Quien pretenda encontrar novedades doctrinales en la Encíclica Fratelli Tutti se sentirá decepcionado. No hay nada nuevo desde el punto de vista doctrinal sino todo lo contrario. El mismo Papa afirma que: “no pretendo resumir la doctrina sobre el amor fraterno sino detenerme en su dimensión universal, en su apertura a todos” (FT 6).
Es una Encíclica larga y sustanciosa; imposible resumirla en un breve artículo. Por ello me propuse motivar a los fieles católicos a su lectura porque nos lleva al corazón del Evangelio que, en pocas palabras, podría expresarse así: Tenemos un solo Padre, un solo Maestro y, por eso mismo, somos todos hermanos.
Todavía precisa Francisco su intención última al escribirla: “Si bien la escribí desde mis convicciones cristianas, que me alientan y me nutren, he procurado hacerlo de tal manera que la reflexión se abra al diálogo con todas las personas de buena voluntad” (FT 6). Esto dicho hay que añadir, sin embargo, que hay en ella una “novedad”: la voluntad sistemática y sintética de ofrecer un legado de Doctrina Social de la Iglesia. Es notable la referencia al magisterio de sus antecesores, desde San Juan XIII hasta Benedicto XVI.
También la referencia a múltiples textos no solo magisteriales sino de todo tipo. Particularmente importantes y frecuentes son las citas de San Juan Pablo II y de Benedicto XVI, muy en particular de su Encíclica Caritas in Veritate (2009).
El deseo mundial de hermandad es calificado de “hermoso secreto para soñar”. “¡Qué importante —afirma el papa Francisco— es soñar juntos! […] Solos se corre el riesgo de tener espejismos, en los que ves lo que no hay; los sueños se construyen juntos. Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos” (FT 8). La categoría de “sueño” es casi un leitmotiv en el texto (cf. nn. 10; 30; 33; 127; 219; 287). La Oración al Creador, con la que culmina la Encíclica, pide al Señor y Padre de la humanidad: “Inspíranos un sueño de reencuentro, de diálogo, de justicia y de paz”.
- RELACIONADA: La Navidad, fiesta de la dignidad del hombre
Particular importancia adquieren algunas referencias históricas que muestran —a su modo— el espíritu de esta Encíclica. La primera es a San Francisco de Asís que visitó personalmente al sultán Malik-el-Kamil, en Egipto, para promover la paz. Sin esconder su identidad se presentó como cristiano pidiendo al Sultán la conversión. Podemos imaginar la impresión de éste al ver al Poverello tan valiente. No se convirtió, pero lo dejó marchar en paz. “De ese modo fue un padre fecundo que despertó el sueño de una sociedad fraterna” (FT 4).
Otro signo importante que Liga al Papa a San Francisco, cuyo nombre tomó es que se trasladó a Asís el 3 de octubre del año 2020, víspera de la Fiesta del “Poverello”y allí, junto a su tumba, firmó su Encíclica. Esto es una absoluta novedad. Las Encíclicas se firman siempre en Roma.
Finalmente, el Papa nos deja otra referencia histórica de importancia al escribir “me sentí especialmente estimulado por el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb con quien me encontré en Abu Dabi” —y agrega— “Esta Encíclica recoge y desarrolla grandes temas planteados en aquel documento que firmamos juntos” (2019) (FT 7).
Un punto “clave” para entender el pensamiento del Papa y lo que quiere transmitir en esta Encíclica Social es advertir —desde un punto de vista más sistemático— que Francisco habla de “fraternidad” y de “amistad social” como de dos conceptos que se distinguen y —a la vez— se complementan.
La “fraternidad” apunta a lo universal, al “horizonte global”, mientras que la “amistad social” apunta, por el contrario, a lo “local” o “nacional”: una cierta dialéctica que se da de facto (cf. Especialmente Cap V “La mejor Política” donde el Papa aborda la cuestión de los populismos y liberalismos y distingue “populismo” de “popular” (nn. 156-162) hablando de los “valores y límites de las visiones liberales” (nn. 163-169) así como del “poder internacional” (nn. 170-175).
También es importante para la lógica del texto observar la estructura de los diferentes capítulos que pasa de “las sombras de un mundo cerrado” (Cap. I) —a través del capítulo dedicado al buen samaritano “Un extraño en el camino” (Cp. II) a “Pensar y gestar un mundo abierto” (Cap. III). El movimiento es de lo cerrado a lo abierto; de lo individual a lo universal, pero sin descuidar el debido equilibrio entre la “globalización “ y la “identidad” [nacional], entre el “mundo” y la “Patria”, con su “cultura local” ( Cap IV) para —luego de las mediaciones (Capítulos V, VI, VII)— culminar con “Las religiones al servicio de la fraternidad en el mundo” (Cap VIII).
En el trasfondo la crítica a la “modernidad” que no descubrió la fraternidad porque no descubrió al “Padre común” y, en consecuencia, es huérfana.
La fraternidad responde a los tres ideales clásicos de la “revolución francesa” (1789) pero que, luego, se fueron desplegando en la historia poco a poco y con acentos: “libertad” (s. XIX), “igualdad” (s. XX) y “fraternidad” (s. XXI). Nos encontramos, así , ante una Encíclica que se centra en la “dignidad humana” y aplica una “lógica de la dignidad”: todo ser humano vale porque es humano.
Una particular atención merece la categoría “pueblo” cuyo trasfondo teológico, social y cultural no podemos desarrollar aquí. Escribe Francisco “Pueblo no es una categoría lógica, ni una categoría mística […] es una categoría “mítica”. Las categorías lógicas hacen falta […] Pero así no explicas el sentido de pertenencia a un pueblo […] ser parte de un pueblo es formar parte de una identidad común, hecha de lazos sociales y culturales.
Y esto no es algo automático, sino todo lo contrario: es un proceso lento, difícil… hacia un proyecto común (FT 157) (cf. Evangelii Gaudium (2013) nn. 220-237). Dicha categoría “pueblo” que, acentuando la identidad particular [nacional; cultural], equilibra lo universal es muy propia del pensamiento del papa Francisco y un importante aporte del Magisterio del episcopado latinoamericano, particularmente en la III Conferencia general celebrada en Puebla, México (1979) (cf. DP 385-393 [cultura y culturas]).
Estas pocas referencias —más que al texto a su estructura, metodología y trasfondo— espero que sirvan de incentivo a los lectores para acercarse a esta interesante Encíclica Social, que quiere ser —como escribimos al comienzo— un legado de Francisco que nos deja, casi como testamento, su fuerte preocupación por los problemas sociales y políticos y, sobre todo, por la fraternidad, la unidad y la paz del mundo.
MONS. ZECCA es Arzobispo emérito de Tucumán, Argentina, y Arzobispo titular de Bolsena.
ESCRÍBANOS: Nos complace recibir sus cartas y publicarlas en este sitio web o en la edición impresa de Nuestra Voz. ¡Aquí le decimos cómo!