En octubre del 2019 fui a una misión a Nebraska. Me hospedé con unos amigos mexicanos, un matrimonio y una hija joven nacida en Estados Unidos. La pareja estaba haciendo planes para mudarse a Texas; pero la joven, de 20 años, dijo que tenía un buen trabajo con muy buenos beneficios y que probablemente iba a quedarse.
“¿En qué trabajas?”, le pregunté. “Empaco balas, y en estos meses estoy trabajando sobretiempo porque temen que las leyes cambien; están apresurados fabricando más armas”, contestó, mientras me miraba fijamente como buscando mi reacción. Guardé silencio, necesitaba tiempo para digerir lo que acababa de escuchar. Ella también hizo silencio. Luego continuó: “¿Usted piensa que es malo lo que hago?”.
“La respuesta debe salir de ti misma; vamos a dialogar para dar un poco de luz a tu dilema”, le respondí. Hablamos de la segunda enmienda, del acceso fácil a las armas y del poder económico de la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés). Le pregunté cómo se sentía ella frente al impacto de los tiroteos masivos en la sociedad, especialmente de los que ha ella ha sido testigo en sus años juveniles. Igual que muchos, ella piensa que las personas pueden tener armas en sus casas y pueden tener control de cómo y cuándo las usan, y que los que cometen las matanzas están mal de la mente.
En mi niñez escuchaba en Ecuador que la gente mataba a personas determinadas. De hecho, mataron a mi abuelo. A mi padre también lo buscó un sicario para matarlo. No llegó a hacerlo. Lo cierto es que aún en medio de esta violencia, nunca escuché que dispararan a personas en masa en cualquier parte sin más ni más.
Esto lo he visto una y otra vez en los Estados Unidos, donde ya vivo desde hace 51 años. Hemos sido testigos de masacres en escuelas primarias y secundarias, en universidades, en supermercados, en centros comerciales, en cines, en discotecas, en spas, y peor aún, en templos sagrados como una Sinagoga o una Iglesia cristiana. ¿Es que ya no estamos seguros en ningún lugar?
- RELACIONADA: Dificultades para reintegrarse a la normalidad
Tengo tanto que agradecerle a este país; sin embargo, cómo duele reconocer que en cuanto a las masacres lo único que hace después de ellas es ofrecer sentidas condolencias y oraciones; y todo lo demás se queda en promesas. Hemos visto una y otra vez como empieza el diálogo en el Congreso, y poco a poco, entre discusiones y falta de acuerdo, el tema se suspende.
En mi opinión, la solución se hace difícil porque detrás se mueven millones. Aparte del dinero que deja la fabricación y venta de armas, la Asociación Nacional del Rifle financia políticos y organizaciones. Ha entregado dinero y apoyo publicitario a 319 congresistas que hoy están en el capitolio, la mayoría republicanos. (Fuente: “Esto es lo que recibieron de la Asociación del Rifle los congresistas de las zonas con más latinos en EE.UU.”, Antonio Cucho, Alejandro Fernández Sanabria y Lucía Cohen, 5 de octubre de 2017 en Univisión Noticias).
El mismo artículo añade que la NRA defiende la tenencia legal de armas de fuego para procurar la seguridad de la ciudadanía. Sin embargo, según una base de datos de Mother Jones, el 77% de todos los tiroteos masivos registrados desde 1982, incluyendo el de Las Vegas, se perpetraron con armas obtenidas legalmente.
La lista de las historias de las masacres se está haciendo larga. En lo que va del 2021 han ocurrido al menos 267 tiroteos masivos en todo el país, según el grupo de investigación Gun Violence Archive, al que hace referencia Rafael Romo, CNN, Español el 12 de junio, 2021, con ocasión del quinto aniversario de la masacre en el club Pulse, en Orlando, Florida.
En otro aspecto, es muy preocupante que hasta parece que se está haciendo normal escuchar una matanza más. ¿Será que nos estamos haciendo inmunes al dolor al mismo tiempo que nos estamos haciendo inmunes al virus del COVID-19? ¿Estamos afirmando que los problemas se resuelven con violencia?
“Bienaventurados los que trabajan por la paz porque serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5,9).