Análisis

Reset: Salir de la virtualidad subsidiaria para volver a la realidad sacramental de la Eucaristía en la Iglesia

A medida que la vida se normaliza nos encontramos con el desafío de volver a la normalidad, también en la Iglesia, entender que la virtualidad de la misa y de la comunidad era sólo subsidiaria y que la realidad eclesial pasa por los sacramentos que se celebran en el encuentro real y que no solo se perciben con los sentidos, sino que también se reciben.

La pandemia supuso para la mayoría de los católicos una nueva situación en la vivencia de la fe comunitaria: en pocos días, a medida que los números de contagios se elevaban, nos vimos inmersos en una realidad tan caótica como inédita.

En algunos países la situación aún ahora va manejándose paulatinamente y, de a poco, las medidas restrictivas apelan más a la responsabilidad ciudadana de extremar cuidados para evitar contagios masivos, porque aún no se ha dado con una cura para tratar este virus. Pero mientras tanto debemos seguir adelante, reorganizándonos y retomando nuestras vidas, haciendo nuestra la victoria pascual de Cristo.

La nueva realidad nos impone cierto comportamiento: en nuestras iglesias habrá sitios marcados y distantes unos a otros, algunos espacios cerrados para evitar aglomeraciones, se nos pedirá que comulguemos en la mano, y hasta los horarios podrían verse afectados. ¿Qué hay en el fondo de todo esto? ¿Una serie de medidas tan comunes como las que hay para un centro comercial o un teatro? ¿Es sólo un evitar contagios sin más?

¡Por supuesto, claro que sí! Es importante cuidarnos entre todos… Pero sin embargo el retomar el culto en nuestras iglesias, aun entre limitaciones, esconde un precioso elemento por rescatar: nuestro ser con otros. En el fundamento del ser y la misión de la Iglesia está la voluntad divina del Padre de hacernos sus hijos y darnos una Vida abundante por la Pascua de Jesucristo. Es éste el porqué de toda la vida eclesial: por eso a la Iglesia le llamamos también Cuerpo de Cristo. Y esto se realiza por la presencia eterna del Señor Jesucristo en medio nuestro, pues vive y reina por los siglos de los siglos, y se comunica a la comunidad toda de los fieles bautizados, por la efusión de su Espíritu.

Aunque la rapidez de la conexión virtual de una celebración pueda ser tan fácil como conveniente en este tiempo de pandemia, es sólo un elemento subsidiario y elemental que no logra satisfacer plenamente la realidad de aquello que está en la base de nuestro ser Iglesia. La vivencia comunitaria a la que nos introduce la Eucaristía celebrada es capaz de superar la formalidad de las distancias preventivas, porque nada nos acerca más que vivir en comunión con el Cuerpo de Cristo.

La fisonomía propia de los Sacramentos son un testimonio luminoso de esta realidad material, en el sentido corporal, porque de las celebraciones litúrgicas participamos plenamente a través de nuestro ser corpóreo, en un entramado de gestos y símbolos, palabras leídas y cantadas, imágenes y hasta olores que nos integran activamente. Nuestra presencia física y efectiva, sea como ministros, sea como fieles, es imprescindible para esta experiencia de comunión real antes que virtual. Dios no se ha quedado detrás de la nube, aunque fuera muy luminosa, ni tampoco en el sonido de un clic, sino que felizmente ha querido estar en medio nuestro y prolongar su presencia en la Iglesia.

La presencia divina de nuestro Redentor, vivificada por la acción del Espíritu Santo, está sostenida en la voluntad amorosa del Padre eterno que reúne a todos sus hijos para hacer de ellos un nuevo Pueblo. No somos la comunidad de una religión del libro mudo, sin nada que comunicar, ni tampoco la sociedad medievalizada en un mundo moderno. ¡Somos Cristo! ¡Somos su Cuerpo! ¡Somos Iglesia! Somos la comunidad del Verbo encarnado… Pensemos diariamente en la densidad de esta afirmación. Y en esta búsqueda promisoria de restaurar la vivencia comunitaria en este Cuerpo eclesial, en medio de las limitaciones que impone la pandemia, no sólo queremos asegurarnos un sitio en nuestras iglesias y así quedarnos tan cómodos y tranquilos como si fuéramos al teatro a ver la función por la que pagamos, sino reunirnos a celebrar para también invocar la misericordia divina por los que ya no están, porque fueron llamados a vivir en la Casa del Padre, como también hacer nuestro el dolor de los enfermos y marginados, la preocupación y los miedos de los que sufren los efectos devastadores de una pandemia que nos ha sorprendido a todos. Es ésta la dinámica de un pueblo que mutuamente se reconoce corresponsable según el Amor de nuestro Salvador. La promesa divina está ligada siempre a un Pueblo: todos unidos avanzamos en la Iglesia en este peregrinar secular que se encamina hacia la eternidad que nadie nos puede arrebatar. Es la nuestra una Alianza nueva y ¡eterna!, en el Cuerpo resucitado de Jesucristo. Entonces, en este tiempo de pandemia tenemos un mensaje que comunicar a través de una Palabra que nos reúne y se hace Sacramento para reanimarnos con su Soplo divino.