Durante ocho días y siete noches en Tijuana fui testigo de las lágrimas y esperanzas de los migrantes que esperan cruzar de Tijuana a San Diego. La mayoría son de Honduras y El Salvador. Le siguen los guatemaltecos, mexicanos, especialmente de Michoacán y Guerrero. Encontré también haitianos, africanos, venezolanos y nicaragüenses.
A Naomi, de Honduras, la encontré trabajando de mesera en la playa de Tijuana. Desde allí contempla las olas del mar que aunque separadas por un muro siguen bañando a la vez las tierras de San Diego y de Tijuana. Mientras su corazón añora Honduras su mente sueña con el otro lado. Ella caminó con la caravana que salió de Honduras el 13 de octubre. Al llegar se hospedó en el albergue Benito Juárez, uno de los tantos albergues que Tijuana ofrece a los migrantes y desamparados. La Inmigración de Méjico llegó a este albergue y ordenó la deportación de setenta personas, Naomi entre ellos, pues este lugar había sido identificado como el que hospedaba a los que habían intentado saltar el muro el 25 de noviembre. Estuvo una semana en Honduras y regresó de nuevo pero esta vez lo hizo viajando en bus y en el tren La Bestia. ¿Por qué insistir en regresar? le pregunté. “Allá nos estafaron; perdimos la casa que teníamos, ya no tenemos nada. Ni siquiera se puede hacer denuncias pues la policía está en complicidad con los que tienen el poder.”
A los Antonios, Migueles, Josés, Margaritas, y otros muchos más, de Honduras, Guatemala, El Salvador, los encontré en El Barretal, otro de los albergues. Llegaron en las caravanas migrantes. Muchos esperan ser elegibles para asilo y han ido a buscar un número a El Chaparral, lugar localizado en la frontera del lado de Tijuana. Todos los días, sin perder la esperanza, una semana tras otra, que pueden ser ocho, o hasta dos meses o más, preguntan en qué número van.
También encontré en este albergue y otros a los que dicen que se les hace difícil conseguir suficientes pruebas para sustentar su caso de petición de asilo. Algunos han decidido quedarse en Méjico, otros, aunque en menor número han decidido regresar. Y otros tantos, los más desesperados, dicen que van a buscar otras formas, que no especificaron, para cruzar la frontera. “Pueden perder la vida”, les dije. “La vida la podemos perder en nuestro país también. Entonces, mejor nos arriesgamos para tratar de salvarnos.”
Los que ya tienen su número y están próximos a ser llamados acuden con sus maletas y toda su familia, bebés, niños, y hasta la estatua de la Virgen de Guadalupe, confiando que ese día serán transportados al otro lado, a la soñada frontera del lado de San Diego. Saben que allí serán puestos en Centros de Detención, saben que serán entrevistados y que deberán pasar la importante Entrevista de Miedo Creíble. Saben también que un grillete será puesto en sus tobillos; saben que pueden ser separados de sus hijos; saben que si no tienen un patrocinador en Estados Unidos su tiempo en el Centro de Detenciones será más largo. Saben que su futuro es incierto. Y sabiendo todo esto dicen: “Todo vale la pena, menos volver a la tierra de violencia y miseria de donde hemos salido”.
También encontré deportados desamparados en las calles. Algunos duermen debajo del puente que une las dos fronteras. Miran al otro lado y esperan un milagro para volver al lugar donde dicen dejaron un trabajo, una casa y una familia. Otros duermen debajo de pequeñas carpas de otros albergues. Otros, como los veteranos deportados tienen una oficina donde se reúnen a compartir sus frustraciones, y su continua lucha por volver con la frente en alto a la tierra a la que sirvieron y por la que lucharon.
Ya más alejados de la frontera están otros albergues. Todos están llenos. Algunos son patrocinados por el gobierno; otros son privados. Encontré pastores de Iglesias que han convertido sus espacios en albergues. Encontré albergues católicos que reciben migrantes como el conocido albergue del Padre Chava. Visité el muy bien organizado albergue de las religiosas Esclavas del Divino Corazón dedicadas a recibir madres adolescentes, y mujeres abusadas, migrantes o no. Y al otro lado, en San Diego se hacen presente también en los albergues que reciben a los migrantes otras organizaciones como Border Angels, otras Iglesias a Instituciones como Caridades Católicas.
La organización Nuevo Santuario, con la que viajé, organizó desde Nueva York una campaña llamada Caravana Santuario de 40 días y 40 noches. Llegamos muchos voluntarios entrenados para trabajar en diferentes roles. Se improvisó una oficina cerca de la frontera. A ella han llegado cientos de personas. No sólo ha sido un pequeño santuario de amor y paz, sino un lugar de escucha, de acompañamiento moral, de conocimiento y entrenamiento de las leyes de asilo. Colaboramos con otras organizaciones como la llamada “Al otro lado”. Ellos están permanentemente en Tijuana e inclusive cuentan con abogados.
A los participantes nos entrenaron y nos dieron tres reglas básicas: 1) No juzgues; 2) Respeta; 3) No hagas daño. Las recordé cada día no sólo porque me las dio la organización, sino sobretodo porque es el mandato del Señor; son las reglas del Evangelio, son las reglas del Amor.