SAO PAULO (CNS) — A principios de marzo Gisela Gómez, de 36 años, juntó sus pocas pertenencias, le dijo adiós a sus hijos de 17 y 15 años y se fue de la región de Monagas en Venezuela viajando más de 600 millas en dirección sur hacia la frontera brasileña con sus hijas de 3 y 6 años.
“No había nada que pudiéramos hacer”, dijo Gómez a CNS. “Necesitamos encontrar trabajo”.
El esposo de Gómez estaba esperándolas en Boa Vista. Él había estado en Brasil desde principios de año y creía que la vida sería mejor aquí para su familia.
Junto con Gómez más de 50,000 venezolanos han cruzado la frontera entrando al estado norteño brasileño de Roraima huyendo de la agitación política y económica en su tierra natal.
Con el mayor flujo de refugiados, sin embargo, la tensión comenzó a aumentar en ciudades y pueblos brasileños cerca de la frontera. Campamentos improvisados fueron montados en las plazas de los pueblos, los hospitales se desbordaron y los refugiados mendigaban en las esquinas de las calles.
El gobierno brasileño, con la ayuda del Alto Comisionado de las Naciones Unidas, anunció en febrero un programa para comenzar a reubicar venezolanos en otras ciudades del país. Se solicitó a los gobiernos municipales y a entidades no gubernamentales que ayudaran a aceptar a algunos de los refugiados.
Entre los que podían proveer camas estaba Missao Paz (Misión de Paz) en Sao Paulo, entidad católica operada por la Red Internacional de Migración Scalabrini. Los primeros 23 venezolanos llegaron a Sao Paulo durante la primera semana de abril.
“Se suponía que fueran 39, pero algunos cambiaron de parecer al último momento cuando vieron que tenían que subirse a un avión militar”, dijo el padre scalabrini Paolo Parise, director de Centro de Estudios Migratorios, que opera Missao Paz y la Casa del Migrante en Sao Paulo. “No era el lugar más reconfortante para alguien que ha estado huyendo del caos político”.
“Llegaron con muy pocas posesiones”, dijo padre Parise. “Uno traía consigo y ventilador portátil, mientras que otro tenía un colchón enrollado como si hubiese estado esperando dormir en el piso; casi ninguna de las familias tenía maletas consigo”, él añadió. Las seis familias tenían hijos, el menor tenía tres semanas de nacido.
Estos venezolanos obtendrán documentos brasileños en Missao Paz, de modo que puedan buscar empleo y asistir a la escuela. La misión también tiene asesores legales y psicólogos para los que procuren ayuda. A los refugiados se les ofrecen clases de inmersión y lecciones de portugués, de modo que puedan sentirse menos como extranjeros en la ciudad más grande de América Latina.
“Actualmente tenemos quedándose con nosotros venezolanos, angoleños, haitianos y togoleses”, dijo padre Parise. Él dijo que la mayoría de los refugiados se quedan de tres a cuatro meses, “solo lo suficiente” para conseguir empleo y vivienda más permanente.
Mientras dos niños se entretenían con una computadora en el salón de recreo de la misión, Gómez aprendía un poco de portugués de parte de una refugiada de 15 años de edad, Rochenerly Joffre, que llegó a la misión con su familia a fines del año pasado.
“Puedo hacer muchas cosas”, dijo Gómez. “En mi patria fui maestra de escuela primaria, pero también tengo certificado de peluquera y hasta puedo instalar losas de piso si ellos quieren”, dijo ella.
“En Venezuela la situación económica está muy mal, no había manera de poder quedarnos”, ella dijo.
“Aquí en Sao Paulo en menos de una semana mi esposo pudo conseguir empleo como mesero en un restaurante peruano”, ella dijo.
Ella dijo que cree que tomó la decisión correcta al salir de Venezuela.
“Ahora lo único que quiero es que mis hijos vengan”, cuando terminen la escuela, ella dijo, evitando la pregunta de si ella regresaría a Venezuela si mejoraran las condiciones económicas y políticas.
Repentinamente, Gómez preguntó cuál día del mes era. Las lágrimas desbordaron sus ojos cuando escuchó que era el 11 de abril.
“Hoy es mi cumpleaños”, dijo en voz entrecortada. “Casi se me olvidó con todo lo que está pasando”.