Cuando una señora hizo la señal de la cruz al pasar delante de una iglesia, un muchacho le preguntó: “¿Por qué se santigua?”. Ella amablemente le contestó: “Por respeto a un lugar sagrado”. No sé si entendió la respuesta o si se entiende la denominación “lugar sagrado”. Pues habrá que ir a la Biblia para que nos saque de dudas.
Hace miles de años, designaban como lugares sagrados las casas de los dioses, que se levantaba por lo regular en las cumbres de los montes por estar más cerca de los cielos. La biblia llamaba a los centros dedicados a la idolatría “lugares altos”. Pero el pueblo ofrecía sacrificios a sus dioses en muchos otros sitios: junto a una roca, bajo un gran árbol, en la profundidad de un bosque o a la orilla de un río. Sus dioses eran representados por una piedra vertical o un poste de madera llamados aseras, que personificaban a Astarté o Ashêrâh —en la Biblia también Astaroth—, diosa de la fertilidad y del amor sexual.
Los hebreos de la época patriarcal ni tenían templo ni conocían su significado. Sencillamente asistían a lugares sagrados donde honraban el nombre de Yahvé. Son conocidos los viajes de Abraham. Cuando él iba visitando estos lugares, como el centro sagrado de Siquem, el árbol de Moré, las encinas de Mambré o el santuario en Hebrón, la biblia dice, que en todos estos lugares el patriarca “edificaba un altar e invocaba el nombre de Yahvé”. Al llegar al monte Moria, Abraham levantó un altar para sacrificar a su hijo. Isaac edificó un altar en Bersabé. Jacob preparó un pilar de piedra al Señor en Betel y en Siquem edificó un altar. En el antiguo Canaán no había templos, pero sí sencillos lugares sagrados. Moisés tuvo que quitarse las sandalias porque pisaba tierra santificada. Así mismo, el pueblo no pudo subir al monte Sinaí, donde Moisés veía a Yahvé.
Durante la peregrinación por el desierto, Israel lleva el arca de la alianza dentro de un santuario portátil. Era el tabernáculo, donde Dios se manifestaba al pueblo. Allí pronunciaba sus oráculos. David instalará en Jerusalén esta tienda portátil sagrada, después de haberlo rescatado de manos de los filisteos. Salomón construye su célebre santuario en Jerusalén, que será el centro del culto de Yahvé. A él se acude de todo el país, como dice el salmo: “para contemplar la hermosura del Señor y meditar en su templo” (Sal 27,4).
Pero los profetas denunciaban el carácter superficial del culto del templo de piedra. Una nueva corriente de pensamiento comenzaba a afirmarse. La destrucción del edificio y la experiencia del exilio descubren un culto más espiritual. En el destierro se comprendía mejor que Dios estaba presente dondequiera.
Jesús de Nazaret profesa un profundo respeto al templo antiguo. En él es presentado por sus padres. A él acude en las grandes fiestas judías. Con furor defiende su santidad frente a los mercaderes. Es la casa de su Padre. Pero será en Samaria donde define cuál es el lugar sagrado para honrar a Dios, si en el templo de Jerusalén o en la cumbre del monte Garizin: “Los verdaderos adoradores deben adorar al Padre en espíritu y en verdad”.
Espíritu y verdad son el criterio para definir un lugar sagrado cristiano. Las impresionantes catedrales e iglesias bellísimas serían lugares vacíos si falta religiosidad de corazón. ¿Tiene usted preferencia por algún lugar sagrado?