La razón principal por la que me interesó escribir esta columna fue para servir de alguna manera como puente informativo entre nuestra comunidad hispana y los métodos y el estilo de la educación en esta ciudad. Sin embargo, después de más dos años publicando esta columna, me empiezo a dar cuenta de que quizá no debería dirigir mis atención a cómo criar y educar a los hijos deseándoles siempre lo mejor y a la vez conservando nuestros valores. Quizá primero se tendría que concientizar a los padres de lo que significa ser padres.
En esta sociedad, en la mayoría de las familias, tanto el padre como la madre —si es que ambos viven en la misma casa—, trabaja. Por eso se hace muy difícil establecer una sola forma de crianza y reglas a seguir en la misma. En el mejor de los casos —cuando en efecto hay dos progenitores en casa—, siempre el que pasa menos tiempo con los hijos será quien los consienta más. Es una manera de recompensar a los niños por el poco tiempo que pasan con ellos.
Esto se vuelve más grave cuando los padres están separados por cualquier razón, pues hace la convivencia muy limitada y, por ende, el padre ausente trata de complacer a los hijos en todo, desde no mandarlos a dormir a tiempo hasta no mandarlos a la escuela con tal de pasar tiempo con ellos. La separación de los padres puede tener otro efecto negativo: a veces se usa a los hijos de carnada para uno u otro beneficio, ya sea financiero, emocional o de compañía física.
En estos tristes casos, pierden tanto los niños como los adultos, pero los hijos son los que más pierden. Los niños se alegran en el momento en que reciben cualquier regalo o beneficio, pero a la larga, ellos mismos sufrirán los desequilibrios que una vida inestable les ocasiona.
A partir de mi experiencia en la educación de niños pequeños, puedo decir que los niños muestran felicidad en ese momento, pero a la larga pierden el sentido de responsabilidad o la capacidad de cumplir con un horario o con sus deberes. Desde pequeños aprendieron que con una pataleta o con una rabieta, por no usar la palabra chantaje, ellos podían manipular a mamá o papá o, peor aun, ellos mismos fueron manipulados por sus padres para conseguir más tiempo juntos o más dinero para ellos. Fueron criados sin una rutina, sin tareas que cumplir; fueron criados sin aprender las consecuencias de no hacer la tarea o no cumplir sus deberes.
Esos niños no tuvieron un adulto que les sirviera de modelo a seguir. Y cuando se hacen adolescentes, los desajustes emocionales serán parte de su vida diaria. Y justo esos adultos que han tenido hijos sin rutinas, que nunca afrontaron las consecuencias de sus faltas, quizás sean mañana los padres que no saben cómo ser mejores guías de los hijos que Dios les ha entregado. La razón puede ser que a ellos todo les fue permitido o que todo les fue negado y no quieren repetir sus vivencias, pero a la larga, están dejando una sociedad cada vez más quebrantada, donde los padres ante la queja de los maestros, dicen cosas como “sí, lo sé, en casa tampoco hace nada”, “a su papá le tocaba ayudarlo con latarea”o“esqueaélnole gusta la escuela”.
Los padres deben recordar que sus acciones tienen consecuencias para sus hijos y para la sociedad. Una cosa tan simple como no tener un horario de dormir apropiado impide al niño cumplir con sus deberes al otro día en la escuela. Eso afecta su rendimiento diario y somos las maestras y los compañeros de aula los que pagamos las consecuencias de una vida sin reglas ni responsabilidades.
Es hora de que los padres sean padres y sepan que no sólo son los principales proveedores de los hijos, sino los responsables de enseñarles que sus acciones tienen consecuencias, que cuando los padres dicen “sí” o “no” significa realmente algo. Si empezamos por eso, estaremos en buen camino.