Columna del Obispo

¿Quién merece nuestro voto?

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Winston Churchill, refiriéndose un predecesor poco conocido, comentó: “La democracia es la peor forma de gobierno, si se exceptúan todas las demás”. Las elecciones de este año parecen demostrar la opinión del primer ministro británico.

Se ha comentado bastante al respecto y se ha escrito mucho acerca de las insuficiencias de los candidatos presidenciales, tanto del Partido Republicano como del Demócrata. El Sr. Trump y la Sra. Clinton son figuras polarizantes en todo el país y profundamente impopulares entre los miembros de sus propios partidos.

Entonces, ¿qué debemos hacer como católicos y ciudadanos fieles? En una democracia representativa, el voto es una responsabilidad fundamental. No es simplemente una exigencia ciudadana, sino una obligación moral.

San Juan Pablo II nos recuerda: “…los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la ‘política’; es decir, en la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común”. (Christifideles laici, 42)

La autoridad de los funcionarios elegidos se basa en nuestro consentimiento. Por tanto, en cierta medida somos responsables de los desastres que el Estado pueda cometer, como también nos corresponde cierto crédito por los beneficios que provengan de sus medidas y acciones.

Por lo tanto, podemos comenzar por preguntarnos, ¿cuál es el propósito del gobierno o el Estado? En el Catecismo de la Iglesia Católica (cc) leemos: “Una sociedad bien ordenada y fecunda requiere gobernantes, investidos de legítima autoridad, que defiendan las instituciones y consagren, en la medida suficiente, su actividad y sus desvelos al provecho común del país”. (cc1897) En otras palabras, podemos concluir que el propósito del gobierno es trabajar por el bien común.

Todas las respuestas nos llevan a otra pregunta: ¿Y qué es el bien común? La Iglesia entiende el bien común como la creación de las condiciones para que, como individuos y como grupo, podamos alcanzar la plenitud. Esto no se diferencia de lo que nuestros Padres Fundadores dejaron plasmado en la Declaración de Independencia, priorizando el derecho a “la vida, la libertad y búsqueda de la felicidad”.

Debemos observar las posiciones de los dos candidatos presidenciales, y cómo sus posturas sobre diversos temas nacionales e internacionales son coherentes o no con los tres componentes fundamentales del bien común.

Estos son los siguientes:

1. “El derecho a actuar de acuerdo con la recta norma de su conciencia, a la protección de la vida privada y a la justa libertad, también en materia religiosa”. (cc1907)

2. “Facilitar a cada persona lo que necesita para llevar una vida verdaderamente humana: alimento, vestido, salud, trabajo, educación y cultura, información adecuada, derecho a fundar una familia, etcétera”. (cc1908) 3. “La estabilidad y la seguridad de un orden social justo”. (cc1909)

Por lo general, se tiende a reducir las elecciones a paradigmas liberales y conservadores, de izquierda y derecha. Estas categorías son esencialmente incompatibles con las enseñanzas de la Iglesia.

De hecho, nosotros como católicos debemos priorizar el “derecho a la vida”. Es preciso pensar en la santidad de la vida como algo no negociable para el votante católico. Al mismo tiempo, en una nota doctrinal publicada por la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF) en 1999, a los obispos se les recordó que “la conciencia cristiana bien formada no permite a nadie favorecer con el propio voto la realización de un programa político o la aprobación de una ley particular que contengan propuestas alternativas o contrarias a los contenidos fundamentales de la fe y la moral. Ya que las verdades de fe constituyen una unidad inseparable, no es lógico el aislamiento de uno solo de sus contenidos en detrimento de la totalidad de la doctrina católica. El compromiso político a favor de un aspecto aislado de la doctrina social de la Iglesia no basta para satisfacer la responsabilidad de la búsqueda del bien común en su totalidad”. (CDF, 4)

Para nosotros como ciudadanos católicos, sería un grave error votar por un candidato porque él o ella apoya las leyes y políticas que permiten el aborto. Al mismo tiempo, el compromiso de salvaguardar la vida humana en una etapa de desarrollo no nos exime de la responsabilidad de promover el respeto por la vida y la dignidad en todas sus demás fases y en las otras esferas de nuestra vida común como una sociedad.

La fe católica nos exige orientarnos en la difícil tarea de formar nuestra conciencia. Esto implica reflexionar sobre la Sagrada Escritura y el plan que Dios Todopoderoso tiene para nosotros, su amada creación. Al mismo tiempo, estudiemos la enseñanza constante de la Iglesia para analizar cómo los grandes Padres y Madres de la Iglesia han entendido la aplicación de la Escritura a las circunstancias reales y cambiantes de nuestro mundo. Entonces, después de todo esto, y teniendo en cuenta las opciones a las que nos enfrentamos, estamos llamados a elegir.

Porque votar es elegir… y esto requiere el gran don de la prudencia. Los obispos estadounidenses nos recuerdan que “los católicos pueden elegir diferentes maneras de responder a los problemas sociales imperiosos, pero no podemos alejarnos de nuestra obligación moral de ayudar a construir un mundo más justo y pacífico con medios moralmente aceptables, de manera que el débil y el vulnerable sean protegidos, y los derechos y dignidad humanas sean defendidos”. (Formando la conciencia para ser ciudadanos fieles, 20)

Nuestra nación y el mundo constantemente reman mar adentro enfrentando desafíos difíciles y aparentemente insuperables: de la total indiferencia por la vida humana, a los conflictos en nuestras ciudades; de la persecución religiosa por todas partes, a las tensiones raciales del país; de una economía que ha dejado a tantos desamparados, a la desintegración de la familia; de la guerra en el extranjero y las amenazas de terrorismo en nuestro país, a la apremiante situación de los inmigrantes. Recemos unidos por un mundo en el que la vida humana, el progreso económico y la paz entre las naciones prosperen. Si eso es lo que deseamos, entonces también tenemos que votar para hacer de nuestro deseo una realidad.