Salva tu alma

Queridos amigos:

Con gran alegría les comparto una crónica escrita por uno de nuestros misioneros en África. Se trata de mi gran amigo el P. Diego Cano, quien es oriundo de Argentina y tiene ya muchos años misionando en Tanzania. Con gran entusiasmo P. Diego nos ha ofrecido esta breve crónica para darnos a conocer la labor de un misionero en tierras africanas acompañadas de unas fotografías tomadas por él mismo.

Espero que ayude a pensar en lo mas importante: Salvar el Alma.

p. Emanuel Martelli, IVE

Queridos amigos de la misión en Tanzania, espero que se encuentren todos muy bien. ¡Tanto tiempo sin escribirles! Han pasado muchas cosas desde la última crónica, y por lo tanto tengo mucho para contarles, pero vamos de a poco. En esta ocasión quiero contarles sobre la Misión Popular que realizamos en la parroquia de Nyamilangano. Para los que tienen problema de memoria (creo que cada vez somos más), les recuerdo que esta parroquia se inició el año pasado, hace casi un año exacto, el 25 de agosto de 2018. Tiene por patronos a San Pedro y San Pablo Apóstoles, y fue una división de nuestra enorme parroquia de Ushetu. También se agregaron algunas aldeas de la parroquia vecina, con lo que quedó conformada ésta nueva, que nos dejó el obispo a nuestro cuidado en sus inicios. Ahora bien, para nosotros significó un aumento notable del trabajo, porque sobre que teníamos ya 53 aldeas en la parroquia de Ushetu, al agregar algunas aldeas de la parroquia vecina para hacer esta nueva, llegamos a atender durante este año a 61 aldeas, en un radio de 2.800 km2. Físicamente imposible de atender como uno desearía, y por eso hicimos lo mejor que pudimos. Ahora el obispo vuelve a dividir nuestra parroquia de Ushetu, que había quedado con 41 aldeas, y seguía siendo la parroquia más grande de toda la diócesis. Va a crear una nueva parroquia, que llevará por nombre “San Martín de Porres”, de Kangeme. Nosotros dejaremos a los padres diocesanos la que se fue creada el año pasado, y quedaremos con dos parroquias, un poco más pequeñas, es decir con las 41 aldeas, pero en dos parroquias. Espero que se entienda lo que acabo de explicar.

Perdón por esta larga introducción, pero es para que se entienda bien, ya que cuando les contamos a algunos de ustedes que dejábamos la parroquia de Nyamilangano, nos comenzaron a preguntar si era la parroquia de Ushetu, en la que estamos desde los inicios, etc. Se prestó para un poco de confusión aquella noticia que envié “así nomás”, y por eso va esta larga explicación.

Como el traspaso de esta parroquia se realizará en septiembre, decidimos hacer una Misión Popular, a manera de despedida. Ha sido la misión popular más larga que hemos realizado desde que estamos aquí. Los que misionaron en esos días fueron el P. Víctor con los novicios y postulantes, las hermanas y las novicias y postulantes, los jóvenes de la parroquia de Nyamilangano y de Ushetu, las Voces del Verbo de Tanzania, y dos voluntarias venidas desde Estados Unidos. Un gran equipo, de casi cincuenta personas.

Fue un enorme esfuerzo trasladarse todos a Nyamilangano, y vivir allí los diez días que duró la misión. Estamos en plena época de sequía y el viento y la tierra son una buena mortificación. Por las noches refresca bastante, y al mediodía el sol quema. Las visitas de casas se realizan con gran sacrificio, caminando mucho, pero la gente estaba feliz de que los visiten. Muchos de los misioneros mismos quedaban sorprendidos al ver la cantidad de paganos que hay. No se imaginan que estamos en una tierra de misión ad gentes, hasta que hacemos actividades como éstas, que no se trata de esperar que la gente venga a la iglesia, sino de ir a buscarlos a sus casas.

La misión infantil fue un éxito, como sucede siempre. Hubo una gran cantidad de niños, que venían por la mañana, y por la tarde se aumentaba ya que salían de la escuela. El “Santo lío” se realizaba en medio de una gran polvareda debido a los saltos de los niños, que se perdían en la nube de tierra. Todos quedaban cubiertos de polvo de pies a cabeza.

Al acto misionero venían muchos jóvenes del colegio secundario, más de cuarenta cada día. Fue muy impactante el día de la Eucaristía, con una procesión eucarística que traía el recuerdo de la Solemnidad misma del Corpus, por la gran cantidad de fieles que participaron. Ese día también hubo adoración por turnos, durante todo el día. El segundo viernes de la misión se rezó el Via Crucis por la calles, y la gente que veía pasar esta multitud de niños, jóvenes y adultos, que se arrodillaban en medio del poblado, miraban con mucha admiración y respeto. Esa noche se proyectó la película de la Pasión de Cristo, y llegó muchísima gente, algunos de ellos paganos, que miraban con atención el video. Hemos visto mucha gente llorando, y reinaba un gran silencio, a pesar de ser más de 400 espectadores.

Durante la misión se confesó una gran cantidad de fieles, y se acercaron muchos para comenzar a regularizar su situación matrimonial. Mucha gente regresó a la iglesia luego de muchos años. Y de manera especial, un buen número de paganos escucharon la predicación, tal vez por primera vez, en sus casas.

La clausura de la misión tuvo lugar en un clima de gran alegría. Ese día ingresaron en las Voces del Verbo unos 53 jóvenes. También se les agradeció a la gente del lugar, por habernos dado de comer, con mucho sacrificio y esmero, a 50 misioneros, durante diez días… ¡no es poca cosa, y sobre todo en ésta misión! Se hizo una procesión con la cruz de hierro que sería bendecida y colocada en el frente de la iglesia, con las palabras que nos recuerdan la verdad fundamental del hombre: SALVA TU ALMA. Es también la verdad fundamental que se debe predicar en toda misión, es la verdad por la cual nosotros estamos aquí dando nuestra vida, es para lo cual el Verbo se hizo carne y murió en la Cruz… para Salvar nuestras almas.

¡Firmes en la brecha!
p. Diego Cano, IVE.
Misionero del Instituto del Verbo Encarnado en Tanzania

 

Monseñor Alfonso Cabezas, sacerdote por vocación y misionero de corazón

Mons. Alfonso Cabezas ha servido como sacerdote por 50 años y como obispo los últimos 31.

Monseñor Alfonso Cabezas nació en la ciudad de Neiva, Departamento del Huila, Colombia, en diciembre de 1943 y creció en un hogar de sólidos valores católicos junto a sus dos hermanos y tres hermanas.

“Mis padres eran cercanos a la parroquia, fueron buenos católicos y atentos a las celebraciones ordinarias y colaboradores con la catedral de Neiva. Procuraban ir a la santa misa y rezar el Santo Rosario todas las noches […] todo eso ha influido en la maduración de unas virtudes cristianas”, asegura Monseñor.

Cuando tenía 8 años recuerda que su primo Ricardo Cabezas, quien servía como diácono, lo invitó a una misa que un sacerdote fue a celebrar a Neiva y nunca olvidará que gracias a él pudo acompañarlos de cerca durante la eucaristía.

En 1956, al iniciar la escuela media y secundaria que en Colombia se conoce como el bachillerato, ingresó al Seminario Menor de los Padres Vicentinos en Santa Rosa de Cabal, Departamento de Risaralda. “Así fue transcurriendo la vida, fui haciendo un discernimiento, fui creciendo en ese llamado de nuestro Señor y se fue consolidando, yo en medio de la oración y del acompañamiento de las amistades que me rodeaban”, recuerda el prelado.

En 1961 ingresó al Seminario Mayor donde cursó filosofía y teología y concluyó sus estudios en 1968 cuando fue ordenado diácono transitorio por San Pablo VI que viajó a Colombia en el mes de agosto para asistir a la Asamblea del Episcopado Latinoamericano.

En 1969 recibió la ordenación sacerdotal de manos del arzobispo de Popayán, Monseñor Samuel Silverio Buitrago. “Después a trabajar se dijo alternando en los seminarios y en las misiones”, comenta.

De las primeras misas que ofició recuerda haberse sentido asustado “pero también muy emocionado, eso es lo que le queda a uno, ese misterio que comencé a celebrar desde esa primera misa. Las primeras eucaristías que uno celebra son emocionalmente impactantes y bonitas para uno y para los familiares, son experiencias únicas en la vida”.

En el ejercicio de su ministerio en Colombia sirvió en los seminarios de Popayán (Cauca), Garzón (Huila), Seminario Arquidiocesano de Ibagué (Tolima) y Seminario de Filosofía de los Padres Vicentinos en Medellín (Antioquia). También dirigió el noviciado y el seminario teológico de los vicentinos.

Monseñor Cabezas ha servido como misionero durante algunos periodos. Su primera experiencia fue con la comunidad indígena Páez en el Cauca y luego con la población afrocolombiana del bajo Cauca, lugares históricamente azotados por el flagelo de la violencia.

En 1984 fue asignado a servir como Visitador Provincial de la Comunidad de los Padres Vicentinos, cargo que ocupó por tres años. Posteriormente San Juan Pablo II lo nombró Obispo Auxiliar de Cali en 1988 y entre los años 1994 y 2002 fungió como Obispo de Villavicencio.

“Fui a trabajar a Villavicencio donde se concentraba una fuerza de guerrilleros de las FARC y de las Autodefensas, sumada a la presencia de la fuerza pública y el Ejército. Esa lucha en una diócesis que comprendía en ese entonces 80 mil kilómetros cuadrados. Estar uno en medio del fuego cruzado para salir a visitar parroquias rurales y muy distantes donde se llegaba en carro, avioneta, lancha, bus o lo que fuera”, recuerda Monseñor.

Con la violencia llegó el fenómeno del desplazamiento masivo de las zonas rurales a las ciudades. “Fueron momentos muy difíciles y de mucho desgaste pero Dios en su bondad permitió que esa diócesis creciera en medio de tanto sufrimiento y se fundó en 1993 el seminario donde tenemos buenas vocaciones y se han ordenado más de cien sacerdotes, lo cual es una bendición en medio de las tribulaciones y el sufrimiento del pueblo”, asegura.

En 2003, fue por un año a las misiones en Ruanda, Burundi y Este del Congo. Su paso por el continente africano estuvo marcado por frecuentes hechos de violencia. “El superior general de los vicentinos consideró que no era prudente quedarme allí y fue cuando me pidió que viniera a trabajar con la comunidad hispana en Brooklyn y Queens”, explica Monseñor.

Y es que desde aquí Monseñor Alfonso Cabezas continúa sirviendo a las misiones del África “consiguiendo lo que ustedes conocen como el ‘Fondo para las Chivitas’ para comprar animalitos para la gente más pobre de estos países”, afirma el religioso al tiempo que explica que su búsqueda de recursos también está destinada a apoyar un seminario que nació en Ruanda en 2003 para servir a las vocaciones vicentinas de Burundi, Ruanda y del Este del Congo.

Además, este prelado colombiano organiza dos banquetes anuales para recaudar fondos para la construcción de un nuevo seminario con mayor capacidad para alojar más seminaristas pues afortunadamente los frutos vocacionales allí son cada vez más. “La Diócesis muy amablemente nos ha colaborado, a través del Señor Obispo, y de Monseñor Charles, encargado de las misiones”, asegura Monseñor Cabezas.

Normalmente Monseñor viaja a estos países africanos durante el verano. “Allá la situación está mucho mejor sobre todo en Ruanda porque en Burundi y en Este del Congo lamentablemente la violencia ha seguido a raíz de las minas de coltán, oro y diamantes; lo que atrae la codicia de las grandes internacionales del dinero y hay también muchos grupos armados que todavía hacen sufrir a la población”, asegura.

Monseñor Alfonso Cabezas sirve a la Provincia de Estados Unidos de la Congregación de la Misión cuya base se encuentra en la iglesia San Juan Bautista, mientras vive en la residencia parroquial de la iglesia de Nuestra Señora del Buen Consejo, ambas ubicadas en Bedford-Stuyvesant (Brooklyn).

De la comunidad hispana de Brooklyn y Queens opina que “los hispanos tenemos ese cristianismo, catolicismo y religiosidad popular. Es un gran desafío para la iglesia ver cómo lograr que las segundas y terceras generaciones de hispanos católicos en los Estados Unidos no se desconecten de su fe a causa de este ambiente tan secular que los rodea”, reflexiona.

“Soy fidelísimo al Papa”, dijo el Cardenal Sarah en su 50° aniversario sacerdotal

ROMA—. El 20 de julio el cardenal Robert Sarah celebró su 50° aniversario sacerdotal donde reafirmó su fidelidad y deseo de seguir sirviendo a la Iglesia. “Estoy tranquilo porque soy fidelísimo al Papa. No pueden citar una palabra, una frase, un gesto con el que yo me oponga al Papa. Es ridículo. Yo estoy al servicio de la Iglesia, del Santo Padre, de Dios. No debemos caer en esta trampa. Debemos seguir enseñando. No me importa lo que digan”. Aseguró el prelado.

Refiriéndose a la celebración de su aniversario, recordó  los inicios de su llamado, cuando vio a unos misioneros que, en su aldea natal, aún sin electricidad, se levantaban a rezar antes que salga el sol. Fue en ese contexto donde uno de ellos le pregunto al pequeño Robert ‘¿Quieres ir al seminario?’,  a lo que el niño respondió que  sí, movido en ese momento por la sola curiosidad de conocer a aquella Persona que los misioneros veían en el silencio y la oscuridad de la capilla todas las mañanas.

En aquel momento ni siquiera se podría imaginar que la Providencia lo llevaría a ocupar el oficio de Prefecto de la Congregación para el Culto Divino, y actualmente, aunque han pasado ya los años, mantiene vivo el recuerdo de aquellos misioneros y al celebrar un nuevo aniversario de su ordenación sacerdotal, el Cardenal Sarah asegura que sigue tomando como modelo la generosidad de esos hombres que llegaron hasta su tierra para ayudar a los africanos y comunicarles la fe.

El Purpurado trabaja en el Vaticano desde el año 2001. Ha colaborado con Juan Pablo II, con Benedicto XVI y con Francisco. Por eso lamenta que lo presenten como un opositor al Papa.

Robert Sarah acaba de publicar su tercer libro en el que aborda las consecuencias de la crisis de la fe, pero aún está solo en francés. Se titula “Se acerca la tarde y el día casi ha terminado”, y está dedicado a todos los sacerdotes del mundo, a Benedicto XVI y al Papa Francisco.

El mártir incómodo de Brooklyn

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El día después de Navidad, tras sobrevivir las compras de regalos y las celebraciones de rigor, comenzamos a pensar en el Año Nuevo, en el futuro. Algunos de nuestros vecinos anglos sacarán ese mismo día 26 el arbolito para que se lo lleve el camión de la basura. Pasa la Navidad y miramos ya al año que estrenaremos. Y pensamos, claro, en la próxima fiesta, la del 31 de diciembre.

Al otro día de Navidad, el santoral católico recuerda a san Esteban, el primer mártir de la fe. Es otra manera de recordar que el Niño Dios nacido en un pesebre de Belén está destinado a morir clavado en una cruz como un criminal. Y que seguirlo puede llevarnos a compartir su suerte.

La historia del cristianismo está marcada por el martirio desde su mismo inicio, quizá por eso la Iglesia recuerde al primer mártir de la fe al otro día de celebrar el nacimiento del Mesías.

En este día en que nuestros ojos están puestos en el año entrante, en el futuro, en nuestros planes, la Iglesia nos recuerda a quienes renunciaron a todos los años por venir, a todos sus planes y su futuro por ser fieles al Evangelio. Y es bueno recordar entonces que el martirologio de los cristianos, tras un recorrido de veinte siglos, llega hasta el presente.

Hace unas semanas, Mons. Nicholas DiMarzio, durante la misa por el 100 aniversario de la ordenación sacerdotal de Mons. Francis X. Ford, anunció públicamente el inicio de su causa de canonización. La Diócesis de Brooklyn ha propuesto formalmente llevar a sus altares a uno de sus hijos.

Mons. Francis X. Ford

Recorte de periódico chino. Se cree que esta foto muestra a Mons. Ford en el campo de castigo donde pasó los últimos meses de su vida.
Recorte de periódico chino. Se cree que esta foto muestra a Mons. Ford en el campo de castigo donde pasó los últimos meses de su vida.

Fue un pastor eficaz y un misionero ejemplar. Practicó y predicó el respeto por la cultura china. Aprendió la lengua y las costumbres de su rebaño. “Nuestro Señor nunca fue condescendiente y nunca debemos considerar nuestra cultura mejor que cualquier otra”, escribió.

En 1949, los comunistas tomaron el poder en China. El régimen encabezado por Mao Zedong, que terminaría llevando a la muerte a sesenta millones de personas, desencadenó una brutal persecución contra la religión en general y contra la Iglesia católica en particular. Seguían así el guión que se repetiría en cada país donde los comunistas lograron tomar el poder.

En diciembre de 1950 el nuevo gobierno chino puso a Mons. Ford bajo arresto domiciliario. Unos meses después vinieron a buscarlo para pasearlo por la ciudad mientras era increpado y golpeado por una muchedumbre.

Durante los meses siguientes, sus torturadores lo fueron llevando por todas las ciudades donde había predicado el Evangelio para ser públicamente humillado y torturado de la misma manera. Terminó en un campo de concentración en Cantón, donde moriría el 21 de febrero de 1952.

Poco se sabe sobre los últimos meses de prisión de Mons. Ford, ni de su muerte. Tampoco se sabe dónde fue enterrado. El gobierno chino construyó una autopista sobre el sitio que servía de cementerio a los prisioneros asesinados en aquel campo de castigo.

Mons. Ford es una cuenta más del rosario de mártires que dejaron los dos regímenes genocidas y ateos del siglo XX: el comunismo y el nazismo. San Maximiliano Kolbe, sacerdote polaco nacido dos años después que Mons. Ford, fue víctima del régimen nazi: murió en el campo de concentración de Auschwitz en 1941. Juan Pablo II lo elevó a los altares en 1982.

El camino de Mons. Ford a la canonización será más arduo. Mientras que los nazis fueron expulsados del poder al final de la Segunda Guerra Mundial, el régimen que torturó y asesinó a Mons. Ford sigue hoy en el poder. El régimen chino continúa persiguiendo a la Iglesia Católica, y sigue manteniendo una red de campos de castigo en los que puede terminar cualquier persona que consideren enemiga del régimen.

Canonizar a Mons. Ford podría resultar en un recrudecimiento de la represión contra los católicos en China. Mons. Ford es un santo tan actual que quizás no pueda llegar a los altares. Y por eso debemos rezar para que pueda llegar al lugar que le pertenece por haber derramado su sangre por la fe, por haber dado la vida por sus amigos. Porque no hay santos más necesarios que los santos incómodos.

En estos tiempo en que la persecución y el genocidio son parte de la realidad cotidiana para millones de cristianos del Medio Oriente, el ejemplo de fidelidad heroica al Evangelio de Mons. Ford es necesario y edificante. Cada día deberíamos recordar —y tratar de imitar— a quienes se tomaron tan en serio el mensaje de Jesucristo que estuvieron dispuestos a todo, absolutamente a todo, por ser fieles a ese mensaje.

En esta época de relativismo sofocante, en que tanto se duda de la utilidad de la evangelización, deberíamos tener presentes a quienes eligieron ir a morir al otro extremo del mundo para dar a conocer el mensaje de salvación de Jesús de Nazaret. Francis X. Ford, nacido en Brooklyn, fue uno de ellos.

Las letanías de Quebec

EL GUARDIA DE LA FRONTERA apenas miró nuestros pasaportes. Me preguntó si llevaba armas en mi auto y cuando le respondí que no, me dijo: “Have a nice day”. Eso fue todo. Cruzamos en un abrir y cerrar de ojos la frontera norte de Estados Unidos camino a Quebec, Canadá, para participar en la Conferencia de la Asociación Católica de Prensa.

Fotos: Jorge I. Domínguez-López
Fotos: Jorge I. Domínguez-López

Habíamos pasado de un país a otro y todo parecía igual: la carretera, el orden, el cielo inmenso, la vegetación. Sólo el límite de velocidad —ahora en kilómetros en lugar de millas— podía indicar que estábamos en otro país.

Nos adentramos en la provincia de Quebec y los letreros de la carretera, ahora en francés, fueron la segunda señal de que el entorno era distinto. Pero no era solo el idioma. En la carretera que va hacia Montreal —la autopista 15— la señalización de las salidas muestra los nombres de los pueblos y barrios correspondientes. Cada uno de aquellos carteles había al menos un nombre —a veces dos, a veces tres— de santos católicos. San Luis, san Félix, santa Perpetua, Nuestra Señora de Lourdes, san Hilario de Potiers, la Virgen del Buen Consejo, santa Genoveva… leer aquellos carteles era como rezar la letanía de los santos que cantamos en las ordenaciones sacerdotales.

Habíamos entrado, definitivamente, en un país católico. La huella de la fe estaba en cada uno de aquellos carteles, en cada pueblo. Para reafirmarlo, veíamos desde la carretera la agujas neogóticas de las iglesias de los pueblos. La impronta de “la dulce Francia”, en el idioma y en la fe, estaba por todas partes.

Aquella procesión de santos y advocaciones de la Virgen, en su versión francesa y a ochenta millas por hora, me hizo pensar en quienes siglos atrás cruzaron el Atlántico para traer a estas tierras la buena nueva de la Resurrección. Y el esfuerzo y la fe de aquellos primeros misioneros perdura en esos nombres escritos en francés.

Y siendo cubano, recordé también a los “Padres Canadienses” de mi niñez. Tras la expulsión de cientos de sacerdotes a principios del casi eterno gobierno de Fidel Castro, el clero local se había reducido a unos 200 sacerdotes. Muy pocos misioneros podían entrar durante las décadas del sesenta y el setenta. Pero allí logró llegar un grupo de los padres de la Sociedad de Misiones Extranjeras de Quebec. Mucho les debe a ellos la Iglesia que peregrina en Cuba.

Di gracias por su entrega mientras conducía por la autopista 15. De alguna manera, yo era también deudor del esfuerzo evangelizador que se inició hace varios siglos en esta región de Canadá.

La Basílica de Santa Ana de Beaupré recibe más de medio millón dee peregrinos cada año.
La Basílica de Santa Ana de Beaupré recibe más de medio millón de peregrinos cada año.

Ya en la ciudad de Quebec, se puede observar la presencia de la fe católica en cada calle, en los nombres y los campanarios, en los conventos y hasta en los bares: una de las cervezas más populares es la belga Chimay de los padres trapenses.

Al día siguiente de nuestra llegada, los participantes de la Conferencia fuimos a la misa que el cardenal Gérald Lacroix, arzobispo de Québec, celebró en la Catedral Basílica de Notre-Dame, en el mismo corazón de la ciudad vieja. El Cardenal comentó al inicio de la misa que usaría el cáliz que hace más de tres siglos el rey de Francia Luis XIV regalara a su predecesor, el primer obispo de Nueva Francia, san Francisco de Laval.

Estar en Quebec —más allá del propósito específico del viaje— fue también refrescar la memoria de un esfuerzo evangelizador multisecular. Fue tomar consciencia de que los comunicadores católicos de Estados Unidos y Canadá que nos reunimos allí somos parte de una historia de cinco siglos de anuncio del Evangelio en estas tierras de América, de la América que va de un polo al otro.

La conservación y profundización de esa huella de la fe católica sigue siendo hoy nuestra respuesta a los desafíos que otro siglo y otra cultura presentan. Es también esa la misión del pueblo hispano católico de Estados Unidos: dejar la huella del Evangelio como respuesta eficaz al vacío que resulta sustituir la fe en la trascendencia con cualquier sucedáneo.

Representantes de las naciones indígenas en la Basílica de Santa Ana de Beaupré.
Representantes de las naciones indígenas en la Basílica de Santa Ana de Beaupré.

Tras el fin de la conferencia, el domingo pasado fui con mi familia a la Basílica de Santa Ana de Beaupré, veinte millas al norte de la Ciudad de Quebec. Es un sitio de peregrinación que recibe más de medio millón de visitantes cada año. Y ese fin de semana estaba especialmente dedicado a los católicos de los pueblos indígenas. En el altar, ataviados con sus vistosos adornos de plumas, estaban varios líderes de las naciones originales del territorio que hoy llamamos Canadá.

Ver a los miembros de la nación micma en la Basílica de Santa Ana de ese domingo fue la imagen perfecta para resumir cinco siglos de historia de la evangelización de América; esa misma historia que hoy continuamos cada uno de nosotros.