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El coronavirus y la cárcel: cómo la Iglesia hace brillar la luz de Cristo en el aislamiento

Mientras el mundo adoptó el “modo confinamiento” y la palabra coronavirus entró en nuestro léxico cotidiano, una innovación tecnológica particular se convirtió en el epicentro de la conexión humana: las conferencias por audio y video.

Si bien las iglesias, las escuelas y las instituciones tuvieron que reinventarse y adaptarse a las nuevas formas de involucrar a sus comunidades, para aquellos que están en prisión, la única forma de comunicarse con alguien del mundo exterior ha sido a través de una pantalla.

“Ningún familiar puede visitarlos en persona”, dice la hermana Margaret McCabe, de la congregación de la Santa Unión de los Sagrados Corazones (SUSC, por sus siglas en inglés), quien lleva más de 30 años en la pastoral penitenciaria, y la mayor parte de este tiempo lo ha pasado como capellana en el Centro Robert N. Davoren, en Rikers Island.

“Han tenido visitas con sus familias a través de Zoom o por la computadora. Los presos lo tienen claro. Todos tenemos que tener cuidado con el uso de nuestras máscaras y el distanciamiento social”.

La hermana Margaret, una de las dos religiosas de la Santa Unión que aún permanecen en Astoria, dijo que la capilla de la cárcel se reabrió recientemente, pero tiene una capacidad limitada a un máximo de 10 personas. “Cuando comenzó la pandemia del coronavirus, nos suspendieron los servicios en la capilla”, dijo, “pero se nos consideró trabajadores esenciales y los reclusos son elegibles para recibir algún tipo de servicio”.

La hermana Margaret no ha tenido noticias de miembros del personal de las cárceles en las qeu ella trabaja que hayan dado positivo por coronavirus o que se hayan enfermado recientemente.

Nos explicó que una vez que se arresta a una persona, se la pone en cuarentena durante 12 días en celdas individuales en otra instalación. “Somos una cárcel urbana… y el hecho de que los internos sean puestos en cuarentena antes de que los recoloquen en sus respectivos dormitorios mantiene muy bajos los casos de contagio”.

Según la actualización de noviembre de la Agencia Federal de Prisiones (BOP, por sus siglas en inglés), hay más de 125.000 reclusos federales en instituciones administradas por la BOP en todo el país.

Informó que a nivel nacional, más de 16,000 reclusos habían contraído COVID-19 en las cárceles estatales y federales, lo que representa casi el 13 por ciento de la población total de reclusos federales.

“Nuestro ambiente político dividido no debe distraer la atención de las necesidades apremiantes que enfrentan las prisiones y cárceles en toda la nación, donde más de 1054 personas ya han perdido la vida a causa del COVID-19”, dijo Heather Rice-Minus, vicepresidenta ejecutiva superior de promoción y movilización de la iglesia en la organización cristiana nacional sin fines de lucro Prison Fellowship.

Heather Rice-Minus dijo que su organización espera que los legisladores federales avancen en una respuesta bipartidista frente al COVID-19 que incluya fondos para estudiantes encarcelados y reducción de sentencia, y apoyo a los gobiernos estatales y locales que trabajan para disminuir el número de personas encarceladas.

Para la hermana Margaret, atender las necesidades espirituales de la población encarcelada significa ir más allá de las rejas y compartir la compasión y la empatía a través de conversaciones personales. Esa ha sido la rutina habitual de la religiosa de 80 años que dijo que no está obligada a trabajar, pero que ha elegido hacerlo porque ha sido muy querida toda su vida y sigue siéndolo.

Confesó que eso es lo que más la estimula a compartir la luz de Cristo con los que están encerrados. “Los domingos por la mañana y por la tarde durante los últimos ocho meses los he pasado entrando y saliendo a las zonas de vivienda, para ver si alguien necesita una misa, quiere orar, quiere conversar… para que ellos sientan que nos preocupamos por ellos”, expresó la hermana Margaret. “Yo también visito hogares de ancianos y de mujeres, porque allí no había ningún capellán católico”.

Mientras el país sigue lidiando con los casos de coronavirus, las restricciones de confinamiento y el cierre de negocios e iglesias, un ministerio eclesial en la diócesis de Brooklyn no ha cesado de apoyar a las familias afectadas por el encarcelamiento. Families, Fathers, and Children (Familias, padres y niños) es una antigua pastoral penitenciaria en la Iglesia St. Augustine, en Park Slope.

El programa ayuda a las familias, especialmente a los niños que tienen padres en prisión. Durante todo el año, la pastoral ofrece transporte a los familiares hasta las cárceles del norte del estado.

Según Ellen Edelman, miembro de la pastoral, el COVID-19 ha frenado estos viajes al norte del estado y, dado que no se permiten visitantes del exterior, la pastoral no puede impartir sus clases para padres, uno de sus programas básicos para presos.

En lugar de comunicarse a través de la pantalla de una computadora, explicó que han recurrido a la forma tradicional de escribir cartas. A medida que se acercan los días festivos, Edelman dijo que la pastoral está haciendo una lluvia de ideas sobre cómo celebrarán su fiesta anual de Navidad, que generalmente se lleva a cabo en las instalaciones de la iglesia. “Estamos manejando la idea de hacer mini fiestas e ir a celebrar con ellos”, dijo.

Mientras desde la distancia, una pastoral diocesana está reinventando cómo ser simbólicamente los brazos, las manos y los pies de Cristo para los prisioneros, capellanes como la hermana Margaret tienen la oportunidad de mirar a algunos cara a cara.

“Siento compasión por ellos”, dijo. “Veo lo bueno y alguien que puede cambiar”.