Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que compartí con ustedes por este medio. Los últimos meses han estado llenos de cosas nuevas, vida nueva. Mi esposo y yo tuvimos la bendición de dar la bienvenida a nuestra primera hija, la cual va a cumplir 6 meses el 22 de este mes. No podemos disimular la alegría que sentimos con este regalo de Dios.
La preparación y espera de su llegada fue todo un torbellino de emociones. Desde el principio sabíamos que el crecimiento de nuestra familia sería un reto y posiblemente imposible pero, como dice el Evangelio de Lucas 1.37, “para Dios no hay nada imposible”.
Cuando tenía veintitantos años, fui diagnosticada con síndrome de ovario poliquístico (PCOS por sus siglas en inglés). Es un trastorno que afecta a 10 millones de mujeres en el mundo. Se desconoce su origen, pero es la causa principal de la infertilidad femenina.
Aunque uno tiene PCOS no significa necesariamente que tendrá quistes en los ovarios. En mi situación, los quistes eran y son nodulares, no son cancerosos. Pueden imaginar la sorpresa y el júbilo que compartimos cuando la enfermera confirmó que estaba esperando un hijo/a.
Después de esa consulta, visité a mi obstetra para la primera cita prenatal donde me confirmó que tenía 11 semanas de embarazo. En un ultrasonido posterior apareció un fibroma de 5 centímetros, el tamaño de una pelota de golf. Estaba encima del útero, en la parte exterior. A causa del embarazo y el incremento de hormonas, crecería, robando espacio y posiblemente nutrientes a la criatura.
El doctor explicó cómo progresaría el embarazo. A causa del fibroma debería hacerme cesárea. Durante la cesárea, extirparía también el fibroma. Nos advirtió que existía el riesgo de que el sangramiento fuera tan severo que él se viera obligado a extirparme el útero. Yo, con solo 30 años de edad, casi un año de casada, empezando nuestra familia, esta noticia me estremeció.
Nuestra segunda consulta no duró más de 15 minutos. Sentí el peso del mundo sobre mis hombros y solo podía decir “ok, entiendo”. Nos fuimos y en el carro no dije nada, solo trataba de procesar lo que acababa de suceder. Mi esposo, todo un guerrero reiterando que no estaba sola, Dios estaba con nosotros y el hijo en camino ya era una bendición. Yo sabía pero soy humana y estaba desanimada con las noticias.
No dije nada a nadie en las primeras semanas. No era capaz de hablar del asunto sin emocionarme. Se me salen las lágrimas recordando ese tiempo y el susto que aguantaba en el silencio de mi corazón. Repasaba la conversación con el doctor varias veces cada día. Era algo anormal, me robaba el sueño en la noche y mis pensamientos durante el día. Pasaban las semanas y no notaba ningún cambio.
El plan de la cirugía estaba todavía en marcha. Desde ese entonces oré como nunca lo había hecho antes y encomendé el bebé que llevaba en mi vientre a la Sagrada Familia. En una suscripción que tenía de una compañía que mandaban artículos católicos, vino un jabón hecho por unas monjitas usando agua del pozo en Lourdes, Francia donde se apareció la Virgen en 1858 a la Santa Bernadette Soubirous. En oración y con mucha fe pasaba el jabón encima de mi vientre diariamente consciente de que las aguas de la Gruta de Lourdes eran milagrosas.
Pasé tiempo en la presencia de Jesús en el Sagrado Sacramento y al recibir la Santa Eucaristía pensaba que, al recibirla, también la recibiría mi hijo/a. Durante este tiempo ya compartimos la noticia con algunos seres queridos que ofrecieron una cadena de oración.
Cinco meses después recibimos una llamada a las 9 de la mañana. El doctor necesitaba vernos. En el ultrasonido más reciente vio una mancha en la parte abdominal del bebé. Me mandó a una especialista y en 4 días recibimos el diagnóstico. No había ningúna mancha ni razón para estar preocupados. De hecho, se disculpó si mi obstetra nos había asustado. Hasta nos enseñó los resultados en la pantalla explicando por parte para tranquilizarnos.
Tras la buena noticia mi esposo me aconsejó preguntara por el fibroma para tener una segunda opinión. Le expliqué al doctor todos los detalles del caso. Con cada palabra abría más los ojos. Vi sorpresa, enojo y tristeza a la misma vez. Inició la conversación pidiéndonos disculpas por pasar los últimos 5 meses preocupados de esa manera. Nos explicó que el fibroma no estaba cerca del bebé, ni iba a obstruir mi parto natural. ¡Mi parto natural!
También nos dijo que los fibromas son hereditarios y posiblemente las mujeres en mi familia los tienen. Que aproximadamente 80 por ciento de las mujeres viven con ellos y muchas veces no se descubren hasta que se embarazan o se hacen un ultrasonido por otra razón. Y por fin, nunca sería su recomendación intentar extirparlo, especialmente después de un parto, porque es muy peligroso. Era obvio que iba a sangrar mucho por el tipo de cirugía, así que una histerectomía sería inevitable. No podía creer lo que estaba oyendo, era la noticia que tanto había orado por escuchar.
Usualmente cuando uno visita un especialista y el diagnóstico es satisfactorio no hay razón de seguir visitándolo. Este doctor hizo una excepción y quería seguir viéndome durante el resto del embarazo. También me ofreció una lista de sus doctores recomendados por si acaso quería hacer un cambio. Después de hablar con mi esposo y orar sobre la decisión, decidimos hacer el cambio: tenía 6 meses de embarazo.
Conocer mi nueva obstetra y a su equipo fue como una bocanada de aire fresco. Por obvias razones me preguntó la razón de cambiar de doctores a solo tres meses de la fecha prevista del parto. Pues le comenté y me dijo: “si fuese mi hija le daba un abrazo”. Estaba tan alegre de escuchar otra opinión y preservar el regalo de tener más hijos en el futuro. ¿Qué le podía decir? Estaba enojada con la llamada de mi doctor a las 9 de la mañana asustándonos a mi esposo y a mí, pero le doy gracias a Dios cada vez que lo recuerdo porque si no hubiese sido por su error, jamás habría ido a ver a un especialista, su diagnóstico contradijo todo y siento en mi corazón que de verdad salvó mi vida.
Toda esta experiencia me hizo analizar y hacerme muchas preguntas sobre la salud maternal, la confianza que tenemos en doctores, la vida y mi fe. Tuve conversaciones con mi esposo, pensando en mujeres en una situación como la mía o incluso peor con menos recursos, educación y entendimiento del idioma.
Pensé en las mujeres pobres, los inmigrantes, los vulnerables. Qué podría sucederles por no preguntar, por no confiar en sí mismos y en su Dios. Imagínense la tristeza y dolor que podrían evitar si solo tuviesen fe en su voz. Así que quería regresar a este espacio para decirle a la comunidad entera: su papel en esta vida es importante y esencial. Su voz y su experiencia puede aliviar a su vecino. Nunca dudes de lo que sientes, en la persona que eres y como Dios puede usar su sufrimiento para cosas más grandes.
Dios fue misericordioso conmigo en un momento en que era muy vulnerable, no podía hacer nada más que confiar en su gran amor y bondad. Isabella Grace nació el martes 22 de agosto a las 7:47 p.m., el día que la Iglesia celebra el Reinado de la Santísima Virgen María. En acción de gracias decidimos ofrecer su segundo nombre a la Madre de Dios que nos acompañó durante el embarazo. Gracias madrecita linda por abogar por nosotros ante su hijo.