(Entrevista con las hermanas del padre Jorge Ortiz-Garay)
“Si no fuera por nuestra fe, no sé cómo podríamos haber sobrevivido las últimas semanas”, dijo Socorro Ortiz-Garay desde México durante una entrevista a The Tablet.
Es la hermana mayor del padre Jorge Ortiz-Garay, párroco de la iglesia de Santa Brígida, en Brooklyn, quien murió el pasado 27 de marzo por complicaciones a causa del COVID-19. Tenía 49 años y se convirtió en el primer sacerdote en los Estados Unidos en morir como resultado de la pandemia del nuevo coronavirus.
Cuando falleció, la familia organizó dos misas, una el día después de su muerte y otra el martes, ambas se transmitieron en vivo por Facebook. Socorro dice que muchos feligreses de Santa Brígida y de otras parroquias por las que había pasado su hermano se conectaron para ver la celebración. Sus mensajes de apoyo a la familia se mezclaron con su consternación por la muerte del padre Jorge.
Mientras en México, la familia estaba tratando de hacer frente a las devastadoras noticias.
“Nos quedamos todos juntos en casa durante esos días”, dijo Irais, la hermana menor, durante la misma entrevista, “y rezábamos el rosario en familia”.
“Además de la pérdida de mi hermano, no tener aun su cuerpo nos tiene peor”, añadió. “No hemos podido sepultarlo”.
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Desde el día de su muerte, la familia ha hecho esfuerzos incesantes para trasladar el cuerpo del padre Jorge a su país natal, para darle sepultura en la bóveda familiar en la Ciudad de México. Pero han tropezado con numerosos obstáculos. Las nuevas regulaciones establecidas para contener la pandemia, sumadas a las barreras burocráticas habituales, han dejado a la familia esperando los restos de sus seres queridos durante casi un mes.
“Cuánto tiempo ha pasado y aun no tenemos el cuerpo de mi hermano aquí, eso nos tiene peor,” confiesa Irais. “Esta ha sido la peor parte para la familia; no tener aun su cuerpo, no poder sepultarlo. Ha sido una situación bastante difícil y triste para todos nosotros”.
La última llamada
“El día antes de su muerte”, recuerda Socorro, “el jueves en la noche, pudimos hacer una video llamada con él. Estaba toda la familia reunida: sus hermanos, mis papás y sus sobrinos. Ya le estaba costando mucho respirar y fue la última vez que pudimos hablar con él”.
Según relatan sus hermanas, al padre Jorge le costaba tanto trabajo respirar que no podía hablar por mucho tiempo. En un momento durante la llamada, su madre dijo: “No quiero ver a mi hijo así”.
Fue muy difícil para todos verlo sufrir y no poder acompañarlo en el hospital, confiesan sus hermanas. Pero al menos pudieron estar reunidos en la casa de sus padres, para hablar con él, en familia, por última vez.
“Al otro día lo pusieron en el respirador. Ya no tuvimos más comunicación”, agregó Socorro.
“Las últimas palabras de mi hermano fueron: ‘Los quiero’, ‘Los quiero a todos’ ”, recuerda su hermana Irais. Al día siguiente, el viernes que murió, ya no podía hablar.
Hermano amoroso y sacerdote santo
Cuando hablan de su hermano, ambas comentaron cómo él siempre pudo ser sacerdote y hermano al mismo tiempo.
“Era un hermano amoroso. Cuando te tenía que regañar, te regañaba”, confiesa Irais, “pero después venía el apapacho, el decir ‘te quiero’, te regaño porque eres mi hermano, mi hermana, y me importas”, añade. “Era el sacerdote, pero ante todo era nuestro hermano”.
En sus visitas a México, el padre Jorge siempre tenía una agenda ocupada, pero todas las veces supo dedicarle tiempo a la familia, en especial, a sus sobrinos.
“Les tenía un amor entrañable a sus sobrinos”, dice Irais. “Siempre que venía a México dedicaba tiempo a hablar con ellos. Nunca lo oímos decir, ‘no tengo tiempo para mis padres, mis hermanos y sus hijos. Venía a estar con nosotros, siempre dispuesto a escucharnos y ayudarnos. Compartir con su familia era siempre su prioridad”.
“Tenía una conexión especial con su sobrina menor, la hija de Irais. La pequeña de cuatro años siempre pedía ponerse al teléfono cada vez que él llamaba para decirle: “Te quiero, tío Jorge”.
“Eso es lo más difícil”, reconoce Irais, “porque los mayores sufrimos, pero entendemos lo que sucede. Su muerte ha sido difícil para todos, pero aun más para mi hija”.
“Nos ha sostenido la fe”
“De vez en cuando tenemos momentos de crisis”, dice Socorro. “Somos humanos y nos duele la separación. Pero tenemos la esperanza de que lo vamos a ver algún día. Y hay que hacer obras buenas para poder llegar a reunirnos con él”.
“Han sido tiempos muy difíciles”, añade Socorro, “pero nos ha sostenido la fe, la fe que mi madre siempre nos ha inculcado desde niños”.
Su hermana Irais está de acuerdo. “Lo que más duele es la separación física, pues al final estamos convencidos de que Dios es grande y ahora Jorge está con Él, cara a cara con Él. Pero humanamente es muy duro”.
Es su fe, según Socorro, lo que les permite aceptar la muerte de su hermano y lidiar con el dolor y la devastación por la que está pasando toda la familia.
“Mis papás están muy mal los dos, pero nosotros tenemos que ser fuertes por ellos”, dice. “Dios nos puso una prueba y sólo Él sabe por qué hemos tenido que pasar por esto. Pero ese era su momento y así lo quiso Dios”.
Para la familia, ha sido un consuelo toda la cobertura que se le ha dado a la muerte de su hermano en los periódicos y los noticieros de televisión. Ellos sabían que era un sacerdote santo, pero ahora están seguros de cuántas personas llegaron a amarlo y admirarlo.
“Es como nos dijo una miembro del Camino Neocatecumenal”, dice Socorro: “El padre Jorge era grande y se va como un grande”.