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Reflexiones sobre la saga de abuso sexual: no es solo McCarrick

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ROMA—. En los últimos días me he sumergido profundamente en el drama que la Iglesia Católica está viviendo en Chile, en medio de una de las más colosales crisis clericales de abuso sexual que han estallado en la historia.

Es asqueroso. Es criminal. Es imperdonable. Tiene la capacidad de debilitar la fe.

Sin embargo, una y otra vez, cuando comparto lo que escribí al respecto, incluido un reportaje de 4.000 palabras sobre un círculo de depredadores homosexuales ante el cual las fechorías del ex cardenal Theodore McCarrick parecen en comparación leves, recibo mensajes en las redes sociales y en mi correo electrónico de estadounidenses exigiendo que escriba sobre el cardenal estadounidense caído en desgracia.

Permítanme compartir algunas reflexiones con ustedes sobre esto. Normalmente no hacemos comentarios personales en Crux, pero a veces una historia se vuelve tan grande que simplemente informarla no es suficiente.

La semana pasada me di a la tarea de entrevistar a varios chilenos que, mientras se preparaban para entregar sus vidas a una institución que amaban, esperando servirla fielmente en el nombre de un Dios que conocieron a través de su familia, fueron abusados sexualmente en un seminario local por aquellos encargados de su formación.

El cardenal Ricardo Ezzati, arzobispo de Santiago, conversa con el ahora excardenal
Theodore E. McCarrick, arzobispo emérito de Washington, durante una recepción en
El Vaticano en 2014. Ambos prelados están en el centro del escándalo que está
azotando a las iglesias de Chile y Estados Unidos. (CNS/Paul Haring)

Estos son hombres que vieron a su obispo ignorar sus acusaciones. Hombres que, en junio, vieron al Papa Francisco aceptar la renuncia de ese mismo obispo, supuestamente por cuestiones de edad, sin que aparentemente fuera cuestionado por sus actos.

He sido acusada en Facebook, por gente que no sabe nada de mí, de convertirme en escritora de tabloide, de hurgar en la parte más oscura y sucia de la Iglesia solo por hambre de sensacionalismo. Estas son personas que no saben que he vomitado más en la última semana que en toda mi vida. Me han acusado de tratar de echar abajo a la Iglesia personas que no saben cuánto lloré la semana pasada.

Que no sabe cuánto se ha probado mi fe.

He llorado por las víctimas, por la inacción de la Iglesia, por la Comunión de los Santos.

Déjeme aclarar: lo que hizo McCarrick es horrible. Lo que la jerarquía en los Estados Unidos hizo para encubrirlo es repugnante.

¿Por qué diablos a un hombre no con uno, sino con dos acuerdos legales por mala conducta sexual se le permitió seguir siendo cardenal durante casi dos décadas? Eso es algo que muchos tendrán que explicar cuando toquen a la puerta de San Pedro.

Pero por repugnante y horrible que sea lo que sucedió en los Estados Unidos, lo que me angustia es saber que no es una situación única.

Durante años, algunos cardenales en el Vaticano trataron de convencernos de que lo sucedido en Boston, Irlanda y Australia era un “problema anglosajón”, confinado a una cultura y región en particular. ¿Adivina qué? Me sumergí profundamente en el vientre de la bestia y descubrí que no era así.

El excardenal Theodore E. McCarrick, arzobispo emérito de Washington, le impone las manos a Mons. James F. Checchio durante su ordenación episcopal e instalación como obispo de Metuchen, Nueva Jersey. McCarrick fue el primer obispo de la diócesis de Metuchen. (CNS/Gregory A. Shemitz)

Tan doloroso como es el escándalo de McCarrick para los católicos estadounidenses, que día tras día luchan por ser miembros orgullosos de una Iglesia fundada por el Hijo de Dios que confió en 12 hombres —uno de los cuales lo traicionó, mientras que los 11 restantes lo abandonaron ante la primera señal de problemas—, déjame decirte que esta saga está empeorando. Mi historia sobre un seminario chileno ayer lo demuestra.

Y empeorará aún más.

Pero, por fuerza, tiene que mejorar.

No sé cómo, cuándo o qué aspecto tendrá esa “mejoría”.

Slo sé que sucederá cuando seamos capaces de dejar a un lado las ideologías.

Sucederá cuando pongamos también el orgullo a un lado y reconozcamos que no se trata de que la prensa está persiguiendo a la Iglesia. Algunos de nosotros estamos haciendo lo que hacemos animados por cardenales en los que (esperamos) podemos confiar.

Mejorará cuando dejemos de decir “todos sabían” (al parecer todos menos los obispos de EE.UU., según lo que han declarado luego de que estallara el escándalo del caso McCarrick) y en realidad hagamos algo al respecto.

Mejorará cuando, como Iglesia (sí, soy católica bautizado, y a pesar de los crímenes y pecados que escuché la semana pasada, aún fui a Misa el domingo) no dejemos toda la responsabilidad de resolver esta crisis en manos de la “jerarquía”.

Los estudios nos dicen que entre el 3 y el 7 por ciento de los sacerdotes son parte del problema.

Ese es un porcentaje enorme.

Pero el número de sacerdotes, obispos, monjas, religiosos y papas que quieren ser parte de la solución es aún mayor.

Encuéntralos. Apóyalos. Siéntete orgulloso de ellos. Reza por ellos.

Deja que el resto se pudra en el infierno.

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Inés San Martín es una periodista argentina, jefa del Buró de Noticias de Crux en Roma. Antes de unirse a Crux, Inés fue mánager de redes, directora de contenido y diseñadora gráfica de Contá con Nosotros, y trabajó como reportera y editora de Valores Religiosos en Buenos Aires. También dirigió la oficina de prensa internacional para la Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro en 2013. Inés es licenciada en comunicaciones sociales y periodismo por la Universidad Austral en Buenos Aires y la Universidad de Navarra en Pamplona, España.