“¡Atención! ¡Alarma antiaérea! ¡Bajen todos al refugio!” Un algoritmo inacabado se enciende cuando te vistes rápidamente y corres para verificar si todos los estudiantes se han despertado y están bajando al refugio antibombas. No hay tiempo para el pánico ni para el miedo.
Al bajar, busco a mis alumnos, aunque ya habíamos acordado en encontrarnos en un mismo lugar. Cuando los encuentro, paso lista: todos están en su lugar. Exhalo aliviado.
Vienen pensamientos a mi cabeza: “¿Por qué los jóvenes y los niños deben pasar por esto? ¿Por qué se ven obligados a pasar las mañanas y los días en Lviv, en la Universidad Católica de Ucrania?”. Recuerdo que esto es Europa, pero la realidad es que aquí y ahora hay una guerra. En mi país, la población civil sufre la agresión rusa. Aguantamos y aguantaremos todo lo que podamos. Pero no podemos garantizar qué país será la próxima víctima.
Los días tercero, cuarto y subsiguientes siguen un escenario similar. Varias alarmas antiaéreas al día. Conversaciones constantes con estudiantes cuyos padres se quedaron en las ciudades donde se produjeron los bombardeos. Recuerdo las palabras de uno de ellos: “Mamá, ¿cómo estás? ¿Oíste que suena una alarma antiaérea? ¿Tomaste vestidos abrigados? Mamá, ¿cómo qué escuchaste y no te escondiste? Esto no es entrenamiento, esto es una guerra…”
Aparecerán las primeras informaciones sobre nuestras pérdidas, fotos de ciudades destruidas, casas y víctimas. Estas personas han pagado un alto precio no solo por la libertad y la soberanía, sino también por preservar los valores que nos identifican como seres humanos.
Las historias de asesinatos de familias pacíficas, voluntarios que llevaban comida a los necesitados, niños muy pequeños que no representan ninguna amenaza para el enemigo, muestran el verdadero rostro de los “libertadores”. Ellos “liberan” a las personas, quitándoles la vida. Las palabras de nuestro presidente todavía resuenan en mi cabeza: “¿Cuántas personas más pacíficas deben morir para que usted cierre el cielo sobre Ucrania?”
Aquí en Lviv, aun no vivimos en primera persona esa amarga realidad. Nos llega su eco a través de los refugiados, así como con los cuerpos de los héroes, que comenzaron a ser trasladados para ser sepultados en el lugar de su proveniencia. Son recibidos de rodillas, con todos los honores posibles, pero ¿puede eso reducir el dolor de una madre que ha perdido a un hijo?
Hojeando las noticias, veo que a alguien se le deslizo la afirmación de que contaremos los muertos y los podremos llorarán recién después de la victoria… Un sentimiento incomprensible pasa por mi corazón… Me doy cuenta de que el precio ya es demasiado alto: Se trata de miles de vidas humanas, personas que tenían un proyecto de vida, preocupaciones, amor…
Mientras tantos, por ahora, todos aguantamos, porque entendemos que somos la retaguardia para quienes nos protegen… Para quienes están a diario entre la vida y la muerte.
¿Y qué pasará cuando nos demos cuenta del verdadero precio de la victoria? Una victoria que es imposible sin unir a todos los países del mundo y sin su ayuda. ¡Es cierto! estamos infinitamente agradecidos por el apoyo a Ucrania por parte del mundo entero. Pero a veces parece que esto no es suficiente. Pareciera que no hay comprensión suficiente de la amenaza real, de que mi Nación, Ucrania, se ha convertido en un escudo para el mundo entero.
P. Mykola Motruk