Editorial

¿Qué hacer frente a la ola de delincuencia en Nueva York?

Durante los últimos años la ciudad de Nueva York se ha convertido en un lugar significativamente inseguro.

El crimen va en aumento; la violencia étnica va en aumento; los tiroteos aumentan; y sí, los crímenes de odio, incluso contra la fe católica que forma parte del ADN de esta ciudad, continúan aumentado.

¿Cuáles son las causas de esta proliferación, este incremento de la delincuencia y la violencia?

Uno podría enfocarse en el hecho de que muchos de los políticos que ahora administran la ciudad no tienen “mano dura contra el crimen”.

Pero eso no nos ofrecería una solución, solo nos obligaría a replantearnos el problema. Se podría destacar la desesperación en la que algunos se ven obligados a vivir en nuestra ciudad.

Sin embargo, nuevamente, eso no nos ofrecería una solución, solo nos obligaría a replantear el problema. Se podría aludir al hecho de que, después de 14 meses de aislamiento causado por la pandemia COVID-19, hay un aumento de personas que sufren problemas mentales.

Y aún así, eso no nos ofrecería una solución, solo replantearía un problema.

De hecho, ninguna de estas razones políticas o sociológicas llegaría siquiera a la raíz del dilema. En esencia, el auge del crimen está relacionado con una profunda cuestión de antropología teológica.

Todo se remonta al Libro del Génesis. Como se sabe, Dios, nuestro Señor, creó al ser humano a su imagen y semejanza y, por esa razón, el hombre y la mujer son fundamentalmente buenos. Lo más alto de la creación de Dios, el hombre y la mujer, estaban destinados a ser reflejo suyo.

Pero, de repente, todo cambió… Vino el pecado al mundo, el pecado original, la primera caída del hombre y la mujer, nuestros padres, Adán y Eva. Quienes insatisfechos con vivir en paz y caridad, en armonía entre ellos y con toda la creación, por orgullo, por arrogancia, eligieron la inmoralidad en lugar de la inmortalidad.

Y cuando el pecado entra en el mundo, también lo hace la muerte, ese espectro inevitable que nos acecha a los mortales a toda hora y con el que todos nos encontraremos algún día.

El pecado prevalece en el mundo. Si bien el pecado original es lavado en el gran sacramento del bautismo, ese portal a la vida cristiana, nos queda la marca de la concupiscencia en nuestras almas, esa inclinación a pecar.

Pero el pecado actual, los pecados de omisión y comisión, pueden ser perdonados a través de ese gran sacramento de curación que es la Penitencia o la Confesión.

Por piadoso o naïf que parezca, si queremos que se reduzca el crimen, debemos detenernos y ver al otro como hermano (o hermana).

Necesitamos detenernos frente a la santidad de la vida humana en todos sus estados; ver a cada persona que nos rodea como un ser creado a imagen y semejanza de Dios y que posee una gran dignidad como hijo de Dios el Altísimo.

Sin raza, sin credo, sin género, sin etnia, todos son amados e iguales ante los ojos de Dios.

Esta violencia solamente puede detenerse con una reorientación radical hacia el Señor.

Sí, hay medidas política y sociales que debemos tomar, pero nada de eso funcionará si no entendemos que el problema final es sobrenatural.

¡Vuélvete al Señor y convierte a tu familia y tu ciudad en un santuario de la vida!