“La celebración de la Eucaristía es el tesoro más grande que hay en mis manos”

Nacido en La Habana (Cuba) en 1969, el padre Israel Pérez, creció en el seno de una familia católica por tradición, pero que no participaba activamente en la vida parroquial para evitar las represalias de las autoridades del régimen en la isla. “Fui bautizado en una iglesia católica lejos de mi casa, entonces después que te bautizaban no había practica religiosa simplemente la tradición del sacramento del Bautizo”, asegura.

Transcurrieron muchos años antes que volviera a pisar una iglesia. A los 18 años, su llamado se presentó como un susurro en medio de una multitud, en tono bajo para ser oído solo por quien tenía que escucharlo. “Unos amigos me llevaron para curiosear un poco sobre la fe, fuimos a una iglesia llamada Nuestra Señora de la Caridad en La Habana, cerca de mi casa, para prepararme para la Primera Comunión”, narra el padre Israel.

Luego, con aquellos mismos amigos visitaron un convento de las Carmelitas Descalzas, con quienes podían hablar a través de una reja después de rezar las Vísperas los viernes en la noche. Iban a visitarlas cada viernes, pues querían saber cómo vivían esas religiosas de clausura. “Verlas detrás de una reja con esa alegría y felicidad que sentían, empezamos a sentir más curiosidad y empezamos a acercarnos a algún sacerdote que nos pudiera explicar ciertas cosas”, dice.

Es así como surge su vocación gracias al acompañamiento del hoy Mons. René Ruíz, quien sigue siendo su director espiritual, y quien fuera después el rector de tres seminarios de La Habana. En 1992, a los 22 años, ingresó al seminario San Carlos y San Ambrosio de la capital cubana y solo tres días antes le informó a sus padres, explicándoles qué era un seminario y por qué quería ir.

“Nadie lo imaginaba, yo no era piadoso de pequeño pero si fui muy estudioso, obediente y disciplinado en la escuela […] como no había ningún tema religioso en mi casa, solo en el cuarto de mi mamá había una imagencita de la Virgen de las Mercedes porque ella se llama Mercedes y siempre ha sido devota, por haber nacido el 24 de septiembre, día en que se celebra su fiesta”.

En dicho seminario completó sus estudios de filosofía y teología y un año pastoral. El 9 de junio de 2001 fue ordenado en la Catedral de La Habana. “Ese fue uno de los días más felices para mí, el poder ver realizados mis sueños, poder celebrar la Eucaristía, poder llegar a una comunidad cristiana, poder confesar, bautizar, celebrar los sacramentos y estar unido al presbiterio y recibir ese cariño de los sacerdotes de la diócesis ese día de mi ordenación, porque me ordené yo solo”, recuerda.

Nunca a olvidado los detalles de la primera misa que celebró. “Fue una experiencia muy linda la primera misa en mi parroquia de la Caridad, porque se celebraba ese día la Solemnidad de la Santísima Trinidad. Ver la emoción de mis amigos del seminario que estudiamos juntos tantos años, ver a mi comunidad y a los jóvenes del Grupo de Jóvenes y del Grupo de Oración de la Renovación Carismática. Estábamos todos juntos, los del barrio que me vieron crecer en la fe, la catequista, los empleados de la parroquia”, comenta el padre Israel.

Su primera asignación fue en la parroquia San Juan Bautista, localizada en el municipio de Jaruco, como párroco. Allí llegó el 24 de junio de 2001, día de la fiesta patronal. De esta parroquia formaban parte las iglesias San Pedro, Nuestra Señora de Lourdes y Nuestra Señora del Carmen, todas ubicadas en diferentes poblaciones rurales, donde el Padre sirvió por poco más de siete años.

Posteriormente fue asignado como párroco de tres iglesias, esta vez en municipios urbanos con más población. Ya en esta fecha el Padre también fungía como Asesor de la Pastoral Juvenil de la Arquidiócesis de La Habana, cargo que desempeñó por ocho años y medio.

En 2014 el padre Israel Pérez salió de Cuba y llegó a la Diócesis de Brooklyn gracias a que Mons. Otto García lo presentó a esta diócesis. A principios de agosto del mismo año fue asignado como vicario parroquial a la iglesia Preciosísima Sangre en Bath Beach (Brooklyn), donde sirvió a una vibrante comunidad multicultural y donde junto al párroco, padre John Maduri, trabajaron para construir los cimientos de una sólida comunidad hispana que ansiaba asistir a la Misa en su idioma. “Empezaron 23 personas y cuando me fui había unas 300 personas en la comunidad hispana”, dice el padre Israel.

En enero de 2019 fue asignado vicario parroquial de la Concatedral de San José-Santa Teresa de Ávila, donde compartió con Mons. Kieran Harrington hasta el pasado mes de abril cuando este último fue nombrado Director Nacional de las Obras Misionales Pontificias. Actualmente funge como administrador temporal de la Concatedral en tanto recibe su asignación como Administrador de la iglesia Santo Niño Jesús y San Benito José Labre en Richmond (Queens).

“La celebración de la Eucaristía es el tesoro más grande que hay en mis manos y es algo que cuido como la niña de mis ojos”, asegura este sacerdote para quien la experiencia de servir en una diócesis diversa y multicultural como ésta, le ha dejado una gran riqueza espiritual. “Ver cómo hay católicos de diferentes partes del mundo. Chinos, coreanos, italianos, irlandeses, nativos americanos, eslovacos, ucranianos… Todos buscan al mismo Dios, todos laten con la misma fe y celebran la misma Eucaristía”.

Nueva York va a (y viene de) la guerra

Entrando 1898 la batalla decisiva de la guerra de Cuba se libraba en Nueva York: entre el Journal de William Randolph Hearst y el World de Joseph Pulitzer. A ver quién vendía más muertos: todos los días los despachaban por decenas a los neoyorquinos quienes no paraban de indignarse ante la pasividad de su gobierno. Y compraban más periódicos.

A Hearst le servía cualquier cosa. Si a una cubana sospechosa de llevar mensajes secretos a Nueva York la registraban discretamente unas damas en el barco el Journal la dibujaba desnuda y rodeada por tipos de aspecto siniestro: como en póster de película porno. Muda y en blanco y negro (la película, digo). Si un dentista cubano con ciudadanía norteamericana moría en una prisión en La Habana, el titular decía: “Norteamericano asesinado en prisión española”. Y así.

En enero de 1898 cubanos independentistas le proporcionaron al Journal una carta privada del embajador español en Washington donde afirmaba que el presidente McKinley era débil, populachero y politicastro. O sea, lo mismo que le dicen a Trump cada día. Públicamente. Hearst, tipo sensible, lo tituló “El peor insulto hecho a los Estados Unidos en toda su historia”.  Pero una carta privada no era suficiente para desencadenar una guerra… aunque sí para enviar a La Habana un acorazado a proteger los intereses norteamericanos, lo que en política norteamericana es el código para designar una expedición de pesca. De islas o de lo que se aparezca.

Días después de estar anclado frente a La Habana el acorazado Maine explotó matando a 261 tripulantes. Hearst no se puso a averiguar: el Journal afirmó “El acorazado Maine fue partido en dos por una máquina infernal secreta del enemigo”. Joseph Pulitzer, más medido, declaró que solo un loco creería que España había causado el hundimiento pero el titular de su periódico Fue: “Explosión del Maine causada por bomba o torpedo”. Descartando a los extraterrestres, no quedaban más sospechosos que los españoles.

Y Estados Unidos entró a la guerra que llamó “Hispano-Americana”. Como si los cubanos no llevaran tres años participando en aquella coproducción. Fue lo que John Hay, Secretario de Estado, llamó “una espléndida guerrita”. Para los norteamericanos. Para los españoles fue “el Desastre del 98”. En la batalla naval de Santiago de Cuba, celebrada el 3 de julio de 1898 la armada norteamericana hundió cinco buques españoles de seis y mató a 343 tripulantes mientras apenas tuvo que lamentar un muerto, un herido y algún que otro arañazo en el casco de sus buques a la hora de parquearlos. Lo que se dice una pelea de león a mono con el mono con coronavirus, si me permiten la contagiosa metáfora.  Dos días antes, los norteamericanos tuvieron la oportunidad de derramar su sangre en el combate más serio de la guerrita: el de la loma de San Juan donde murieron 144 norteamericanos y 114 españoles.

Al final de los 385 norteamericanos muertos en combate solo 12 provenían de Nueva York. Los fallecidos por enfermedades tropicales, en cambio, fueron miles. Es que los mosquitos cubanos eran mucho más mortíferos que las balas españolas. Afortunadamente, aquellas muertes de bala o fiebre amarilla no fueron en vano. La guerra tuvo consecuencias trascendentales como el famoso Cuba Libre, trago creado a partir de la Coca Cola de los invasores y el ron local.

Nueva York no salió ilesa de la guerra: a la esquina suroeste del Central Park le incrustaron un monumento a las víctimas del acorazado Maine donde todavía la gente coge sol y alimenta palomas. Y el barrio adyacente, famoso por su violencia, fue bautizado en honor a la batalla más sangrienta de la espléndida guerrita: San Juan Hill. Ahora esa zona ha cambiado de nombre y aspecto y la única violencia que se permite es el precio de sus alquileres, que no es poca cosa.

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Enrique del Risco es licenciado en Historia y doctor en Literatura Latinoamericana. Es profesor de Literatura y Lengua Española en la Universidad de Nueva York. Ha publicado cinco libros de narrativa. “Enrisco” es el pseudónimo con que el escritor publica sus textos de humor, que en las últimas décadas suman ya cuatro libros y cientos de artículos en numerosas publicaciones de Estados Unidos y el mundo hispanohablante. Esta columna es la primera de una serie en la que Enrisco comentará con humor diferentes aspectos de la presencia hispana en Nueva York a través de la historia.

Cardenal Dolan rinde tributo en La Habana al Venerable Varela

LA HABANA (Rhina Guidos/CNS) — El momento no fue nada íntimo, pero probablemente fue la mejor oportunidad que el cardenal Timothy M. Dolan tuvo para rendirle un tributo a un venerado sacerdote nacido en Cuba que ayudó a los inmigrantes irlandeses en Nueva York a mediados del siglo XIX.

El arzobispo de Nueva York, seguido por un grupo de periodistas el 11 de febrero, se acercó al sitio donde están sepultados los restos del padre Félix Varela en el Aula Magna del recinto de la Universidad de La Habana y empezó a rezar. El cardenal Dolan habló de los logros del padre Varela como catedrático y pensador, y sus grandes contribuciones a su país natal pero también en su patria adoptiva.

El padre Varela nació en La Habana el 20 de noviembre de 1788, pero llevó a cabo su ministerio en Nueva York. Es un candidato a la santidad y en 2012 el Vaticano declaró al sacerdote “venerable”, reconociendo así sus virtudes heroicas.

El cardenal Dolan se detuvo allí en el último día entero de un viaje pastoral del 7 al 12 de febrero a la isla. Estuvo acompañado por Mons. Octavio Cisneros, obispo auxiliar de Brooklyn, Nueva York, quien nació en Cuba y es vicepostulador para la causa de canonización del padre Varela.

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“Era un gran pensador, pero también un hombre que hubiera dado todo lo que tenía por los demás”, dijo Mons. Cisneros a los reporteros.

Y eso es lo que el obispo Cisneros quería enfatizar, que el padre Varela era un sacerdote antes que todo. El padre Varela fue ordenado sacerdote en La Habana, pero sirvió en Nueva York, incluso como vicario general, cuando la iglesia cooperaba con una ola de inmigrantes irlandeses y refugiados de otros países.

Aunque muchos cubanos en la isla asocian su nombre con un patriota o un académico, fue principalmente un pastor —según el obispo Cisneros—. Varela fue enterrado en San Agustín, Florida, donde murió el 18 de febrero de 1853 a la edad de 64 años. Posteriormente, sus restos fueron trasladados a la isla y sepultados en el recinto universitario.

Miembros del grupo que acompañó al cardenal desde la Arquidiócesis de Nueva York repartieron estampas del padre Varela con una oración durante las Misas presididas por el cardenal Dolan en Cuba.

El cardenal Timothy M. Dolan, bendice a un anciano durante la visita que hizo junto a Mons. Octavio Cisneros, obispo de Brooklyn, al Hogar Santovenia en La Habana el 10 de febrero. El arzobispo de Nueva York visitó la isla por primera vez del 7 al 12 de febrero como parte de una misión pastoral de seis días. (CNS/Rhina Guidos)

El sacerdote que ayudó a los pobres, oprimidos e inmigrantes en EE.UU —”ese fue el padre Varela”—, puede que no sea un santo canónicamente, pero es un santo en los corazones de muchos, dijo Mons. Cisneros a los reporteros reunidos alrededor del cardenal Dolan para hacerle preguntas sobre las relaciones entre EE.UU. y Cuba.

Con motivo de esta visita pastoral del Arzobispo de Nueva York y el obispo Auxiliar de Brooklyn a la mayor de las Antillas, el presidente del Comité de Justicia y Paz Internacional de la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos (USCCB) emitió un comunicado el 18 de febrero.

“Quisiera felicitar a Su Eminencia, el Cardenal Timothy Dolan por su recientemente concluida visita pastoral en solidaridad con la Iglesia en Cuba. Su Eminencia, quien viajó a la Isla por invitación de los obispos cubanos, celebró misas en el Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre en Santiago, el corazón espiritual de Cuba, así como en la Catedral de La Habana, la Casa de Reposo de Adolfo Rodríguez en Camagüey y el Convento Carmelita de La Habana, entre otros lugares visitados”, dice el comunicado firmado por Mons. David J. Malloy, obispo de Rockford.

“Reconociendo el papel de la Iglesia en el desarrollo de la sociedad civil cubana, Su Eminencia visitó la Universidad de La Habana, fundada por padres dominicos, y la tumba del padre Félix Varela, el gran sacerdote patriota cubano del siglo XIX. El Cardenal también visitó la Escuela Latinoamericana de Medicina y Caritas Cuba”, destaca el mensaje de la USCCB.

“Además de expresar la solidaridad con nuestros hermanos obispos en Cuba y reunirse con el Nuncio Apostólico Giampiero Gloder, Su Eminencia se reunió con el presidente Miguel Díaz-Canel. La Iglesia en Cuba y en Estados Unidos cree en el poder transformador del diálogo, especialmente en lo que respecta a la promoción de la vida, la dignidad, el desarrollo humano integral y la prosperidad. Me hago eco de las expresiones de solidaridad del Cardenal e insto a los líderes cubanos y estadounidenses a trabajar por la concordia y la colaboración entre nuestros países”, concluye.

José Martí y el triángulo de Nueva York

Voy a hablar de José Martí. Prepárense. Cuando un cubano empieza a hablar de Martí no sabe cómo acabar. Para los cubanos el Apóstol de la Independencia sería como Messi para los argentinos si hubiera ganado un par de mundiales. Y eso que a Martí lo mataron en la primera escaramuza en que se vio. Pero Martí, además de patriota, era poeta. Escribía lo mismo a la patria, los niños, a las mujeres o a la mamá: sirve igual para una postal del día de los enamorados, el de las madres o el de Navidad. Un Dios con el añadido de la modestia, cualidad milagrosa para los cubanos. Por lo rara.

Martí pasó más tiempo de su vida adulta en Nueva York que en cualquier otra ciudad. Quince años. Nació en La Habana en 1853: partidario de la independencia cubana desde adolescente, lo encarcelan a los 16 por llamar traidor a un compañero enrolado en una fuerza paramilitar proespañola. Antes de los 17 lo destierran a España y tras rebotar por México y Centroamérica regresa a Cuba en 1878, meses después de concluir su primera y frustrada guerra de independencia. Martí llega casado y con la esposa embarazada pero como en la época no se veía bien que un hombre se entrenara en el cambio de pañales, Martí empieza a conspirar para una nueva guerra que estalla en agosto de 1879. Hasta que lo descubren. Lo vuelven a expulsar a España, pero al rato se escapa a Francia y de ahí embarca para Nueva York. Llega el 3 de enero de 1880 y se aloja en la casa de huéspedes de los esposos cubanos Marcos Mantilla y Carmen Miyares situada en 49 E 29 Street. El pintor colombiano Guillermo Collazo lo recomendó para colaborar con la publicación The Hour donde Martí publicó sus primeras impresiones del país donde “los que buscan honestamente trabajo encuentran siempre una mano generosa. Una buena idea siempre halla aquí terreno propicio, benigno, agradecido. Hay que ser inteligente; eso es todo”. Quince inviernos después dirá horrores, pero ahora es un recién llegado entusiasta. A la semana de llegar ya está en contacto con las organizaciones de exiliados. En marzo llega la esposa y el pequeño hijo de ambos. Martí conspira, pronuncia discursos y en octubre la esposa, Carmen Zayas Bazán, regresa a Cuba con Pepito. La historia oficial cuenta que quería que el marido se dedicara a mantenerla en vez de conspirar. Pero resulta que Carmen 2, la de la casa de huéspedes, estaba embarazada. Y Carmen 1 sospechaba que el responsable era Martí. Un infundio, seguramente. En noviembre nace la niña: Martí es el padrino cuando bautizan a María. Pero al crecer se parece mucho a Martí de joven. Y antes de morir Carmen 2 le cuenta a María que es hija del Apóstol Martí. Pasan los años y María Mantilla le cuenta a su hijo, César Romero, quien iba camino a convertirse en estrella de Hollywood, que su abuelo es el Messi de la independencia de Cuba. El actor debió sentirse como Clark Kent al descubrir que había nacido en Krypton. Años después Romero se convirtió en el Joker, la némesis de Batman en la serie de televisión. Pero debe ser mera coincidencia.

Con Carmen 1 y Pepito 2 en Cuba Martí tendría las manos libres para la magna tarea de liberar su país, pero para entonces la segunda guerra de independencia cubana ya había concluido con nueva derrota de los independentistas que en venganza le pusieron la Guerra Chiquita.

De pronto el futuro Apóstol de la independencia no sabía qué hacer: porque planear la independencia de un país es bastante menos complicado que hacer caber a dos Cármenes en una sola vida.

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Enrique del Risco es licenciado en Historia y doctor en Literatura Latinoamericana. Es profesor de Literatura y Lengua Española en la Universidad de Nueva York. Ha publicado cinco libros de narrativa. “Enrisco” es el pseudónimo con que el escritor publica sus textos de humor, que en las últimas décadas suman ya cuatro libros y cientos de artículos en numerosas publicaciones de Estados Unidos y el mundo hispanohablante. Esta columna es la primera de una serie en la que Enrisco comentará con humor diferentes aspectos de la presencia hispana en Nueva York a través de la historia.

“Esta es la hora del Espíritu”

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Monseñor Juan de la Caridad García, arzobispo de La Habana, Cuba. Foto: Jorge I. Domínguez-López

Entrevista con monseñor Juan de la Caridad García, arzobispo de La Habana

En abril del año pasado, el papa Francisco nombró a monseñor Juan García arzobispo de La Habana. Después de 35 años, la arquidiócesis habanera tenía un nuevo pastor. Y un “pastor con olor a oveja” como repiten los habaneros cuando uno les pregunta qué piensan de su Arzobispo.

EN LA HABANA SE SABE —aunque él jamás lo contaría— que Mons. García se levanta muy temprano los viernes para ir a celebrar la misa a las religiosas de la Edad de Oro, un hogar donde las Hijas de la Caridad cuidan a personas con severas discapacidades mentales, desde la cuna hasta la muerte. Es un lugar muy duro, dicen quienes lo visitan.

Cuando Mons. García termina la misa, se queda a ayudar a las hermanas a bañar y darles el desayuno a los enfermos. Esos gestos, intensamente privados, van forjando de alguna manera su figura, van acrecentando el cariño que le tienen ya en La Habana a este camagüeyano de oraciones largas y maneras sencillas.

No soy un testigo imparcial en este caso: Mi padre, Teodosio Domínguez, es el primer diácono permanente de Cuba. Tiene 88 años, está enfermo y vive en un pequeño pueblo a treinta millas del Arzobispado de La Habana. Monseñor Juan García, en medio de sus muchas obligaciones, ha hallado tiempo para visitarlo varias veces. En febrero, cuando supo de la muerte de mi madre, acudió al pueblo para celebrar la misa de cuerpo presente en la iglesita del pueblo.

Por eso digo que no soy un testigo imparcial, pero al mismo tiempo, Mons. García hace esas cosas cada semana por sus sacerdotes, religiosas, diáconos y laicos. Me temo que dentro de poco no quedarán testigos imparciales en La Habana, porque el Arzobispo va repartiendo sus gestos de bondad como si le sobraran.

El día que fui a visitarlo llamé en la mañana a su oficina. Me dijeron que volviera a llamar al mediodía, pues el Arzobispo había ido a visitar a un sacerdote enfermo. Cuando volví a llamar, su secretaria me pidió que esperara en la línea. De pronto sentí la voz nasal de Mons. García. Quería saber a qué hora prefería yo ir a verlo. Le expliqué que me parecía mejor que siguiéramos el consejo de su secretaria y nos viéramos a las tres, que me parecía más lógico que fuera yo quien me adaptara a su horario. Él de todos modos insistió en que si no me convenía podíamos buscar otra hora. Llegué al Arzobispado a las tres en punto.

Mons. García es un hombre diáfano, que parece conocerse bien y sentirse cómodo en su piel. Es cordial, pero sin excesos de efusión: mantiene al interlocutor a prudente distancia. En la conversación evita con estudiada prudencia la política, pero no los temas que puedan tener resonancia política. Al preguntársele por sus preocupaciones, enseguida menciona los presos, los ancianos abandonados y el aborto, tres temas omnipresentes, pero sobre los que los medios cubanos prefieren hacer silencio.

Cuando le pregunté por sus esperanzas no dijo nada ni remotamente político, y en ningún momento mencionó al gobierno cubano ni a Raúl Castro. En ese sentido, Mons. García —fanático del béisbol como tantos de sus compatriotas— también se parece al cubano de a pie, que cada día habla menos del gobierno, y piensa menos en él.

Uno se lleva la impresión de que Mons. García se ha propuesto comprobar la profesada fe de José Martí en el mejoramiento humano y en la utilidad de la virtud. Parece vivir al margen de las maniobras y los desvelos de la política. Parece un hombre sin sed de protagonismo. Quizás sea el obispo ideal para La Habana de esta época. Y muy bien podría demostrar que José Martí estuvo en lo cierto. Hay que rezar porque tenga éxito.

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Jorge I. Domínguez, editor de Nuestra Voz, y monseñor Juan García, arzobispo de La Habana.

Nuestra Voz: Cuando el Arzobispo de la Habana hace sus oraciones en la noche antes de dormir, ¿por qué reza? ¿Por quién?

Monseñor Juan de la Caridad García: Bueno, cuando uno se va acostar la Iglesia le pide rezar una oración que se llama Completas en la que se pide el perdón por lo que no se ha hecho bien… que siempre hay algo que no hacemos bien.

Se pone uno en las manos de Dios. Y entonces le digo al Señor como decía Juan XXIII: «Yo me voy a dormir, Tú ocúpate de toda la Iglesia que se queda ahora en espera, en oración, muchas veces actuando». Porque hay personas que por la noche trabajan: las Siervas de María, que cuidan enfermos por la noche, las Hijas de la Caridad, que atienden a los impedidos físicos y mentales.

Siempre pido por las vocaciones y siempre le digo al Señor que mañana no haya abortos, si Tú quieres, que mañana no haya abortos, que mañana no haya violencia, que mañana todo sea paz y concordia.

Lo único que hago, o trato de hacer,
es lo que dice el Evangelio:
visitar enfermos, acercarnos a los que sufren,
acompañar a las personas, escucharlas, orientarlas.

NV: Dicen que usted es un pastor con olor a oveja. ¿Por qué tiene esa fama?

Mons. García: Bueno puede que tenga la fama, pero en realidad uno siempre pudiera hacer más. Lo único que hago, o trato de hacer, es lo que dice el Evangelio: visitar enfermos, acercarnos a los que sufren, acompañar a las personas, escucharlas, orientarlas.

NV: En los años noventa creció mucho la asistencia de la iglesia. Algunos opinan que la práctica cristiana ha vuelto a declinar en los últimos años. ¿Qué piensa Ud. al respecto?

Mons. García: Yo creo que hay un deseo de Dios extraordinario. Eso no quiere decir que la gente venga a la iglesia, que se bauticen, que hagan la Primera Comunión, que se casen por la Iglesia, pero hay una cosa muy buena que tiempo atrás no había: El deseo de Dios. Todo el mundo pide bendiciones, todo el mundo hace preguntas, todo el mundo quiere un rosario —que quizás no sepan rezar, pero lo piden—, quieren crucifijos, Biblias, preguntan sobre cuestiones de la Iglesia, del Evangelio, de la Biblia, de la fe.

Nosotros tenemos una tierra buenísima, [pues] hay un deseo de Dios. Lo que nos toca ahora es sembrar. Es un gran desafío el nuestro: pasar del deseo de Dios a la vida de Dios, a la vida realmente cristiana, que es una vida de amor, una vida de perdón.

Yo creo que este es un momento buenísimo. Yo creo que el Espíritu tiene sus momentos y sus tiempos. Ahora es el momento de hacer presente el Evangelio, para presentar la verdadera fe, para mostrar la verdadera fe. Esta es la hora del Espíritu y este es nuestro momento.

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Capitolio de La Habana. Foto: Jorge I. Domínguez-López

NV: El papa Francisco ha dicho que él quisiera que la iglesia fuese como un hospital de campaña, una Iglesia «en salida», que vaya a las periferias. ¿Qué quieren decir esas frases desde la perspectiva de La Habana?

Mons. García: Hay muchas personas que sufren, muchos niños que sus papás los abandonaron, muchas esposas abandonadas, muchos viejitos abandonados, necesitados de cariño, necesitados de amor.

La Iglesia quiere salir a ayudar a esos sus familias. Tenemos que tratar de consolar a los familiares de los presos que esperan la liberación de estos presos y que desean ayudarlos más. La Iglesia también quisiera ayudarlos más.

Hay muchas personas que sufren y Jesucristo estaba al lado de los que sufrían, y consolaba, y esta es nuestra misión.

Hay una cosa bonita, aquí en La Habana, que esta resurgiendo con mucha fuerza que es la infancia misionera, un grupo de niños y adolescentes que van visitando las casas en muchos lugares lejanos en donde no hay capillas, donde no hay casa de misión, donde no hay iglesias. Y allí conocen el dolor, conocen la angustia, y entonces traen la buena noticia del evangelio. La experiencia es muy bella, es muy hermosa, tanto para los que van a anunciar el evangelio como para aquellos que lo reciben.

Dios es capaz de darnos
lo que no podemos imaginar.

NV: ¿Y cuáles son sus esperanzas?

Mons. García: Hay un texto bíblico que dice que Dios nos puede dar aquello que no podemos imaginar. No es textual la frase, pero ese es el mensaje. Dios es capaz de darnos lo que no podemos imaginar.

Con esa confianza esperamos que todo sea mejor, que nos tratemos como lo que somos: hermanos, hijos de Dios e hijos de la Virgen de la Caridad.

Esa devoción a la Virgen es tan fuerte que hay gente que dice que no cree en Dios pero que si creen a la Virgen. Es ilógico pero lo dicen, y lo aseguran, y eso es un motivo de esperanza también. Es una fe que se puede instruir, que se puede catequizar, que se puede hacer crecer.

Estamos en las manos de Dios. Dios quiere el bien de todos, nos creó para la felicidad, nosotros somos los que estamos encargados de sembrar esa esperanza y ese camino de felicidad, enseñar ese camino. Quizás hoy estemos mejor que ayer en cuanto a la fe; y pienso que mañana estaremos mejor que hoy.

NV: Quisiera que nos dijera una palabras para los hispanos de Brooklyn y Queens, entre ellos los cubanos que viven allí.

Mons. García: Bueno, que los que están allá ahora, que nacieron en América Latina, conserven sus raíces, pero que también piensen que están allí al final por providencia divina, al final porque Dios lo quiso. Y pertenecen a la Iglesia, que es católica, no a la Iglesia cubana, no a la iglesia «brooklyniana». Lo que hay es Iglesia de Cristo en Cuba, Iglesia de Cristo en América Latina, Iglesia de Cristo en Brooklyn. Y allí hay mucho que hacer también, mucho que sembrar, mucho que enseñar, mucho que testimoniar. Así que sin olvidarse de sus raíces, de su pasado, de su Iglesia, de donde empezaron en la fe, ahora allí donde están han de sembrar y han de recoger frutos de fe y de amor.

Colombia: concurso para elegir el himno de la visita del Papa

LA ANUNCIADA VISITA del papa Francisco a Colombia desde el 6 al 10 de septiembre ha sido motivo de gozo entre los colombianos, sobre todo para quienes viven en Bogotá, Medellín, Cartagena y Villavicencio, las ciudades que visitará el Sumo Pontífice durante su viaje apostólico a este país suramericano. Papa Francisco

El Santo Padre hará desde Colombia un llamado a la reconciliación nacional.

El gobierno del presidente Juan Manuel Santos y el grupo guerrillero FARC firmaron la paz el pasado mes de noviembre, tras varios años de negociación en La Habana, Cuba.

Las autoridades eclesiásticas avanzan en los preparativos para dar la bienvenida a Francisco a suelo colombiano. Y se espera un estricto esquema de seguridad por parte de las fuerzas del orden colombianas para garantizar la seguridad del máximo jerarca de la Iglesia Católica, de su comitiva y en general de los asistentes a los diferentes actos.

Por su parte el secretario adjunto de la Conferencia Episcopal de Colombia, el padre Juan Álvaro Zapata, invitó públicamente y a través de los medios de comunicación, a todos los músicos católicos del país para participar del concurso “Cántale al Papa”; una iniciativa para motivar a los artistas nacionales a componer el himno oficial de la visita del papa Francisco a Colombia.

Según dijo en su video mensaje el padre Zapata, la difusión del concurso ha contado con el apoyo del canal católico Cristovisión.

“Queremos que el himno sea un mensaje de esperanza, reconciliación y paz para todos los colombianos”, dijo. Agregó que el mismo debe ser llamativo, claro y que debe animar a la comunidad colombiana con mensajes de paz.

Las propuestas deben ser enviadas al correo electrónico cantalealpapa@cristovision.org Esta será la tercera visita papal a Colombia.

En la primera Pablo VI llegó al aeropuerto de la capital colombiana el 22 de agosto de 1968, un hecho histórico por tratarse de la primera visita de un Papa a Latinoamérica.

En la segunda visita pastoral el 1º de julio de 1986 el papa San Juan Pablo II aterrizó en el mismo puerto aéreo colombiano para difundir un mensaje de alivio luego de las tragedias ocurridas meses antes en el Palacio de Justicia y en la población de Armero, Tolima, que fue arrasada por una avalancha.

Peregrinación a Cuba con monseñor Cisneros

DEL 24 AL 31 DE MARZO, monseñor Octavio Cisneros, obispo auxiliar de Brooklyn, lideró un grupo de 20 personas
que realizó un peregrinaje de Cuaresma a Cuba. Salieron desde el aeropuerto John F. Kennedy hasta Montego Bay en Jamaica y de allí tomaron un crucero hasta Cuba. Monsen¦âor Cisneros

“Hicimos los propósitos que queríamos: primero que nada visitar el Santuario de la Virgen de la Caridad en el pueblo del Cobre, fue lo primero que hicimos al llegar a Cuba. Tomamos un bus desde el puerto que nos llevó directamente al pueblo del Cobre que es donde está el Santuario de la Virgen. Allí celebramos misas, tuve la oportunidad de
saludar al Arzobispo de La Habana y fue un momento, yo creo para todos lo que asistieron, muy emocionante; porque visitar Cuba es visitar a la Virgen de la Caridad del Cobre. Hay dos símbolos que son muy patrióticos, que ya de verlos uno piensa inmediatamente en Cuba, uno es la bandera y el segundo es la Virgen de la Caridad del Cobre”, comenta monseñor Cisneros.

El viaje continuó en bus en Santiago de Cuba. “Visitamos la Catedral de Santiago de Cuba, que ahora está muy bonita, la han renovado después de tantos años que no se cuidaba y del embate del huracán Sandy. La Catedral tiene mucho significado porque fue la primera sede de la primera Diócesis que hubo en Cuba. Es la Catedral Primada
de Cuba y ahí estuvo como obispo el santo Antonio María Claret. Él fue obispo en la Catedral de Santiago”, agrega monseñor Cisneros. En el crucero siguieron la ruta hacia La Habana. “Allí tuvimos la oportunidad de visitar la Catedral de La Habana, ahí celebré misa en la Capilla del Santísimo, fue muy lindo porque fue de manera privada, celebrando con toda la historia que tiene la Catedral”. En La Habana, los peregrinos visitaron el Centro Cultural Félix Varela. “Este centro tiene una historia interesante porque fue la primera universidad que hubo en Cuba.

Al mismo tiempo era seminario y también estudiaban otros estudiantes. Después fue seminario por muchos años hasta que se construyó un seminario a las afueras de La Habana, El Buen Pastor, en los años 50 y entonces se convirtió en Residencia Episcopal cuando el cardenal Manuel Arteaga la hizo su residencia y allí estuvo hasta la llegada de la revolución”, explica el obispo auxiliar de Brooklyn.

“Después fuimos al Cementerio de Colón, el antiguo Cementerio Espada, que tiene una gran historia por las personas que están allí, pero también por su arquitectura, sus monumentos que son muy bonitos con mármoles traídos de Italia”, dice monseñor Cisneros.

Monseñor Octavio Cisneros recordó cómo siguió el recorrido. “Al día siguiente celebramos la misa en la parroquia del Santo Ángel Custodio, una vez más nos montamos en el crucero y continuamos por la parte norte, dando la vuelta por el Cabo San Antonio hasta llegar en la costa sur a Cienfuegos y allí una vez más lo primero que hicimos fue visitar la Catedral de Cienfuegos, de Nuestra Señora de la Purísima Concepción y celebramos la Eucaristía. El Obispo [de Cienfuegos] nos habló”.

Austen Ivereigh: Nuestro hombre en La Habana

El escritor, vaticanista e historiador británico Austen Ivereigh, publicó en 2014 una espléndida biografía del papa Francisco titulada The Great Reformer. La biografía apareció en español con el título El gran reformador. Ivereigh fue portavoz del cardenal Cormac Murphy-O’Connor, entonces arzobispo de Westminster, después de varios años como vicedirector del periódico católico The Tablet, del Reino Unido, y actualmente es el fundador y coordinador de Catholic Voices. Es uno de los comentaristas más lúcidos y agudos del mundo católico. Para Nuestra Voz es un lujo contar con Austen Ivereigh como nuestro corresponsal en la visita del papa Francisco a Cuba y Estados Unidos. Vaya aquí una invitación a seguir los reportajes de Austen Ivereigh para Nuestra Voz en internet, en la edición impresa de octubre y en Twitter (@nuestravozDOB y @austeni). Por las próximas dos semanas, él será nuestro hombre en La Habana…y en Santiago de Cuba, Filadelfia y Nueva York. Y es un privilegio que agradecemos y que podrán disfrutar nuestros lectores.

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El 13 de marzo de 2013, Austen Ivereigh estaba en la Plaza de San Pedro, en la Ciudad del Vaticano, cuando se anunció al mundo la elección del cardenal Jorge Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, como Sumo Pontífice de la Iglesia Católica. ¿Una feliz coincidencia? Quizás. Pero lo cierto es que su vida entera parece llena de detalles que sirvieron de preparación para escribir la biografía del papa Francisco. Austen fue novicio jesuita a finales de los noventa, habla un español castizo con dejos porteños en el que es difícil descubrir cualquier acento anglosajón. ¿El título de su tesis doctoral en la Universidad de Oxford? Catolicismo y política en Argentina 1810-1960. ¿Su ocupación? Vaticanista dicen unos, periodista, otros. Son definiciones ciertas, aunque insuficientes, pero excelentes para un biógrafo del Papa.

La biografía del papa Francisco escrita por Ivereigh nos lo muestra más bien como un historiador con la garra de un periodista y la prosa de un narrador innato. Su libro tiene el mérito de responder preguntas esenciales sobre el Papa. Las respuestas son imprescindibles para entender a Francisco, para entender su concepto de Iglesia y para saber cómo llegó a concebirlo.

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En medio del tsunami mediático que ha provocado el Papa es fácil olvidar que cuando fue elegido ya tenía reservada su habitación para sacerdotes retirados en Buenos Aires. Es fácil también olvidar que cuando fue nombrado obispo auxiliar de Buenos Aires en 1992 era un jesuita que había perdido el favor de sus superiores. La biografía de Ivereigh nos presenta una convincente explicación de esa curva ascendente que pocos pudieron predecir.

Ivereigh regala también —con una fidelidad por la verdad histórica que su admiración por el Papa no perturba—, los momentos más críticos de la vida de Francisco. ¿Qué hay de cierto en las sorprendentes y contradictorias acusaciones que se lanzan contra el Papa? ¿Cómo puede alguien ser tenido al mismo tiempo por partidario de la teología de la liberación y cómplice de la dictadura argentina?

Ivereigh presenta su defensa armado con datos, no con metáforas apologéticas. Hay en su obra un ejemplar respeto por la inteligencia del lector: Ivereigh lo trata como un adulto al que se le presenta una tesis, nunca como a un niño al que se le administra una hagiografía. Sólo hay dos momentos del libro donde el lector querría ver más claridad en las conclusiones o más abundancia en los datos: al rebatir las acusaciones hechas por Emilio Mignone en su libro Iglesia y dictadura, y al explicar el regreso del entonces padre Bergoglio a Argentina desde Alemania, adonde había ido a hacer un doctorado en 1986. El autor ofrece plenitud de datos en el primer caso y una explicación plausible en el segundo, pero la información disponible quizás no baste para convencer a todos los lectores.

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Son meros detalles en una sólida investigación que ha sido desgranada con agilidad de periodista y tersura de narrador. Aquí el lector podrá descubrir la pasión adolescente —pero nunca extinta— del Papa por el peronismo, su improbable relación con Jorge Luis Borges, su compromiso de larga data con los más pobres, su talento para los pequeños gestos elocuentes, la sinceridad de su sencillez que a algunos escandaliza…

Pero hay más. Ivereigh ha dicho —¿en broma?— que lo difícil no era entender al papa Francisco sino entender a Argentina. La frase implica que para descifrar al Santo Padre hay que entender primero a su patria y a su Iglesia. Ivereigh nos da una explicación convincente del entramado que une la vida personal de Jorge Bergoglio con la historia argentina y el derrotero de la Iglesia en América Latina desde el Concilio. Para Ivereigh, el papado de Francisco es “la llegada” de la Iglesia latinoamericana al gran escenario mundial. Con Francisco, Latinoamérica pasa de receptora a emisora de las grandes líneas que dibujan el camino de la Iglesia en la historia. Para Ivereigh, Jorge Bergoglio es una expresión de esa madurez y, al mismo tiempo, el elegido para ponerla en evidencia y en práctica. Nadie que quiera entender este papado sorprendente debería perderse la agradable sorpresa que es leer el retrato de cuerpo entero que ha hecho Austen Ivereigh del papa Francisco.

Cuba se prepara para recibir al papa Francisco

A un mes escaso de la llegada a Cuba del papa Francisco, se notan ya en La Habana los preparativos: se repavimentan —para regocijo de los conductores de vehículos que transitan por esas vías— algunas arterias importantes que recorrerá el Papa a su llegada y a su partida; la Catedral de La Habana y el Centro Cultural Padre Félix Varela, que recibirán al Santo Padre en la tarde del domingo 20, experimentan importantes obras de reparación, restauración y renovación.

La Iglesia en todo el país, pero sobre todo en las diócesis a visitar, está inmersa en un intenso proceso de preparación. Cuba es un país muy mayoritariamente creyente, con una fe de indudables raíces católicas, pero decenios de educación y propaganda ateísta han dejado un triste legado de ignorancia religiosa que se tiene muy en cuenta en la preparación de la visita. Se imprimen y distribuyen carteles, plegables informativos y toda la acostumbrada gama de materiales publicitarios: pancartas, calendarios, viseras, pegatinas, etc., concebidos para que tengan también el mayor valor catequético posible, y que se producen en el máximo número que permiten los limitados recursos disponibles y las ayudas de Iglesias e instituciones hermanas.

Se han acopiado y reproducido en diferentes formatos, para garantizar su más amplia divulgación entre la población, una variedad de documentales y otros materiales audiovisuales sobre el papa Francisco y su ministerio como pastor universal de la Iglesia. Se organizan encuentros de consejos parroquiales, de las diversas pastorales, de movimientos y asociaciones laicales, que se dedican a conocer mejor al Papa y a profundizar en sus enseñanzas. Se organiza la misión, de cara a la cercana novena preparatoria a la fiesta de la Virgen de la Caridad, buscando lograr una irradiación de las parroquias en los barrios en los que están insertas, y de cada católico en el ambiente en que se desenvuelve.

El enorme bien que hicieron las visitas de san Juan Pablo II y Benedicto XVI demostró que el pueblo cubano es muy receptivo hacia el mensaje de paz, justicia y reconciliación que trae el sucesor de Pedro. El lema escogido para la visita del papa Francisco es “Misionero de la Misericordia”, ideal por la centralidad que ha dado el Santo Padre a la misericordia en su ministerio, y porque nuestro pueblo, capaz de dar generosamente de lo poco que tiene ante el dolor del necesitado, entiende el lenguaje de la misericordia y sabrá que es el mismo lenguaje del perdón y la reconciliación que tanto necesitamos todos.

Gustavo Andújar es presidente de la Asociación Católica Mundial para la Comunicación (SIGNIS). Es director del Centro Cultural Padre Félix Varela de la arquidiócesis de La Habana y de la revista Espacio Laical. Tuvo una larga carrera como investigador químico. Tiene un doctorado en Ciencia y Tecnología de los Alimentos.