WASHINGTON (CNS) — Un grupo de graduados de este año de la universidad Washington Trinity están orgullosos por lo que han logrado, pero también están llenos de ansiedad por el futuro.
Estas emociones podrían ser ciertas para casi todo graduado, pero para este grupo de 21 de los llamados “dreamers” — que están entre los cientos de miles que participan, por ahora, en el programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA) — estos sentimientos son hasta más intensos.
Eso se debe a que muchos de estos estudiantes, que vinieron a Estados Unidos siendo niños cuando sus padres inmigraron sin documentos, nunca imaginaron que podrían costear ir a la universidad o graduarse en cuatro años. Y ahora, como otros graduados de todo el país, se preocupan por el financiamiento de estudios posgraduados o conseguir buenos empleos mientras temen lo peor: la posible deportación suya o de sus parientes mientras las leyes de inmigración siguen cambiando.
Dos de este grupo de “dreamers” graduados hablaron con Catholic News Service el 9 de mayo — estando entre los exámenes finales y la ceremonia de graduación — pero pidieron que sus apellidos y los estados de donde vienen no fueran mencionados para proteger a sus familias.
Ellas están entre los 20 participantes en el programa DACA que comenzó en Trinity hace cuatro años y es el primer grupo que se gradúa de esta universidad. El término “dreamer” se deriva del acrónimo de Development, Relief and Education for Alien Minors Act, o la Ley DREAM. Un estudiante del grupo original se fue de Trinity y más tarde otros dos se unieron como estudiantes transferidos. Las estudiantes son parte de 100 dreamers que asistieron a esta universidad este año.
Todos estos estudiantes reciben becas de TheDream.US, un programa para estudiantes del programa DACA que se asocia con universidades. Trinity fue la primera universidad católica en asociarse con el programa cuando comenzó en 2014 y desde entonces otras dos universidades se han unido: la universidad Dominican, en las afueras de Chicago, y el colegio Arrupe de la universidad Loyola en Chicago.
Brenda, quien vino a Estados Unidos desde México con su familia cuando tenía 6 años, dijo que probablemente llorará cuando reciba su diploma, principalmente porque cuando cursaba el último año de escuela secundaria pensaba que no podría ir a la universidad, mucho menos en cuatro años.
Ella dijo que su madre se enteró del programa de becas y le pidió que solicitara una, pero Brenda no pensó que le dieran una porque, como dijo: “Nadie ni siquiera sabía de los dreamers” ni de DACA hace cuatro años. Lo que significa que no sabían que los inmigrantes sin documentos no tenían acceso a tampoco a las becas Pell, préstamos educativos federales, ni a programas de trabajo que les ayudan a pagar por la universidad, ni que muchos de ellos tienen que pagar matrículas más altas porque tienen que registrarse como estudiantes extranjeros para ir a la universidad en las localidades donde viven.
Brenda, quien se gradúa con doble concentración en Negocios y Asuntos Internacionales, dijo que quiere obtener su maestría y un doctorado, pero sabe que no será fácil.
“Será un reto. Quizás tenga que trabajar hasta más fuertemente para conseguir el apoyo financiero para ver cómo llegaré allí, pero lo haré”, ella dijo con la confianza de alguien que ya ha trabajado bastante duro.
Brenda habla contra la idea equivocada de que los estudiantes del programa DACA solo están buscando limosna, señalando que todo lo que ella y sus compañeros dreamers han logrado ha sido mediante arduo trabajo. Por ejemplo, el programa de becas es solamente para los estudiantes que han sobresalido académicamente.
“Estamos compitiendo por un puesto y lo que hacemos tiene que ser dos, tres, cuatro y cinco veces mejor que lo de los demás”, ella dijo. “Tenemos que ganárnoslo”.
Yarely, graduada con concentración en Bioquímica con concentración menor en Matemáticas, de manera similar enfatizó la presión de trabajar arduamente y el peso de no saber qué será de su futuro.
La joven de 22 años, que vino a Estados Unidos desde México con su madre y una hermana cuando tenía ocho años, dijo: “A veces siento que para mí realmente no hay otra opción, ningún camino, pero entonces me detengo y pienso en mi familia, en mis amigos, y sigo adelante porque eso es lo único que puedo hacer”.
Durante los días antes de graduarse ella mantuvo su enfoque en la ceremonia. “Creo que es una victoria, no importa qué, es definitivamente una victoria”, ella dijo.
Ella no se enfoca en el hecho de que su madre no podrá asistir a su graduación. Yarely está acostumbrada a enfrentar los retos por sí sola. Igual que Brenda, ella no visitó universidades ni sus parientes le ayudaron a mudarse. Ella simplemente llegó a Trinity en su primer vuelo en avión, se mudó sola a los dormitorios y comenzó a trabajar, literalmente, teniendo dos empleos como estudiante, como tutora para estudiantes universitarios y de escuela secundaria.
Una gran incertidumbre para ella ahora es el futuro del programa DACA, diciendo que lo necesita para trabajar y seguir estudiando, con la esperanza de que algún día pueda matricular a la escuela de medicina. “No saber ni siquiera si podré financiar eso definitivamente es algo que me da mucho miedo; me aterra”, ella dijo.
El último año para estos estudiantes ha sido en particular una montaña rusa, comenzando en septiembre cuando la administración Trump anunció que el gobierno estaría terminando el programa DACA. Desde entonces múltiples demandas judiciales han impugnado esa decisión y un decreto reciente de un tribunal emitió una orden de eliminar la terminación del DACA y restaurar el programa original mientras se le daba al gobierno 90 días para explicar su decisión. A principios de mayo siete estados presentaron una demanda judicial intentando terminar el DACA.
Yarely y Brenda han visto ambos lados de la batalla de inmigración. Ninguna de las dos es inmune a la retórica contra los inmigrantes, pero ambas también están agradecidas por el apoyo de sus familias, profesores y administradores de Trinity, del programa de becas y de la Iglesia Católica en general.
Yarely dijo que ha tenido pesadillas de “estar en las calles y la gente me grita a mí y a mi familia, solo gritándonos cosas que sé que no son ciertas”, pero también dijo que hay “tanta gente muy buena allá afuera. … Sé que la gente que grita o dice cosas increíblemente dolorosas es la minoría, así que siento como que eso me ayuda a entrar en la perspectiva de que América (los Estados Unidos) no es así; América no es un lugar de odio y fealdad”.
Brenda dijo que agradece “a todos los que han visto que hay una brecha, hay injusticia excluyéndonos de las oportunidades simplemente por nuestro estado”. Ella encuentra esperanza por parte de los que abogan por los inmigrantes, especialmente de la Iglesia Católica, algo que experimentó personalmente durante una pasantía en la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos.
“Saber que la iglesia está involucrada y quiere estar involucrada me da esperanza”, ella dijo, añadiendo que los líderes eclesiales “no se quedan callados al respecto y están dispuestos a pararse por nosotros y con nosotros”.
Brenda, quien ha pasado la mayor parte de su vida en este país, se considera estadounidense y dice que agradece las oportunidades que hay aquí que ella sabe que no hubiese tenido en México.
“Amo este país”, ella dijo, añadiendo: “Quiero quedarme aquí y tengo toda la fe en Dios de que ese será el caso”.
Pat McGuire, presidente de Trinity, comparó la primera clase de dreamers que se gradúa de su universidad con la primera clase que se graduó de Trinity en 1900 porque ambas tuvieron “la visión de cómo una gran educación universitaria puede cambiar los destinos de sus hijos y familias”.
En un mensaje de correo electrónico a CNS ella dijo que los dreamers graduados son “una fuerza para la solidaridad”, ya que estudiantes de varias clases económicas, la facultad, el personal y los exalumnos ofrecieron apoyo personal y trabajaron en apoyo de ellos. Ella dijo que los estudiantes inmigrantes son un ejemplo a seguir para otros estudiantes que lidian con la discriminación y los reveces.
La presencia de los dreamers también ayudó a toda la comunidad universitaria a pulir su “sentido de misión y compromiso de retar la injusticia”, ella dijo.