Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
Esta columna me da la oportunidad de reflexionar sobre la ordenación de diez sacerdotes que se celebró el 4 de junio en la Concatedral de San José. Ellos servirán a los fieles de esta diócesis en Brooklyn y Queens. Cada ordenación tiene un carácter particular, quizás por las características propias de quienes se ordenan.
Este año, fue especialmente claro que el grupo de nuevos sacerdotes era como un espejo de nuestra diócesis por su diversidad étnica; dos nacidos en América Latina, dos en Haití, dos en Polonia, uno en Nigeria y tres nacidos en Estados Unidos —uno de ascendencia europea, otro hispano y otro afroamericano. Esos rostros son los rostros de la Diócesis de Brooklyn. Es un microcosmos que se refleja perfectamente en estos nuevos sacerdotes.
Ellos se aprestan para servir no sólo a los fieles con los que comparten la misma cultura y los mismos ancestros, sino a todos los miembros de nuestra diócesis. Son sacerdotes que han sido ordenados para servir a todo el pueblo de Dios que peregrina en Brooklyn y Queens.
Tengo por costumbre pasar el día anterior a la ordenación en oración junto con los que se van a ordenar. Este año coincidió que el viernes 3 de junio fue la fiesta del Sagrado Corazón y también la jornada de oración por la santidad de los sacerdotes, establecida hace varios años por el papa Benedicto XVI. La santidad del sacerdote es la esencia misma de la vocación sacerdotal. La esencial de la vocación es vivir una vida en la que la sacralidad es ensalzada; y es una santidad puesta al servicio del pueblo de Dios.
Ese día nos da la oportunidad de hablar sobre varios temas y de compartir la Hora Santa, celebrar la Eucaristía y rezar las vísperas del Sagrado Corazón. Durante mi encuentro con los ordenandos, tuve la oportunidad de hablar sobre su “ensayo sacerdotal”, que les pedí que escribieran para que lo llevaran a nuestro encuentro ese día de oración. Les pido a cada uno de los ordenandos que escriba una breve composición, que no tiene que ser teológica, en la que expresen sus ideas y esperanzas en relación con el sacerdocio que están a punto de recibir. Quisiera compartir con ustedes algunas de sus ideas, de modo que conozcan un poco mejor a los sacerdotes recién ordenados para servir en nuestra diócesis.
La reflexión sobre el sacerdocio fue un elemento común en los ensayos. Sin embargo, cada uno de los nuevos sacerdotes arribó al sacerdocio por su propio camino. Uno encontró la vocación siendo ya un hombre maduro. Además de querer celebrar los sacramentos, tenía un deseo particular de evangelizar inspirado en la exhortación apostólica Amoris laetitia (La alegría del amor), un documento que lo ha fascinado porque expresa los esfuerzos del Papa de reconciliar a todos en el amor de Cristo. Otro se refirió a la necesidad de tener buenas relaciones sacerdotales, porque tras realizar su labor, el sacerdote debe romper la soledad que es inherente al don del celibato.
Al reflexionar sobre su futura vida sacerdotal, otro de los ordenandos indicó que uno de sus objetivos era el cultivo de nuevas vocaciones sacerdotales para la diócesis. Y otro se refirió a la incompatibilidad de la vocación sacerdotal con una vida centrada en sí mismos que impide al sacerdote reconocer sus responsabilidades para con los demás. Y agregó que en el mundo de hoy el sacerdocio es, necesariamente, una opción contracultural.
Uno de los candidatos expresó que los sacerdotes son elegidos entre hombres consagrados a la verdad, no por su propio bien, sino para bien del pueblo de Dios. San Pablo nos dice que llevamos este tesoro en vasijas de barro, y el sacerdote a veces puede ser blanco de muchos sentimientos y expresiones negativas. Sin embargo, la gracia de Dios permite a los sacerdotes superar los aspectos negativos del servicio gracias a su misión de imitar a Jesús. El sacerdote es aquel que repite las palabras y los actos de Jesús en su propia vida.
Uno de los candidatos nos recordaba las palabras del papa Francisco de que el sacerdote llega a “oler a oveja” porque él no se busca a sí mismo, sino que debe servir al pueblo de Dios buscando la santidad. Sólo así puede el sacerdote hallarle sentido a su vida de celibato. Y otro de los candidatos, reflexionó sobre la definición del sacerdocio de San Juan Pablo II, quien dijo que era al mismo tiempo “un don y un misterio”.
Otro dijo que los sacerdotes, como pastores, deben tener un corazón como el de Jesús, al mismo tiempo que reconocía que estaba llamado a ser padre espiritual de muchas personas, lo que requiere un corazón lleno de compasión, amor y misericordia.
Y otro, finalmente, dijo que veía el sacerdocio a partir de una intensa relación con el Señor, pues el sacerdote tiene la responsabilidad de ser no sólo un defensor de los demás, sino también un testigo del amor de Dios en el mundo.
Estas breves citas no hacen justicia a las reflexiones que recibí. Sin embargo, me siento muy entusiasmado por el celo y la preparación que muestran estoshombresquecomienzan ahorasuministeriosacerdotal en nuestra Diócesis para servir a los fieles de Brooklyn y Queens.
Debemos siempre dar gracias a Dios por las vocaciones que hemos recibido. Nadie puede instilar lavocaciónenotrapersona.Es un don que Dios nos regala. Sin embargo, es nuestro deber promover y apoyar las vocaciones que el Señor envía a nuestra comunidad.
Al comenzar el próximo año pastoral, nos concentraremos más que nunca en el Programa San Andrés en las parroquias y deanatos para comunicarnos con aquellos que pudieran sentirse llamados al sacerdocio. Es responsabilidad nuestra remar mar adentro, una y otra vez, para buscar a aquéllos a quienes el Señor ha llamado y ayudarlos a seguir la vocación que sólo Dios da.