¿Cuántas veces ha llegado tarde a misa y un servidor en la iglesia se ha encargado de buscarle asiento? Pues bien, esos servidores son los ministros de la hospitalidad y cumplen en la iglesia una función muy importante, que va más allá del hecho de coordinar la colecta, entregar los boletines parroquiales o acomodar a alguien que ha llegado luego de que la Santa Misa ha comenzado.
“Estos ministros deben verse a sí mismos como personas a quienes se les ha encargado la responsabilidad de reconocer a sus hermanos cristianos no solo como miembros de una multitud, sino como miembros del Cuerpo Vivo de Cristo reunido para escuchar la Palabra de Dios y compartir su vida”, cita un Documento Catequético de 2011 de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos (USCCB) escrito por el padre Thomas B. Iwanowski.
El Ministerio de la Hospitalidad es uno de los ministerios de la Liturgia. Este ministerio es la demostración de aquel antiguo dicho cristiano que dice “Cuando un invitado llega, Cristo llega”. Dicho documento de la USCCB explica también que “quienes sirven como ministros litúrgicos necesitan estar motivados sobre todo por el deseo de imitar el amor y el servicio de Jesucristo”.
Para Felipe Russi, instructor diocesano de los Ministerios de la Comunión, de la Palabra y de la Hospitalidad asignado a la parroquia Santa Juana de Arco, los ministros de hospitalidad tienen entre sus funciones dar la bienvenida a todos los feligreses en la Casa del Señor, pero su servicio no se limita exclusivamente a la sagrada Eucaristía, sino que también prestan sus servicios en capillas de adoración o cuando se celebra algún servicio litúrgico.
Dichos ministros, explica Russi, están pendientes de que todo marche bien, que el ambiente sea propicio para que la asamblea participe a gusto y sin preocupaciones de la Fiesta del Señor. Si se presentara algún incidente, son ellos quienes responden a cualquier contingencia, y es por esto que velan por que los pasillos estén siempre despejados.
“Ahora con esto de la pandemia ha surgido una nueva tarea y es que muchos de nuestros ministros son los que se encargan de, una vez finalizada la Eucaristía, desinfectar y preparar nuevamente el templo siguiendo las normas para el siguiente servicio”, dice Felipe.
Así mismo, dadas las actuales circunstancias, se ha minimizado la cercanía entre los feligreses y los diferentes ministros, y del mismo modo no se realizan colectas, sino que los fieles depositan sus contribuciones en urnas dispuestas al interior de las iglesias.
Para Felipe Russi lo más importante que debe tener un ministro o un aspirante es “el llamado del Señor, porque sin ese carisma de querer servirle a Él, cualquier cosa que hagamos será intrascendente. Es importante tener esa convicción, esa conversión y esa voluntad de servirle, prepararse para ofrecer un buen ministerio de hospitalidad y en eso es muy importante la espiritualidad y la oración permanente”.
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Entre los rasgos humanos que debería tener un buen ministro de hospitalidad, Felipe destaca la amabilidad, el don de gentes, la paciencia, la tranquilidad y reaccionar con discreción, ecuanimidad y rapidez ante cualquier contingencia.
Russi explica que la Diócesis de Brooklyn realiza cada año un taller para todos los ministros de hospitalidad en las iglesias de Brooklyn y otro taller para quienes sirven en Queens. De igual forma, cada decanato organiza los talleres de acuerdo a sus necesidades particulares o a las necesidades especiales de sus iglesias.
A nivel diocesano, explica Felipe, se abordan temas como el Misal Romano, el diaconado y los conceptos generales de la hospitalidad, pero “lo específico y lo minucioso le corresponde a cada parroquia. Por eso que se recomienda por lo menos una reunión mensual”.
Profundizar en la fe con el ministerio de hospitalidad como punto de partida
Joaquín González nació en el municipio de Bienvenida en la provincia de Badajoz (España) y llegó a los Estados Unidos en 1976 con su esposa, Teresa González.
“Era el típico católico de ir todos los domingos religiosamente a misa porque eso lo aprendí de mi mamá. Ella murió cuando yo tenía nueve años, pero recuerdo cuando me paraba sobre una silla para arreglarme para ir a misa”, recuerda Joaquín.
Al año y medio de llegar a Nueva York comenzó a asistir con regularidad a la misa dominical de la iglesia Santísimo Sacramento en Jackson Heights (Queens) y en 1985 hace su Cursillo de Cristiandad.
El primer ministerio en el que sirvió Joaquín fue el de hospitalidad, y mientras lo ejercía en 1990 recibió su primer taller, dictado por el padre John Brogan, con quién además trabajaba en la Oficina del Apostolado Hispano.
“Después de recibir el taller le digo al padre Brogan ‘yo puedo colaborar porque esto me parece buenísimo’ […] la mayoría de los católicos o ministros de hospitalidad desconocen la profundidad de este ministerio y es que yo le estoy dando la bienvenida al Señor en cada persona que llega a la Misa”, dice González.
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En el 2021 Joaquín cumplirá 30 años de estar dedicado a dictar este taller y preparar a los aspirantes al ministerio. “Es el ministerio menos popular. Los más populares son el de la Palabra y el de la Comunión, sin embargo, para mí es un ministerio importantísimo”, afirma.
Joaquín enfatiza que la palabra ujier, que comúnmente se usa para designar a los ministros de la hospitalidad, aunque es la traducción al español del término ‘usher’, “no corresponde al ministerio que nosotros llevamos a cabo […] un ujier es un portero de un palacio o de un tribunal y nosotros no estamos ni en un palacio ni en un tribunal”.
Para Joaquín haber tomado aquel taller del Ministerio de la Hospitalidad marcó un nuevo inicio en su vida y por eso decide comenzar a compartir lo aprendido.
“A partir de ahí empiezo a interesarme por mi fe, porque una de las tristezas más grandes que tenemos los católicos es que tenemos un inmenso e incalculable tesoro en la fe y lo desconocemos y por tanto vivimos en una pobreza espiritual tremenda”, afirma.
“Cuando llegamos a este país teníamos unas circunstancias y hemos progresado en todos los sentidos. Sin embargo, la fe la mantenemos igual, que no está mal, pero ¿por qué no profundizarla y cultivarla?”, cuestiona.
Cuanto más aprendía Joaquín, más quería compartirlo con otros y más buscaba profundizar su propia fe. “Me empiezo a interesar, me empiezo a preguntar y me empiezo a formar. En ese momento el padre colombiano Jesús Cuadros comenzaba a dar clases bíblicas y yo estaba trabajando en la escuela del Santísimo Sacramento”.
En 1995 empieza a dictar clases bíblicas en su parroquia. “No es que sepa mucho”, dice. “Pero siempre puedes aportar algo nuevo con lo que sabes, entonces el Señor me permite poder ser útil en Su Iglesia”, comenta. Desde 2013 Joaquín González dicta estas clases bíblicas en la parroquia San Pablo Apóstol en Corona (Queens) y desde el año pasado también las ha extendido a la parroquia San Atanasio en el Bronx.
“¡Hay tanto que descubrir! No soy conformista y espero que el día que El Padre me llame, pueda seguir profundizando mi fe. Me da tristeza que vivamos pobremente cuando podemos vivir como ricos en cuanto a la fe”, asegura Joaquín.