Las palabras de Jesús: “Si quieres ser perfecto, ve y vende todo lo que tienes, dalo a los pobres…luego, ven y sígueme” (Mateo 19,21) resonaron profundamente a los veinte años en el corazón de Antonio, nacido de padres acaudalados, en Egipto, entonces Heracleópolis Magna, provincia del Imperio Romano. A su hermana, que estaba al cuidado de unas vírgenes consagradas, le entregó una parte y el resto lo dio a los pobres. Despojado de todo lo material, buscó despojarse de sí mismo para encontrar a Dios en la soledad y en el silencio.
Siguiendo la costumbre de los ascetas de entonces, en un principio se retiró a una cabaña en las inmediaciones de su aldea. Luego, a un cementerio donde, de acuerdo a la “Vida Griega”, atribuida a San Atanasio, tuvo conflictos extraños con demonios en forma de bestias salvajes que lo golpeaban y a veces lo dejaban casi muerto. Después de quince años de vivir así, decidió buscar una soledad absoluta. Se refugió durante veinte años en una montaña cerca de la rivera oriental del Nilo donde había un Fuerte. Allí le lanzaban la comida por encima de la pared. Un número de discípulos lo siguieron estableciéndose en cuevas y cabañas alrededor de la montaña. A pedido de ellos, salió para ser su guía espiritual.
Al cabo de cinco años se retiró al desierto interior entre el Nilo y el Mar Rojo estableciéndose sobre una montaña donde todavía está el monasterio que lleva su nombre. Aquí pasó los últimos cuarenta años de su vida en reclusión parcial, pues recibía visitas y cruzaba el desierto para fortalecer los mártires cristianos alrededor del año 311, durante las persecuciones, y más adelante, alrededor de los años 356, 357, a Alejandría para predicar contra la herejía arriana que afirmaba que Jesús fue creado por Dios Padre.
Murió en el año 356, a la edad de 105 años. Aunque ordenó que sus restos reposasen a su muerte en una tumba anónima, alrededor del año 561 sus reliquias fueron llevadas a Alejandría, donde fueron veneradas hasta alrededor del siglo XII, cuando fueron trasladadas a Constantinopla. Tras la caída de esta ciudad, las reliquias de Antonio fueron llevadas a Delfinado, antigua provincia francesa, a una abadía que años después se hizo célebre bajo el nombre de Saint-Antoine-en-Viennois.
Se lo conoce también como Antonio, el Egipcio, el Grande, el Ermitaño. Se lo considera padre del monacato cristiano, es decir, de la vida monástica o ermitaña, ya sea en comunidad, ya sea solitaria, que en Occidente, está representado por los Cartujos. También aparece en el calendario luterano.
La devoción por este santo llegó también a tierras españolas, a principios del siglo XIV, donde además se lo invoca para pedirle protección a los animales pues desde tiempo remotos, los campesinos se encomendaban a San Antonio Abad para que protegiera a sus animales del asecho de depredadores. En Zaragoza, muchos se dirigen a la Catedral para bendecir a sus mascotas durante el santoral de San Antonio Abad el 17 de enero, fecha en que se celebra su fiesta. Muchos lo invocan también para que les ayude a encontrar las cosas perdidas.