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Exsacristán recuerda al beato Óscar Romero

WASHINGTON (Por Rhina Guidos/CNS)—. Marcelo Perdomo nunca se imaginó que su encuentro con la santidad ocurriría en su país de El Salvador, junto al párroco.

En su juventud, a principios de la década de 1960, Perdomo trabajaba en su ciudad natal de San Miguel, El Salvador, organizando la sacristía y decorando el altar entre sus labores como sacristán en la parroquia de El Rosario. Ahí fue donde trabajó con el “padre Romero”, un sacerdote minucioso, con una idea de cómo se deben hacer las cosas.

Perdomo, ahora de 71 años, pronto decorará un altar para el ex sacerdote de San Miguel, esta vez en el Santuario del Sagrado Corazón, una parroquia mayoritariamente salvadoreña en Washington, donde la comunidad local anticipa la última etapa del viaje del beato Oscar Arnulfo Romero hacia la santidad. El mártir salvadoreño, asesinado durante la guerra civil del país en 1980, se convertirá en el primer santo salvadoreño el 14 de octubre.

Durante una entrevista el 26 de julio con Catholic News Service en Washington, Perdomo dijo que “nunca, nunca” se imaginó en esos días que estaba trabajando a la par de un santo.

Marcelo Perdomo, durante su entrevista en el Santuario del Sagrado Corazón en Washington, sosteniendo una tarjeta de agradecimiento enmarcada que le envió el beato Óscar Arnulfo Romero. (CNS/Rhina Guidos)

“Era normal”, dijo. “Nunca se me ocurrió… pero era un hombre de bien”.

Aunque su relación con el entonces padre Romero fue muy formal y profesional, Perdomo dijo que como sacristán, trabajando a su lado, fue testigo de la inmensa bondad del beato Romero hacia los prisioneros y los pobres, y vio personalmente su profunda vida de oración.

En la provincia natal de Perdomo, San Miguel, el beato Romero comenzó su vida pastoral en 1944. Fue un lugar donde trabajó por más de dos décadas. Jóvenes como Perdomo fueron muy influenciados por el pastor.

Perdomo tenía 12 o 13 años cuando conoció al futuro santo y vio cómo revivió las devociones populares a la patrona del país, la Reina de la Paz, y la reconstrucción de la catedral en San Miguel que finalmente se convertiría en su hogar. Cuando Perdomo huyó de El Salvador a causa de la guerra civil y se fue a vivir a Washington en 1981, continuó en su nueva parroquia en Estados Unidos las devociones a la virgen.

Pero en Washington, Perdomo escuchó las mentiras difundidas sobre el beato Romero, incluso en los círculos de la iglesia. Algunos decían que había estado aliado con grupos guerrilleros y otras mentiras difundidas por los enemigos del arzobispo, dolorosas calumnias que habían viajado desde El Salvador.

Nada de lo que se decía coincidía con la realidad que Perdomo había presenciado al lado del entonces padre Romero, la de un hombre que siempre vio la necesidad, la pobreza, el dolor de otros y trató de aliviarlo. Cuando el pastor se convirtió en arzobispo de San Salvador, Perdomo comenzó a pensar en el lema episcopal que él eligió: “sentir con la iglesia”.

Perdomo dijo que viajaba desde San Miguel cuando podía a la capital de San Salvador para escuchar las homilías del arzobispo Romero en persona en la catedral.

“Yo vi que vivió el ‘sentir con la iglesia'”, dijo. “Él ‘sintió’ nuestra pobreza, la pobreza que nosotros sentimos y pasamos… fueron palabras muy buenas, bien escogidas, y las sigo estudiando”.

Naturalmente le dolía escuchar a otros en Washington decir que el beato Romero era un “guerrillero”, un rebelde, cuando Perdomo había presenciado que “vivió una vida de santidad”.

Perdomo dijo que aún recuerda el día en que el arzobispo Romero fue asesinado, y esa profunda tristeza que cayó sobre aquellos que lo conocieron en San Miguel.

“Era difícil escuchar eso, era un hombre de bien, no era un hombre de mal … no merecía eso. Era un hombre odiado, pero era un hombre muy querido a la vez”.

Los que lo quisieron en gran medida eran los pobres que defendió, la mayoría del país. Pero los ricos tampoco tenían razón para odiarlo. Él no se afilió con ningún grupo político, pero simplemente no estaba dispuesto a ver morir a personas inocentes sin defenderlos pacíficamente, dijo Perdomo. Y en ese sentido, con su muerte, el beato Romero también “sintió” la falta de seguridad que los pobres sintieron durante la guerra, que dejó a más de 70,000 muertos.

La mayoría de la gente de San Miguel no pudo ir al funeral del beato Romero porque estaba lejos y porque el sacerdote local advirtió sobre la multitud de personas en el funeral que les haría imposible entrar a la catedral, dijo Perdomo.

Perdomo y otros en San Miguel vieron el funeral a través de la televisión, solo para ver cómo los actos fúnebres descendieron al caos. Una bomba estalló en el interior de la catedral y se le disparó a la multitud que estaba afuera.

A Perdomo no le gusta pensar mucho en la muerte del beato Romero, por qué y cómo fue asesinado, y también dice que los milagros que se le atribuyen al beato para lograr su canonización no son la prueba que él necesitaba para estar seguro de su santidad.

“Lo que yo digo es que vivió la vida en santidad … La iglesia lo pone como un santo por un milagro (después de su muerte),” pero era santo por la forma en que vivía, dijo. “El regocijo mío es que la vida la vivió en santidad, en vida. Y mi alegría es haber visto esa santidad en la vida”.

Estos días, Perdomo se encuentra ocupado haciendo planes, viendo un enorme retrato enmarcado del beato Romero que se exhibirá durante una Misa en el santuario del Sagrado Corazón de Washington para celebrar la canonización del nuevo Santo Romero. Aunque Perdomo planea estar en la Basílica de San Pedro en el Vaticano cuando sea proclamado santo, quiere dejar el altar decorado en su parroquia en Washington antes de partir hacia Roma. Él mira el enorme retrato del beato Romero y dice que planea poner debajo una tela roja para simbolizar su martirio.

“Desde que entré (a los Estados Unidos), mi propósito era eso, de mantenerlo en la iglesia, mantener su memoria viva en la iglesia”, dijo Perdomo. “No como un santo, pero quería mantener viva su memoria como una persona que dio la vida por nosotros mismos y por los demás”.

Perdomo dice que solo Dios sabe si podrá estar presente en la canonización del beato Romero, pero si sucede, “será como un sueño”. En 2015, había querido ir a la beatificación del arzobispo, uno de los últimos pasos antes de llegar a ser santo, en El Salvador, pero problemas de salud le impidieron el viaje. Asistir a la ceremonia no es lo importante, dijo. “Me siento alegre de haber conocido en la vida a una persona que ahora estará en el altar, en los altares más altos”.

A veces le dice (al beato Romero), “Monseñor, aquí estoy otra vez, cuídeme”.

A pesar de todo lo que ha visto y escuchado, dijo que “mi regocijo es que lo vi que vivió la vida en santidad, y felizmente, y disfrutó su vida. Ante los ojos de Dios, él es un santo”.