“Venid y vamos todos con flores a María…” ¡¿Quién no recuerda esta canción?! ¡Qué memorias! A muchos nos provoca en el alma un sentimiento especial de piedad mariana al comenzar el mes de mayo.
Un mes que para nosotros es el mes de la Virgen María. Más para los hispanos, que como pueblo devoto a María tenemos la tradición de ofrecerle a la virgen, como dice la canción, bellas y fragantes flores.
Este año en mi parroquia —y en todas partes que tiene esta devoción mariana—, debido al confinamiento obligatorio por la pandemia, echaremos de menos esta oportunidad comunitaria para expresar el cariño de hijos e hijas a una madre tan hermosa. Echaré de menos estar con mis feligreses vestidos de blanco y azul que son los colores marianos.
Quisiera invitarlos a todos a que, dentro de las posibilidades que nos permite el confinamiento, sigamos esta tradición ofreciendo flores a las imágenes de la Virgen María. Recuerdo que durante mi niñez en mi pueblo cortábamos las flores más bonitas del jardín y las llevábamos a la Virgen. En esta ciudad, por falta de jardines propios, no hay más remedio que comprarlas en las florerías. Pero como saben, no se trata solamente de ofrecer flores frescas, se pueden ofreces “ramilletes” de oraciones y buenas obras. El rezo del Santo Rosario es un buen ejemplo de lo dicho, por eso se llama rosario. Un rosario vendría a ser un ramo de flores bellas por su sencillez y fragancia piadosa.
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El año pasado en mi parroquia añadimos algo muy acertado a nuestra celebración de las Flores de Mayo. Encargamos a las doncellas que celebraron sus quinceañeras que lideraran los rezos y organizaran a los niños pequeños en la procesión floral. En la culminación de las Flores de Mayo, todas las quinceañeras visten de nuevo sus trajes y luego entran en procesión con los títulos de la letanía mariana. Muchos de los que presenciaron el evento me comentaban que esto es un feliz acierto porque estas quinceañeras son verdaderas flores en el jardín de la comunidad. Ellas, pasando páginas de ser niñas a señoritas, están floreciendo en la primavera de sus vidas.
Las quinceañeras no se reciben sin dificultad en esta parte del mundo. Desafortunadamente, existen muchos malos entendidos y, en el peor de los casos, hasta desavenencias. Se comenta que se cometen grandes exageraciones y escandalosos gastos. También existe la percepción de que es una celebración mundana y superficial. El argumento más contundente contra las celebraciones de las quinceañeras esgrime que después de dichos eventos esas señoritas nunca vuelven a poner un pie en la iglesia. Opino que no faltaría razón para ponerse de acuerdo con lo dicho.
Por mi parte, creo que las quinceañeras son una buena ocasión para evangelizar. No se deben perder esa buenísima oportunidad. Pienso que lo que hemos logrado de integrar las quinceañeras a las actividades de las Flores de Mayo puede ser una apertura para una mejor aceptación de esta costumbre tan extendida en las comunidades hispanas. En vez de ser un evento social único, esta puede ser una extraordinaria oportunidad para integrar más a esas niñas o señoritas a su Iglesia, entregando una versión más generosa de sí mismas a su comunidad.
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Mons. Jonas Achacoso es canonista y autor de “Due Process in Church Administration. Canonical Norms and Standards”, Pamplona 2018. Es Vicario Judicial Adjunto de la Diócesis de Brooklyn, juez del Tribunal de la Diócesis de Brooklyn, y Vicario parroquial de la iglesia Reina de los Ángeles, en Sunnyside, Queens; además de delegado de los Movimientos Eclesiales de la Diócesis de Brooklyn y Queens. Su columna Derecho y vida puede leerse en la edición mensual de Nuestra Voz.