CIUDAD DEL VATICANO (Por Carol Glatz/ CNS)—. Cuando la gente pregunta por qué el Vaticano tiene un observatorio, un sacerdote jesuita les responde que porque no pueden darse el lujo de comprar un acelerador de partículas.
Esta divertida salida con un twist ‘nerd’ del vicedirector del Observatorio Vaticano, el padre jesuita Paul Mueller, se ha convertido en su respuesta favorita a la inevitable sorpresa de la gente cuando descubren que los papas han acumulado por siglos montones de telescopios, y que la iglesia no se opone a la ciencia, aunque no invierta en una multimillonario acelerador de partículas de 16 millas de largo.
Once astrónomos jesuitas viven, trabajan y rezan juntos durante todo el año mientras realizan una investigación de primer nivel, ya sea en el moderno Observatorio Internacional Mount Graham en Arizona o en su sede histórica en los terrenos de la villa de verano papal y jardines en Castel Gandolfo, cerca de Roma.
“La ciencia es parte de nuestra vida; para nosotros no hay conflicto, no hay tensión” con su fe católica y su vocación religiosa, dice el padre Mueller, un sacerdote estadounidense que tiene cuatro títulos universitarios —en física, historia, filosofía y teología—, y un doctorado en historia y filosofía de la ciencia.
El conversó con Catholic News Service el 30 de septiembre durante una visita organizada y guiada por el Vaticano a las instalaciones del observatorio en la residencia papal, en la que los reporteros disfrutaron de un recorrido completo por las cuatro cúpulas y telescopios del observatorio que se encuentran en dos edificios separados —uno de ellos la residencia de verano papal con una vista impresionante del lago Albano y el otro un edificio recientemente renovado ubicado dentro de los jardines arbolados.
Estas últimas albergan el telescopio Carte du Ciel (Mapa Celestial), ahora completamente restaurado, de 1891, un telescopio Schmidt de 1957 y una nueva exhibición que muestra una serie de instrumentos científicos históricos, artefactos y meteoritos de las colecciones del observatorio.
El plan es abrir este singular espacio al público a partir del verano de 2019 con visitas organizadas por los Museos Vaticanos.
Según el padre Mueller, una idea sería que los grupos recorran el jardín de la villa, cenen y luego abrir una de las cúpulas del observatorio para una noche de observación de estrellas. Los Museos Vaticanos ya organizan este tipo de recorridos especiales por la villa papal y los jardines en Castel Gandolfo.
Si bien los detalles y las fechas oficiales de inicio de la gira de observación de estrellas aún están por determinarse, el Padre Mueller aseguró que será un estupenda manera de promocionar los tesoros históricos, el trabajo y los logros del Observatorio Vaticano para que sean más “públicos y visibles”.
Los antecedentes del observatorio se remontan a una torre de observación erigida en el Vaticano por el Papa Gregorio XIII en 1578 mientras se preparaba para reformar el calendario occidental. Con el tiempo, se instalaron varios puestos para la observación celestial a lo largo de las paredes del Vaticano y en otras partes de Roma, como en la parte superior de la iglesia de San Ignacio, donde el padre jesuita Angelo Secchi —el padre de la astrofísica—, realizó gran parte de su trabajo.
El Papa León XIII estableció formalmente el Observatorio del Vaticano, ubicado en una colina detrás de la cúpula de la Basílica de San Pedro, en 1891 como un signo visible del apoyo centenario de la iglesia a la ciencia.
El principal observatorio del papa, ahora confiado a los jesuitas, fue finalmente trasladado a la residencia de verano papal en Castel Gandolfo en 1935. Se construyeron dos cúpulas de observación en la parte superior de la villa de verano del papa para albergar dos telescopios Zeiss comprados ese año.
El telescopio Carte du Ciel se trasladó en 1942 de la Torre Leonina en la Ciudad del Vaticano a la villa papal y, en 1957, se añadió a este un telescopio Schmidt de ángulo ancho que el Papa Pío XII compró con su propio dinero como obsequio para el observatorio, explicó a los reporteros el astrónomo jesuita padre Gabriele Gionti.
El personal del observatorio jesuita estableció un segundo centro de investigación en Tucson, Arizona, en 1981, después de que los cielos italianos se volvieran demasiado iluminados para la observación nocturna. En 1993, en colaboración con el Observatorio Steward, completaron la construcción del Telescopio de Tecnología Avanzada del Vaticano en el Monte Graham, considerado uno de los mejores sitios astronómicos dentro de la plataforma continental de los Estados Unidos.
Se espera que los visitantes que participen en estas excursiones de observación celeste del próximo año en los jardines papales utilicen lo que el Padre Mueller llamó “la joya” de su observatorio: el telescopio Carte du Ciel. Comprado después de que el astrónomo y meteorólogo italiano, el padre Barnabita Francesco Denza, convenciera fácilmente al Papa Leo a fines del siglo XIX para que la Santa Sede participara en una investigación internacional del cielo nocturno.
El Vaticano fue uno de los cerca de 18 observatorios en todo el mundo que pasaron las siguientes décadas tomando miles de fotografías de placas de vidrio con sus telescopios y catalogando datos para el proyecto masivo. Las hermanas del Santo Niño Mary Emilia Ponzoni, Regina Colombo, Concetta Finardi y Luigia Panceri ayudaron a cartografiar y catalogar casi medio millón de estrellas para la porción de cielo asignada al Vaticano.
Claudio Costa , un ingeniero consultor de sistemas espaciales y miembro asociado del observatorio, supervisó la reciente restauración del telescopio. Él fue el último en utilizar el histórico telescopio antes de dejara de usarse en la década de 1980 y el primero en usarlo después de que los restauradores arreglaran todas sus funciones.
Pronto, el personal espera que sea el turno del público de echar un vistazo a esta parte de la historia y ver los cielos de una manera completamente nueva.
“Cuando usamos los telescopios para examinar los cielos, es una especie de adoración”, dijo el padre Mueller.
La ciencia, dijo, está buscando la verdad, que existe en “dos libros: el libro de las Escrituras y el libro de la naturaleza”.
A pesar de que las personas tengan que luchar por comprender lo que ven, al final, el sacerdote dijo: “la verdad es una, (los libros) no pueden estar en desacuerdo porque Dios es el autor de ambos”.