Columna del editor

¿Regresa la intolerancia anticatólica?

El 1o de julio, la estatua de la Virgen María que por años ha estado a la entrada de la escuela Cathedral Prep School and Seminary en Elmhurst fue profanada. Alguien pintó sobre la estatua la palabra “ídolo” en inglés. Es un ejemplo más de lo que ha estado sucediendo en varias ciudades de los Estados Unidos en las últimas semanas.

Ese mismo día en Los Ángeles, la histórica iglesia de la Misión San Gabriel sufrió extensos daños debido a un incendio. Las autoridades sospechan que se trató de un incendio intencional y están investigando el caso. El techo de la iglesia, su bello retablo histórico así como las imágenes de San Gabriel Arcángel, San Antonio de Padua y Santo Domingo fueron destruidos o dañados por el fuego.

San Gabriel fue la cuarta misión fundada en California por San Junípero Serra. San Junípero fue un fraile franciscano del siglo XVIII que fundó las primeras nueve misiones en el territorio de California, cuando era parte del virreinato de México. Se le conoce como “el evangelizador de California” y fue canonizado por el papa Francisco durante su visita a Estados Unidos en 2015.

Durante los últimos dos meses, hemos visto una campaña de destrucción contra las estatuas de San Junípero Serra en California. Varias fueron derrumbadas por manifestantes y otras retiradas por las autoridades ante las protestas de grupos que acusan al santo de los más diversos crímenes.

Los manifestantes han escrito insultos contra el santo en los monumentos dedicados a su memoria, acusándolo de “racista”, “pedófilo” y “asesino”. No es ilógico pensar que el incendio, de ser intencional, haya sido provocado por la misma animadversión que ha llevado a la profanación o retiro de sus estatuas durante la fiebre iconoclasta de la que hemos sido testigos.

El mismo día del incendio en la Misión San Gabriel, en Marion, Florida, la iglesia católica Nuestra Señora Reina de la Paz fue incendiada. Un hombre estrelló el automóvil que conducía contra el vestíbulo de la iglesia, derramó gasolina e incendió la entrada al templo mientras un grupo de fieles esperaba el inicio de la misa.

También ese sábado 11 de julio, una estatua de la Virgen María fue incendiada en la parroquia de San Pedro en Bowdoin Street, Boston. La estatua de la Virgen había sido colocada en la parte exterior del templo al final de la Segunda Guerra Mundial para dar la bienvenida a los soldados de la localidad que retornaban de la guerra.

Alguien había colocado ese día de julio unas flores plásticas en las manos de la Virgen. El atacante prendió fuego a las flores, lo que dañó y manchó el rostro de la estatua. Esa misma noche, a una milla del lugar, en la parroquia de Santa Teresa de Calcuta, otra imagen de la Virgen fue profanada. Alguien puso un latón de basura sobre la cabeza de la estatua.

Pocos días después, el 15 de julio, una imagen del Jesús que estaba en los jardines de la iglesia católica del Buen Pastor, en West Kendall, Florida, fue decapitada.

Antes de esos actos vandálicos, el sábado 27 de junio, la ciudad de St. Louis, Missouri, fue testigo de un ataque contra un grupo de católicos. En los días anteriores se había convocado a una manifestación para exigir el retiro de la estatua del rey San Luis IX de Francia que está en el Forest Park de esa ciudad.

Umar Lee, el organizador de la manifestación, declaró a un canal de televisión local que San Luis “era antisemita, islamofóbico y racista,” y añadió que “no hay razón para que esté en un espacio público de esta ciudad”.

La estatua de San Luis ha estado en el Forest Park desde 1906. La ciudad de San Luis, por supuesto, recibió su nombre en honor de ese santo y rey de Francia.

Enterados de los planes de la manifestación, un grupo de fieles católicos se congregó ese día a orar junto al monumento. Uno de los participantes de la protesta atacó violentamente a puñetazos a varias de las personas que rezaban el rosario junto a la estatua del santo.

Es siempre prudente esperar a tener todos los elementos de juicio antes de sacar conclusiones, y en este caso no los tenemos. En primer lugar, durante la gran ola de protestas que siguió a la muerte de George Floyd hemos visto cómo activistas de extrema derecha y de extrema izquierda han querido convertir las protestas pacíficas en violentas revueltas. Su objetivo pudiera ser deslegitimizar las protestas o usarlas para sus propios fines políticos.

Aun no tenemos resultados de las investigaciones que diversos departamentos de policía han iniciado tras la ola de actos vandálicos del fin de semana del 11 de julio, y no debemos apresurarnos en sacar conclusiones ni confundir los actos vandálicos de personas anticatólicas con las protestas pacíficas de quienes salieron a las calles a expresar su condena a la violencia policial y el racismo que aún existe en nuestra sociedad.

Como cristianos, debemos recordar que el racismo es probablemente la negación más absoluta del mensaje central de Jesús: “Ámense los unos a los otros”.

Sin embargo, tampoco debemos descartar la reciente ola de ataques como una simple coincidencia, como aparentemente ha hecho la mayoría de la prensa. Cuando alguien incendia una iglesia o profana una imagen de San Junípero Serra o incluso de Jesús, uno puede dudar de cuál será la intención de los vándalos que cometen esos actos. Podemos poner en duda de si se trata de un acto de intolerancia anticatólica o si se trata simplemente de actos de vandalismo sin otra intención que destruir una estatua o un edificio. “Quizás se trata de un malentendido”, podríamos pensar.

Sin embargo, cuando hay una serie de profanaciones contra la imagen de la Virgen María, quedan pocas alternativas. Históricamente, la intolerancia anticatólica se ha centrado en sus ataques a la Virgen. Nuestra devoción por la Virgen nos identifica. Cuando la atacan a ella, generalmente es porque nos odian a nosotros. Y el odio contra el pueblo católico, como la intolerancia fanática contra cualquier grupo humano, debe ser denunciado y rechazado.