Una señora me dejó para leer un libro que se titulaba más o menos Visité el cielo. Trata de las visitas que hizo a las moradas celestiales. Previamente, había recibido del Señor muchas apariciones. Le había comunicado mensajes con instrucciones para realizar ciertas actividades. Parece que el libro ha tenido éxito. En nuestra sociedad hoy el tema de apariciones, de misterios divinos, de encuentros con seres del más allá, tiene mucha aceptación. Intenté leer el libro. Repasé un buen número de páginas para saber de qué se trataba. He de confesar que se me hizo difícil la lectura. Me parecía inverosímil que fuera realidad lo que decían los escritos, aunque hay muchos lectores que los leen con gusto y no dudan de lo que dice el autor.
Pero, ¿es que no existen las apariciones? ¿Hay que negar toda manifestación sobrenatural? ¿Son falsas todas las visiones que han tenido los videntes? La respuesta es aventurada y peligrosa, porque se arriesga uno a cuestionar algunas visiones de los santos y, sobre todo, varias páginas de la Biblia. Pues, ¿qué dice la Biblia? Son muchas las páginas que habría que recorrer, pero hay una de sumo interés.
Hacia el año 760 antes de Cristo nace en Jerusalén el profeta Isaías. Ejerció su ministerio durante 40 años, en una época dominada por las amenazas del poderoso Imperio Asirio. Preocupado por la corrupción moral de Judá, atacó duramente el culto del templo, ridiculizó a las mujeres de la clase alta y vaticinó un castigo severo de Yahvé por los pecados del pueblo. Su vida fue intensa, arriesgada, por proclamar el mensaje de Dios.
Pero, ¿qué relación tiene su vida con las apariciones, tema de este artículo? La respuesta está en el capítulo 6 de su libro en la Biblia en el que nos narra la visión que tuvo. Primero describe al “Señor sentado en un trono elevado y alto”. Sin detallar realmente la imagen de Dios, nos lo presenta en un trono, símbolo de poder y majestad. Luego añade, “el ruedo de su manto llenaba el Templo”. Con ello indica que Dios se manifiesta principalmente en el templo. Ésta era la fe de Israel.
Seguidamente habla con mucho más detalle de serafines, que “tenían seis alas: con dos se cubrían el rostro, con dos los pies y con las otras volaban”. La mención de los serafines es bíblica, pues en la tapa del arca de la alianza había dos serafines que con sus alas la cubrían.
Y continúa la visión: “Los serafines cantaban, ‘Santo, Santo, Santo es el Señor, su Gloria llena la tierra toda’. Las voces de este canto llenaban el Templo de Jerusalén”. Y esta triple repetición de ‘Santo, Santo, Santo’ se ha incorporado en la liturgia católica y se renueva en cada misa.
Esta visión es venerada durante siglos por el pueblo judío y recibida por las comunidades cristianas. Claro que esta visión no es la única en la Biblia. Moisés se sorprendió al ver la zarza ardiendo. A Abraham Dios le llama para que abandone su tierra y su familia. Ezequiel, desterrado en Babilonia, nos dice: “contemplé visiones divinas”. Pero entre otras visiones bíblicas no se puede olvidar la visita del ángel Gabriel a María.
Sin querer ser juez sobre las visiones de la gente, recuerdo el Catecismo de la Iglesia Católica: “La pureza de corazón es el preámbulo de la visión”.