Pero, ¿qué es un salmo real? Como el mismo nombre lo dice, es el salmo de un rey. Los libros de historia nos hablan de la figura de los juglares, músicos de palacio. Halagaban al monarca con cantos de victoria, con ejemplos de sus bondades, y otras lisonjas. La Biblia añadió el elemento religioso a estos cantos, que se conservan en el salterio o libro de los salmos.
Fueron compuestos en diferentes ocasiones y por diversos motivos. Hay cantos en la ceremonia de la entronización o coronación, cuando iba a ser investido como rey; en la preparación a una batalla, donde se pedía al Señor ayuda para su triunfo; después de una victoria, donde se preparaba una procesión para recibir al ejército, dando gracias al Señor por su ayuda. Como dice el salmo 18: “Cantaré tu Nombre, tú que a tu rey das victoria tras victoria”.
En las fiestas o aniversarios de una victoria, el pueblo se reunía con el rey en el templo y los sacerdotes entonaban cánticos religiosos. En palacio, “David tomaba la cítara y la tocaba; eso le hacía bien al rey Saúl, se sentía aliviado y el mal espíritu se alejaba de él” (1Sam 16,23). Por su fama de gran guerrero y buen músico, a David se le consideraba como autor de 75 salmos, varios de los llamados reales.
En los años siguientes a los majestuosos tiempos de David y Salomón la monarquía sufrió muchos vaivenes hasta terminar en un enfrentamiento con la existencia de dos reinos, Judá e Israel. No faltaron elogios ni honores a los reyes de ambos países. El soberano era importante en la fe del pueblo. Creían en la figura del rey y lo veían como representante del Señor. Pero, en el año 587 a.C. Jerusalén, cabeza del reino Judá, es destruida. El rey es llevado al exilio. La monarquía en Israel desaparece. Sin embargo, continúan apareciendo salmos reales. ¿Para qué rey?
Una vez que el rey ha desaparecido, se le aclama a Yahvé Dios como Rey universal. Así lo proclama el salmo 24.
“¡Puertas, levanten sus dinteles, elévense, portones eternos y que pase el Rey de la gloria! ¿Quién es ese Rey de la gloria? Es Yahvé, Dios de los ejércitos, él es el Rey de la Gloria”.
El pueblo continuaba recordando la promesa del Señor a David: “Tu monarquía será firme para siempre”. La fe de Israel no se apagó. Mantenía su esperanza en el rey anunciado a David. Cantaban y esperaban al nuevo rey. No nos extrañe que los magos preguntaran: “¿Dónde está el rey de los judíos?” Natanael ya lo sabía, cuando exclama: “Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.”
Más tarde, en la ciudad de Jerusalén, Jesús da una respuesta categórica al gobernador romano. Cuando Pilato le pregunta: “¿Eres tú el Rey de los judíos?” Jesús le contestó: “Tú lo has dicho: yo soy Rey”. Y para que quedara confirmado a la historia en la cruz pusieron este título: “Jesús el Nazareno, Rey de los judíos.”
Los salmos reales han vivido un largo proceso histórico. Al principio cantaban la realeza de David, Salomón y de los reyes de Israel. Al desaparecer la monarquía alababan a Yahvé Rey. Finalmente, a Cristo Rey.
El salmista canta de gozo: “¡El Señor reina! Alégrese la tierra, regocíjense las islas incontables.”
¿Se alegra usted porque reina el Señor?