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Sor Juana de la Cruz: La Monja del siglo XVII que defendió los derechos de la mujer y el amor de Dios en el México colonial

HILLCREST — “Hombres necios”, comienza un poema de uno de los escritores más renombrados de México. Con la atención del lector firmemente en sus manos, reprende a los hombres diciendo:

“Hombres necios que acusáis

a la mujer sin razón,

sin ver que sois la ocasión

de lo mismo que culpáis:

si con ansia sin igual

solicitáis su desdén,

¿por qué queréis que obren bien

si las incitáis al mal?

 

Combatís su resistencia

y luego, con gravedad,

decís que fue liviandad

lo que hizo la diligencia”.

— De “Hombres Necios” de Sor Juana Inés de la Cruz

 

El poema continúa en muchos versos. En ellos, el tono de la escritora hace eco del feminismo moderno, pero escribió estas palabras en el siglo XVII, cientos de años antes de que las oleadas de movimientos de mujeres dejaran su huella en todo el mundo.

Se trataba de una monja que llevaba vida de clausura en México. Sor Juana Inés de la Cruz es celebrada como un gigante literario mucho más allá de su tierra natal, donde nació en 1648 cerca de la Ciudad de México. Además de poemas, también escribió dramas, comedias, música y tratados de matemáticas y filosofía.

Tales hazañas eran desconocidas en ese entonces porque a las mujeres se les prohibía seguir una educación superior en las posesiones coloniales de España. Incluso su madre era analfabeta, dijo Alina Camacho-Gingerich, profesora y directora del Departamento de Lenguas y Literaturas de la Universidad de St. John.

“Ella realmente fue un genio en todos los sentidos de la palabra”, dijo Camacho sobre Sor Juana. “También fue una gran defensora de los derechos de la mujer, y probablemente la primera feminista del Nuevo Mundo”.

La búsqueda de conocimiento de Juana enfrentó numerosas barreras.

Su madre era hija de un rico terrateniente de España, pero Juana nació fuera del matrimonio. Su padre era un militar español que optó por no involucrarse con la familia.

El abuelo de Juana, sin embargo, hizo un hogar para su hija y sus tres nietas en su propiedad en San Miguel Nepantla, Nueva España (México).

Allí contaba con una extensa biblioteca con la que Juana se volvió autodidacta. A los 3 años la niña podía leer y escribir en Latín. Dos años más tarde, adquirió suficiente perspicacia matemática para hacer contabilidad. Cuando tenía 8 años, escribió un poema sobre la Eucaristía.

Juana también aprendió por sí misma el idioma azteca, el náhuatl, y lo usó para escribir un par de poemas.

“Obviamente, fue un regalo de Dios”, dijo Camacho. “Sus padres definitivamente no eran intelectuales. Podrían haber sido naturalmente inteligentes, pero no lo sabemos. Ella (Juana) fue bendecida con esa inteligencia”.

Más tarde, Juana se enteró de que a las niñas no se les permitía cursar estudios superiores. Indignada, planeó disfrazarse de estudiante, pero su madre dijo que no. Aún así, el intelecto de la niña creció.

A los 16 años se fue a la Ciudad de México para ser dama de honor de un virrey de la corte real y su esposa. Allí entretuvo a la corte con sus obras de teatro y poemas de amor. Su reputación de tener un intelecto imponente también ganó terreno.

Otro virrey invitó a un cuadro de juristas, filósofos, poetas y teólogos de visita desde España para poner a prueba los conocimientos de la joven de 17 años. Ella respondió correctamente cada pregunta que se le planteó.

“Sin duda asombraría a los hombres de la corte con su conocimiento: una mujer que no tenía acceso a la educación formal”, dijo Camacho.

Por esta época, su poema “Hombres Necios” dio un golpe a la sociedad patriarcal de la época. En particular, el poema destacó a los hombres que perpetraron un doble rasero sexista al afirmar que algunas mujeres eran moralmente corruptas mientras hacían la vista gorda ante sus propias indiscreciones sexuales.

A pesar de la polémica, Juana tuvo varios pretendientes, pero ella declinó casarse por temor a que no pudiera saciar su sed de conocimiento.

Eligió, en cambio, la vida religiosa porque le daría la libertad de estudiar. Fue así que ingresó como novicia con las hermanas carmelitas.

A los 20 años se instaló en el convento de los Jerónimos de Santa Paula, donde tomó el nuevo nombre, Sor Juana Inés de la Cruz. Allí pasó el resto de su vida como monja de clausura. También se convirtió en tesorera y archivista de la comunidad, y continuó escribiendo.

Mientras tanto, fue armando su propia biblioteca, al tiempo que recibía visitas de destacados eruditos.

Una característica constante de Sor Juana fue sin duda, su franqueza que no fue sofocada por la vida religiosa.

En 1690, un obispo publicó la crítica privada de sor Juana de una homilía sin su permiso. Los líderes de la iglesia la regañaron e insistieron en que se dedicara a la oración, no al debate.

Camacho dijo que la respuesta de Sor Juana llegó en forma de carta autobiográfica.

“En él habla de su vida y de cómo desde muy pequeña leía y devoraba libros”, dijo Camacho. “También explicaba el método para disciplinarse a sí misma. Si no cumplía con su cuota de libros, se cortaba el pelo; este era un símbolo increíblemente importante para las mujeres de la Nueva España del siglo XVII”.

Sor Juana también declaró que Dios no hubiera dado intelecto a las mujeres si no quisiera que lo usaran, dijo Camacho.

Según Camacho, el conocimiento de Sor Juana en ciencias, matemáticas y filosofía le permitió comprender mejor la creación de Dios y las Sagradas Escrituras, compartiéndolas con el mundo.

“Ella necesitaba leer todo lo posible de todas las disciplinas para hacer justicia al texto sagrado, que es la Biblia”, dijo Camacho. “Sor Juana afirmó: ‘Sentí la necesidad de saber tanto como pudiera, de todas las disciplinas disponibles para mí, para comprender mejor mi fe y la palabra sagrada’.

“Creo que fue una respuesta increíblemente inteligente”.

La Iglesia, explicó Camacho, era el centro de la vida de todos.

“En su defensa, ella habla muy claramente sobre la necesidad de la educación superior para todas las mujeres”, dijo Camacho.

A pesar de todo hacia el final de su vida, Sor Juana firmó un documento en el que prometía dejar de escribir. Lo firmó, “Yo, la peor de todas”, con su propia sangre.

Camacho dijo que es una cuestión de especulación exactamente lo que Sor Juana estaba tratando de comunicar con esa acción dramática.

“No sabemos si eso fue un verdadero arrepentimiento”, dijo Camacho. “¿Sintió la necesidad de arrepentirse por su curiosidad intelectual y por sus lecturas y escritos que no eran sagrados? ¿Fue el peso de las críticas acumuladas a lo largo de los años? Esperemos que no.”

Camacho dijo que confía en que la elección de Sor Juana de desvincularse del discurso intelectual fue una prueba de su humildad. Pasó sus últimos años cuidando a hermanas afectadas por enfermedades antes de enfermarse y morir a los 47 años.

“Lo que me queda claro es que ella también fue bendecida con una inteligencia tremenda y una mente inquisitiva”, dijo Camacho. “La mayor parte de su vida, ella no encontró una dicotomía entre uno u otro.

“Era muy sincera en su deseo de servir a Dios. No hay duda en mi mente sobre eso. Amaba mucho a Dios”.