Nuestra iglesia celebra la fiesta de Timoteo y Tito el mismo día, el 26 de enero, tras la fiesta de la conversión de San Pablo, que se celebra el 25 de enero. Los dos fueron sus discípulos y sus grandes colaboradores. A los dos los llama San Pablo “hijos en la fe”; a los dos los nombró obispos y a los dos les escribió cartas que llamamos Epístolas Pastorales.
En el libro de los Hechos de los Apóstoles se nos cuenta el encuentro de Timoteo (16, 1-3) con el Apóstol de los Gentiles durante el segundo viaje misionero de San Pablo, alrededor de los años 50: “Llegó también a Derbe y Listra. Había allí un discípulo llamado Timoteo, hijo de una mujer judía creyente pero de padre griego”. Pablo lo invitó a irse con él, y llegó a ser su discípulo más joven y un compañero fiel. Los encontramos juntos en Atenas, en Corinto, en Éfeso y finalmente en Roma durante el primer cautiverio de Pablo.
Sabemos por la Primera Carta a Timoteo, desde Macedonia, que Pablo le pidió que se quedara en Éfeso pastoreando la comunidad (1,3). Desde Roma le escribió la Segunda Carta recomendándole que reavive “el don de Dios que recibió por la imposición de sus manos” (1,6); y que se apresure en ir a verlo antes del invierno (4,21). También fue su mensajero. En la Carta a los Filipenses (2,19-20) escribe: “Espero en el Señor Jesús poder enviarles pronto a Timoteo, para verme también yo animado con sus noticias. Pues a nadie tengo que se le iguale en la sincera preocupación por los intereses de ustedes”. Al darle responsabilidades siendo joven le recomienda: “Que nadie te desprecie por tu juventud. Muéstrate en todo un modelo para los creyentes, por la palabra, la conducta, la caridad, la pureza y la fe” (1 Tim. 4,12); y como padecía de males estomacales le da consejos prácticos: “No bebas ya agua sola. Toma un poco de vino a causa de tu estómago y de tus frecuentes indisposiciones” (5,23).
Por la segunda carta de Pablo a Timoteo sabemos un poco más de su familia: “Evoco el recuerdo de la fe sincera que tú tienes, fe que arraigó primero en tu abuela Loida y en tu madre Eunice” (2 Timoteo 1,5); y le pide que tenga presente de quiénes lo aprendió: “Desde niño conoces las Sagradas Escrituras, que pueden darte la sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús”. (v.15)
El segundo fiel colaborador de Pablo fue Tito, un gentil convertido al cristianismo. (2 Corintios 2:13; 7, 6-16; 8, 6-24; 12,18; Gálatas 2.1-3 y II Timoteo 4,10). Pablo le pidió que se quedara en la isla de Creta para que organizara y dirigiera las iglesias de allí (Tito 1,5). Le da recomendaciones sobre la vida interna de la Iglesia acerca de los deberes y responsabilidades de los dirigentes y de los fieles. Le recuerda que “Jesús nos salvó, no por obras de justicia que hubiéramos hecho nosotros, sino según su misericordia, por medio del baño de regeneración y de renovación del Espíritu Santo, que derramó sobre nosotros con generosidad por medio de Jesucristo, nuestro Salvador, para que justificados por su gracia, fuéramos constituidos herederos en esperanza, de vida eterna”.
Dos grandes del primer siglo con enseñanzas aplicables al siglo XXI.