Historias

¡Señor, resucítanos contigo!

Hemos caminado un desierto en un año de pandemia. Más de dos millones y medio de personas han muerto en el mundo a causa del COVID-19 desde marzo 2020 hasta la fecha.

En los Estados Unidos hemos enterrado a más de 500,000 hermanos, entre ellos seres queridos a los que en muchos casos no se los pudo acompañar ni en sus últimos momentos; ni a su última morada, porque no se nos permitió verlos, no pudimos llegar, o porque todavía hay quienes están buscando sus cadáveres.

Las historias de dolor viven dentro del alma de los que sobrevivimos para narrarlas. En esta Pascua del 2021 en la que ya podemos acudir a la Iglesia, todavía con medidas sanitarias y mascarillas, le decimos a Jesús Resucitado: ¡Señor, resucítanos contigo!

¿Cómo olvidar lo que nos ha pasado?

Las marcas viven dentro y fuera de nosotros. Estamos afectados física y emocionalmente.

¿Qué podemos hacer para seguir adelante, para poder alzar de nuevo el vuelo? ¿Qué nos ha funcionado en el pasado?

Recordé un suceso traumático que sufrí en marzo del 2005 cuando tuve un accidente automovilístico.

Busqué en mis archivos y encontré el artículo en el que narré aquella dolorosa experiencia: ¡Señor, resucítame contigo! Recordé que me llevaron al hospital, en el que permanecí en una cama por varias horas en profunda soledad, porque al no sangrar nadie me ponía atención.

Volví a recordar que con el paso de los días las imágenes de terror, sobresalto y ansiedad vivieron conmigo por largo tiempo, y que para sanarme emocionalmente hice lo siguiente:

1) Pararme al pie de la cruz, con María, poniendo allí mi dolor, mis angustias y mis miedos;

2) Juntarme con mi comunidad de hermanos para compartir y orar juntos, como hicieron María y los discípulos cuando Jesús murió en la cruz;

3) Practiqué reemplazar las imágenes de dolor con frases de acción de gracias a Dios por la vida;

4) Busqué apoyo profesional que me ayudara a canalizar mis emociones.

Estas técnicas de oración y vida comunitaria me ayudaron y fortalecieron.

Hoy, las estoy practicando de nuevo, y las comparto en este artículo con otros. Con el tiempo aparecen nuevas dificultades, y muchas veces el recuerdo regresa porque en el subconsciente queda grabado todo.

Por eso, al tocar un tema que duele revivimos la experiencia pasada. Para sanarse, hay que volver a mirar la Cruz, pedirle a Jesús que entre en la historia de esos momentos dolorosos y que los lave con su Sangre.

Ayuda mucho en la soledad sentarse a conversar con Él; y acudir a la Iglesia a alimentarse de su Santa Eucaristía.

Cuando la pregunta inevitable del “por qué” martillee nuestra mente, recordemos que Romanos 8, 28 dice que el Señor usa todo lo que nos pasa para nuestro bien. Es preciso seguir alerta, no se puede bajar la guardia.

Igual que hay que seguir usando la mascarilla más allá de la vacuna, hay que seguir conectados con el Señor, en el nivel individual y en el nivel comunitario, ya sea en forma virtual o presencial.