EL PRÓXIMO 15 DE AGOSTO la Iglesia universal celebrará el primer centenario del nacimiento de monseñor Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador de 1977 a 1980, año en que fue asesinado mientras celebraba la santa misa. El hoy beato Óscar Romero fue el hombre indicado, pero en el momento menos indicado. Es decir, el pueblo salvadoreño —y hoy toda la Iglesia—, tuvo a un pastor que se enfrentó entonces a unos gobernantes que desconocían la dignidad de las personas, esto es, el derecho a la vida, al trabajo y a las libertades.
Por eso Juan Pablo II, cuando visitó su tumba en la Catedral de San Salvador en 1983, dijo de él: “Romero es nuestro”. Ya antes lo habría reconocido como un “Testigo del Evangelio”, según lo referido por su secretario de entonces y hoy cardenal y arzobispo de Cracovia, Stanisław Dziwisz.
Un pastor que dio la vida
En este trabajo, Romero se sintió alentado por lo que le dijo el beato papa Pablo VI, en una de las primeras audiencias adonde llegó tembloroso, con una frase que consigna clara en su diario personal. “Usted es el que manda” fue la frase que le hacía falta escuchar del sucesor de Pedro, para retomar el timón de su barca salvadoreña.
Esto lo aplicó bien el arzobispo de El Salvador, quien como el salmista dice: guió a su pueblo por “oscuras quebradas”, apoyado en “su vara y su cayado”; tratando de que “nada les falte” y dándoles con su sangre a beber de “aguas tranquilas”.
La figura del beato Romero sigue muy presente entre los salvadoreños. El ciudadano de a pie lo recuerda como alguien “que defendió a los más pobres”, mientras que hay quienes enarbolan su figura como el “artífice de la paz” en el pequeño país centroamericano, pese a que esto le costara la vida. Con motivo del primer centenario de su nacimiento, las autoridades quieren inaugurar una ruta turístico-religiosa que fomente su culto y pueda unir más al país. Se trataría de una visita a los lugares relacionados con su nacimiento en San Miguel o la Diócesis de Santiago de María —en el departamento de Usulután—, que lo tuvo de obispo, para terminar en San Salvador donde fuera obispo auxiliar, arzobispo y mártir.
Un nuevo beato estadounidense
En esta estela de martirio podemos observar también la figura de otro pastor que derramó su sangre por anunciar la Buena Nueva del Reino entre los suyos. Nos referimos al padre Stanley Rother, del clero de la Arquidiócesis de Oklahoma City y misionero en Guatemala, quien ha sido declarado beato por el papa Francisco.
Su homicidio estuvo encargado a un escuadrón de la muerte, que consumó su execrable acto el 28 de julio de 1981 en la localidad de Santiago Atitlán, Guatemala, donde el padre Rother, de 46 años, ejercía su ministerio como párroco; esto a pesar de haber recibido amenazas que de ninguna manera lo amedrentaron.
El sacerdocio del padre Stanley Rother estuvo marcado por el trabajo misionero desde muy joven entre los indígenas tzutuhil de Guatemala, donde la arquidiócesis de Oklahoma City, a la que pertenecía, lo envió para trabajar en la misión sostenida por dicha jurisdicción.
La ceremonia de beatificación se realizará el 23 de septiembre próximo en Oklahoma, y estará presidida por el cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos del Vaticano.