El tren de alta velocidad TGV llega de París a Lille en 56 minutos. A 150 millas por hora, los pueblitos desfilan por el cristal de la ventana, interrumpiendo fugazmente el amarillo pálido de los campos de trigo. Cada pueblo tiene al centro una iglesia, a veces gótica, a veces románica. ¿Quedará fe en esos rincones de Francia?, se pregunta el viajero. Fue en ese trayecto que terminé de leer Sumisión, la nueva novela de Michel Houellebecq, el escritor más famoso de Francia en la actualidad. De algún modo, su novela plantea la misma pregunta.
La narración se desarrolla alrededor del año 2022. El protagonista de Sumisión es François, un profesor de literatura de 44 años. No tiene amigos ni familia. Bebe en exceso y hace mucho que no escribe nada de valor. Es un soltero empedernido que cada año se busca una amante diferente entre sus estudiantes universitarias.
En las elecciones de ese año, Mohammed Ben Abbes, el carismático líder de un partido musulmán de reciente creación, pasa a la segunda vuelta y está a punto de convertirse en presidente de Francia. La familia de la amante de François —una chica de 22 años llamada Myriam— decide emigrar a Israel. Son judíos y temen la victoria de Ben Abbes. François recibe una carta de la Universidad, que ahora está financiada del Arabia Saudita, en la que le anuncian su retiro forzoso. Los profesores interesados en conservar sus trabajos se están convirtiendo al Islam. François cree que en Francia se desatará pronto una guerra civil pero, como le dice a Myriam, para él “no hay ningún Israel”. Sin amante ni amigos ni trabajo, decide irse de París.
La realidad, con cruel coincidencia, hizo esos temores de la novela más urgentes. La obra fue publicada en Francia el 7 de enero de este año, el mismo día en que dos terroristas musulmanes asesinaron a 11 personas en la sede del semanario humorístico Charlie Hebdo. En junio apareció la novela en español y en septiembre en inglés. El 13 de noviembre un grupo terrorista asesinó a 130 personas en París. Francia había sido otra vez visitada por el horror, como dijo el presidente François Hollande.
Pero volvamos a la novela. Tras salir de París, François se detiene en el pueblo de Martel. Allí un conocido le recomienda visitar el cercano pueblo de Rocamadour. “En Rocamadour podrá hacerse una idea de hasta qué punto la cristiandad medieval fue una gran civilización”, le dice. Y luego añade: “La Revolución Francesa, la República, la patria…, sí, eso pudo dar lugar a algo; algo que ha durado un poco más de un siglo. La cristiandad medieval, en cambio, duró más de un milenio […] la verdadera divinidad de la Edad Media, el corazón vivo de su devoción […] es la Virgen María. Y eso también lo sentirá en Rocamadour…”
François se va a Rocamadour, donde pasa dos semanas. En un momento de incertidumbre personal y nacional, va en busca de la fe. “Desde el inicio de mi estancia me había acostumbrado a ir a diario a la capilla de Notre-Dame y sentarme unos minutos frente a la Virgen negra […] Era una estatua extraña, testimonio de un universo enteramente desaparecido.”
Al final de su viaje, François se convence de que es incapaz de regresar a la fe de sus ancestros: “A la mañana siguiente, después de cargar el coche y pagar el hotel, volví a la capilla de Notre-Dame, ahora desierta. La Virgen aguardaba en la oscuridad, tranquila e inmarcesible. Poseía la grandeza, poseía la fuerza, pero poco a poco sentí que perdía el contacto con ella, que se alejaba en el espacio y los siglos mientras yo me hundía en el banco, encogido, limitado. Al cabo de media hora, me levanté, definitivamente abandonado por el Espíritu, reducido a mi cuerpo deteriorado, perecedero, y descendí tristemente los peldaños en dirección al aparcamiento.”
François, como por inercia, regresa a casa. Esa fe que construyó catedrales góticas a la Virgen en París y en Reims, en Ruan y en Estrasburgo, ¿estará muerta? Para el protagonista de Sumisión lo está: añora la fe pero reconoce que le es imposible recuperarla. Houellebecq nos sugiere que el destino de François es un anuncio del destino de su país. Una cultura nacida del cristianismo ha olvidado su fe. Por eso, parece decir el autor, ni François ni Francia podrán subsistir —como persona el primero, como nación la segunda. Su única alternativa, según el protagonista, es la sumisión. Viniendo de un autor cristiano, parecería un juicio sesgado. Viniendo de Houellebecq es una conclusión desoladoramente honesta y, honestamente, desoladora.