POR EMANUEL MARTELLI
“La burguesía ha desempeñado en la historia, un papel esencialmente revolucionario”. (K. Marx)
“El Sumo Pontífice manifiesta además que la oposición entre el comunismo y el cristianismo es radical. Y añade qué los católicos no pueden aprobar en modo alguno la doctrina del socialismo moderado”. (San Juan XXIII, Mater et Magistra, 34)
“Queda mostrado cuán inaceptable es la afirmación de que la derrota del socialismo deja al capitalismo como único modelo de organización económica”. (San Juan Pablo II, Centesimus Annus, 35)
Entre las distintas falacias que entretejen la vida moderna de los pueblos, existe una muy extendida, también en campo católico, en la que pocas veces se repara. Me refiero a la tan extendida creencia de que el liberalismo sería lo más contrario al comunismo. Liberalismo y Comunismo serian, según está opinión, antagónicos, totalmente opuestos entre sí, y, en consecuencia, se afirma que para escapar de las atrocidades del comunismo, el hombre debe buscar refugio bajo las alas del liberalismo. Nada más contrario a la realidad. En nuestra opinión, tal pensamiento ignora profundamente las raíces y los orígenes del comunismo.
Desde una perspectiva histórica y hasta fenomenológica, Carl Marx puede ver y entiende en su Manifiesto Comunista, que el liberalismo ha sido la etapa histórica que ha permitido el advenimiento del comunismo. En efecto, Marx admira profundamente la énfasis y fuerza de la “burguesía” liberal, anotando claramente su carácter fuertemente revolucionario contra todo el orden preexistente[1]. La fuerza de la revolución proletaria impulsada por el socialismo no sería sino heredera de aquella fuerza profundamente revolucionaria del liberalismo que ha llegado a su ápice en la revolución francesa.
De allí que el filósofo argentino Jordan Bruno Genta, comentando el manifiesto Comunista pueda hacer la siguiente observación: “El espíritu igualitario de la Revolución Francesa — Libertad, Igualdad y Fraternidad—, comenzó por incubar el espectro del Comunismo; Su violencia irracional se puso en evidencia durante el terror jacobino; inspiró el Manifiesto de los Iguales de Graco Babeuf y su frustrada revolución, así como las múltiples expresiones románticas del socialismo ideal, más o menos inoperantes: Owen, Fourier, Saint Simón, Blanqui, Proudhon, etc. Ese espectro errante por Europa tenía que concretarse en un movimiento de doctrina y de acción revolucionarias, con las formalidades de la ciencia positiva y una adecuada explotación del resentimiento social de las masas-. Su programa es el Manifiesto Comunista, cuya tremenda eficacia está a la vista”[2].
Marx admira el carácter revolucionario de la burguesía (entiéndase del Liberalismo) al tiempo que proclama clara y abiertamente que el comunismo no sería sino la flor de este proceso revolucionario: “Las armas de que se ha valido la burguesía para derribar al feudalismo, se vuelven ahora en contra de ella. Pero la burguesía no sólo ha forjado las armas que han de darle muerte, sino que ha engendrado a los hombres que manejarán esas armas: los obreros modernos, los proletarios”.
El Comunismo sería entonces parte del proceso revolucionario de la historia, siendo la flor, el fruto amargo decimos nosotros, del liberalismo. Según el marxista italiano Alighiero Manacorda “Marx pasa a la historia como un continuador crítico de la gran tradición liberal, esencial para el comunismo e incompleta sin su continuidad en el comunismo” [3].
En este sentido la comprensión de San Juan Pablo II sobre el fenómeno comunista puede servir de guía para ayudar a los católicos desprevenidos a no caer en la falsa dialéctica pensando que la solución para el comunismo sea el liberalismo. En una entrevista concedida al periodista Jas Gawronski[4], el 2 de noviembre de 1993, hablando con gran libertad sobre el comunismo y liberalismo, retenidos ambos como fenómenos característicos de la modernidad, el santo polaco apuntalaba claramente: “El comunismo ha triunfado en este siglo como reacción a cierto tipo de capitalismo excesivo y salvaje que todos conocemos. Basta tomar en la mano las encíclicas sociales, y sobre todo la primera, Rerum Novarum en la que León XIII describe la situación de los trabajadores en aquellos tiempos. Marx también lo describió a su manera. Esa era la realidad social, no cabe duda, y derivaba del sistema, de los principios del capitalismo ultraliberal. Surgió entonces una reacción a esa realidad, reacción que ha ido creciendo y adquiriendo mucho apoyo entre el pueblo, y no sólo en la clase obrera, sino también entre los intelectuales. Muchos de ellos pensaban que el comunismo podría mejorar la calidad de vida. De esta forma, muchos intelectuales -también en Polonia- se abandonaron a la colaboración con las autoridades comunistas. Entonces, en un momento determinado se dieron cuenta de que la realidad es diferente a lo que pensaban. Algunos, los más valientes, los más sinceros, han comenzado a despegarse del poder pasando a la oposición”.
Llegados casi al final de la entrevista, después de que el papa hubiese ya dado su opinión sobre el sistema capitalista liberal y sobre el socialismo, el periodista, admirado por la dureza de la crítica del Santo Padre al sistema liberal, pareciéndole que el Papa Polaco, a quien se le atribuye haber sido un elemento fundamental en la caída del comunismo, fuese más antiliberal que anticomunista, no sin asombro se permite preguntar: Santo Padre, se lo pegunto con mucha humildad, cuando le escucho hablar como lo hace ahora, bueno, no puedo entender, no puedo dejar de pensar que usted se opone más al capitalismo que al comunismo. ¿Es esta la impresión que quiere dar?
La respuesta de san Juan Pablo II es por demás interesante. Antes de hacer la distinción entre distintos tipos de capitalismo, el papa hace notar que, al criticar el capitalismo salvaje, critica la causa y origen del fenómeno comunista: “Repito lo que les he dicho hasta ahora y que se resume en un verso de un poeta polaco, Michiewicz: “No castigues la espada ciega, sino la mano”, es decir, hay que volver a la causa de los fenómenos que estamos viviendo.
Mas adelante el Papa completa su respuesta haciendo algunas distinciones necesarias:
“Y en mi opinión, las manifestaciones degeneradas del capitalismo también están en el origen de muchos de los graves problemas sociales y humanos que actualmente aquejan a Europa y al mundo. Naturalmente, el capitalismo de hoy ya no es el de los tiempos de León XIII. Ha cambiado, y es en gran parte gracias también al pensamiento socialista. El capitalismo hoy es diferente, ha introducido redes de seguridad social, gracias a la acción de los sindicatos ha lanzado una política social, está controlado por el Estado y por los sindicatos. En algunos países del mundo, sin embargo, se ha mantenido en su estado “salvaje”, casi como en el siglo pasado”.
“No castigues la espada ciega, sino la mano”: superemos la falacia moderna entre liberalismo y comunismo y entendamos de una vez por todas que ambos sistemas atentan contra la dignidad de la persona humana, siendo uno, el liberal, el padre natural del engendro comunista. En cualquier caso, recordemos que ambos sistemas, aunque de forma y en grados diferentes, atentan contra la dignidad de la persona humana, tal y como lo hacía notar Bruno Genta:
“La persona humana es aniquilada tanto por el individualismo liberal como por el socialismo marxista. En el primer caso porque el individualismo liberal que se funda en el hombre egoísta que se reserva enteramente para sí mismo, niega la naturaleza social y la trascendencia de la persona humana, en sus actos de conocimiento y de amor. En el segundo, caso porque el socialismo marxista niega la sustancialidad y la incomunicabilidad de la persona humana, así como su destino eterno, agotando su existencia en lo social, en su vida de relación y en un colectivismo sistemático”[5]
De allí que las palabras del magisterio eclesiástico de San Juan Pablo II en la Centesimus Annus, tengan toda la actualidad al justificar la lucha contra un régimen liberal inhumano, dejando en claro que no se presenta el socialismo como opción: “se puede hablar justamente de lucha contra un sistema económico, entendido como método que asegura el predominio absoluto del capital, la posesión de los medios de producción y la tierra, respecto a la libre subjetividad del trabajo del hombre. En la lucha contra este sistema no se pone, como modelo alternativo, el sistema socialista, que de hecho es un capitalismo de Estado, sino una sociedad basada en el trabajo libre, en la empresa y en la participación”[6].
Terminemos este breve artículo con las sabias palabras del magisterio pontificio que definen la posición católica que permite la superación de la falsa dialéctica comunismo – liberalismo: “Volviendo ahora a la pregunta inicial, ¿se puede decir quizá que, después del fracaso del comunismo, el sistema vencedor sea el capitalismo, y que hacia él estén dirigidos los esfuerzos de los países que tratan de reconstruir su economía y su sociedad? ¿Es quizá éste el modelo que es necesario proponer a los países del Tercer Mundo, que buscan la vía del verdadero progreso económico y civil?
La respuesta obviamente es compleja. Si por «capitalismo» se entiende un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía, la respuesta ciertamente es positiva, aunque quizá sería más apropiado hablar de «economía de empresa», «economía de mercado», o simplemente de «economía libre». Pero si por «capitalismo» se entiende un sistema en el cual la libertad, en el ámbito económico, no está encuadrada en un sólido contexto jurídico que la ponga al servicio de la libertad humana integral y la considere como una particular dimensión de la misma, cuyo centro es ético y religioso, entonces la respuesta es absolutamente negativa”[7].
[1] “La burguesía ha desempeñado un papel altamente revolucionario en la historia. Allí donde ha llegado al poder, la burguesía ha destruido todas las relaciones feudales, patriarcales, idílicas. Ha arrancado despiadadamente los abigarrados lazos que ligaban a los hombres con sus superiores naturales, y no ha dejado otro lazo entre hombre y hombre que el desnudo interés, que el seco «pago al contado». Ha sofocado el sagrado embeleso de la ilusión piadosa, del entusiasmo caballeresco, de la melancolía pequeñoburguesa en las aguas heladas del cálculo egoísta. Ha disuelto la dignidad humana en el valor de cambio y ha sustituido las libertades garantizadas y legalmente adquiridas por la única libertad, la libertad de comercio sin escrúpulos. En una palabra, ha sustituido la explotación recubierta de ilusiones religiosas y políticas por la explotación abierta,desvergonzada, directa, a secas”. K. MARX – F. ENGELS, El Manifiesto Comunista, Madrid (2019), p. 52.
[2] J. BRUNO GENTA, El Manifiesto Comunista, Buenos Aires (1969), p. 64.
[3] M. ALIGHIERO MANACORDA, Marx: Do liberalismo ao Comunismo, Perspectiva, Florianopolis, v.19 n.2, Jul/Dez 2001, p.290.
[4] Intervista concessa da Giovanni Paolo II al giornalista Jas Gawronski e pubblicata dal quotidiano «La Stampa»: https://www.vatican.va/content/john-paul-ii/it/speeches/1993/november/documents/hf_jp-ii_spe_19931102_intervista.html
[5] J. BRUNO GENTA, Opción Política del Cristiano, Buenos Aires (1997), p.56.
[6] SAN JUAN PABLO II, Centesimus Annus, n. 35.
[7] ÍDEM, n. 42.