con el Fondo Monetario Internacional pronosticando que el índice de inflación pasará de 1 millón por ciento este año, el salario mínimo mensual no será lo suficiente para comprar suficiente harina de maíz para una masa de arepas, las tortas que son uno de los alimentos básicos venezolanos.

“Uno no puede conseguir alimento ni medicinas”, dijo Eliezer Rojas, de 14 años que había llegado con su madre después de cruzar la frontera a pie y pasó tres noches en la estación de autobuses. “La gente usa remedios naturales porque no hay medicina”.

Las hermanas scalabrinianas comenzaron el ministerio en la estación de autobuses en 1989 y abrieron el albergue en 1995. En aquel tiempo ellas servían principalmente a los colombianos desplazados por la guerra que duró décadas involucrando fuerzas gubernamentales, grupos guerrilleros y paramilitares

Esa corriente se fue reduciendo en años recientes, ya que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, la fuerza guerrillera más grande del país, se movió hacia los acuerdos de paz firmados en noviembre de 2016.

La migración desde Venezuela ha aumentado según la crisis empeora, pero las hermanas notaron una ola a mediados de 2017, dijo la hermana Monteiro. Y aunque en el pasado la mayoría de los migrantes venezolanos era hombres o mujeres solteras que salían del país solos para buscar trabajo y enviar dinero a casa, ahora muchos de los recién llegados son ancianos o familias completas con niños.

Una mujer de 74 años llegó con dos hijas adultas con la esperanza de en su momento unirse a otra hija que vive en España.

Para los recién llegados dejar sus casas y la mayor parte de sus pertenencias y comenzar de nuevo no es el único problema.

“Muchos están desnutridos cuando llegan”, dijo la hermana Monteiro, y algunos tienen problemas médicos que no han sido atendidos debido a la falta de medicamentos en su país de origen.

Ella dijo que eso podría ser peligroso especialmente para los niños y para los adultos mayores que tienen enfermedades crónicas que requieren tratamiento continuo. Algunas enfermedades infecciosas también están siguiendo las rutas de inmigración.

Los migrantes venezolanos han sido diagnosticados con sarampión en Colombia, Perú, Ecuador y Brasil, según la Organización Panamericana de la Salud.

Para los venezolanos con problemas de salud, obtener tratamiento en Colombia no es fácil. La hermana Monteiro dijo que en muchos casos los migrantes temen buscar ayuda por temor a ser deportados. Los que van a un hospital podrían pasar horas esperando o ser rechazados a menos que el personal del albergue intervenga.

La hermana Monteiro dijo que ese es un ejemplo de la discriminación que los migrantes encuentran. Otros incluyen desde comentarios en la calle hasta mensajes contra los venezolanos que están circulando por internet en varios países latinoamericanos, incluso acusaciones de comportamiento criminal y de votar ilegalmente.

Los empleos son un punto detonante. Al no tener visas, los migrantes terminan trabajando en lo que los economistas llaman el “sector informal” de la economía. Algunos venden dulces en las esquinas de las calles o toman empleos no contabilizados en restaurantes, donde no reciben beneficios y probablemente están dispuestos a trabajar por menos compensación que la de sus compañeros colombianos reciben, lo cual podría reducir los salarios para todos.

Algunas mujeres terminan atrapadas en la prostitución. Un chofer de taxi una vez le dijo a la hermana Monteiro que dos mujeres jóvenes le pidieron que las llevara a una zona donde dijeron que comenzarían a trabajar en un restaurante. Debido al vecindario, sin embargo, él temió que ellas estuvieran siendo engañadas hacia la prostitución.

A pesar de los peligros y el sufrimiento de abandonar sus casas solamente con las pertenencias que puedan cargar, y sin saber si algún día regresarán, los migrantes en el refugio dijeron que encontraron momentos agradables en el camino.

Luis Eduardo Vásquez Vallenilla cumplió 21 años el día antes de llegar al albergue. Vásquez, quien dijo que había sido estudiante de jurisprudencia en Venezuela, estaba en una calle de Bogotá con otros tres migrantes jóvenes cuando una mujer comenzó una conversación con ellos.

Al enterarse que era el cumpleaños de él, ella invitó a los cuatro a pastel y café.