El diácono Carlos García nació en 1967 en el Bronx y lleva en su sangre la herencia boricua de sus padres y sus tres hermanos. Sus años de infancia transcurrieron en la parroquia Santa María Estrella del Mar en Far Rockaway (Queens) y allí sirvió como monaguillo por un tiempo.
El año de 1985 lo marcó pues al tiempo que terminaba la secundaria sufría el duelo por el fallecimiento de su madre. En esos momentos su madrina jugó un papel importante para que él buscara refugio en su fe.
Ese mismo año Carlos ingresó al ejército, donde por cuatro años sirvió al Cuerpo de Marines de los Estados Unidos.
Posteriormente ingresó a trabajar al Departamento de Correccionales de Nueva York como guardia penitenciario en la prisión de Rikers Island, donde estuvo 17 años y donde se calcula que el 90% de los reclusos son hispanos o afroamericanos y 60% está allí por crímenes violentos.
De hecho, él mismo fue tres veces víctima de intento de asesinato de manos de reclusos. Miles fueron los días que Carlos García recorrió los pasillos de esta penitenciaría donde se conjugan la luz y la sombra de aquellos que tomaron malas decisiones y por ello pagan sus penas tras las rejas.
“Como quiera ellos son hijos, son padres, hermanos de alguien y uno tiene que tratar al prójimo con dignidad y respeto sea donde sea”, afirma Carlos, quien frecuentemente hablaba con ellos y les decía que al cumplir su condena tenían que salir, llevar una vida buena y aferrarse a la vida espiritual.
“Había una religiosa que asistía a los reclusos, siempre hablábamos y me decía ‘yo veo algo en ti’. Hablábamos de la iglesia, de las lecturas del domingo, de esto y lo otro y cuando yo me retiré me dijo ‘yo creo que tu vas a hacer cosas bastante buenas y vas a seguir en tu encuentro en la iglesia’. Yo pensaba, pues que sea lo que sea”, dice el hoy Diácono.
Para entonces el párroco de San Miguel en East New York le preguntó si podría ayudarle con el Grupo de la Jornada, a lo cual Carlos aceptó con gusto, de manera que vivió el retiro de La Jornada.
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“Antes de entrar le hablé a Dios y le dije ‘mira lo que yo tengo en mente es que son cuatro días de vacaciones, pero si hay algún mensaje que Tú quieres que yo oiga tengo el corazón abierto’, y desde ese entonces sentí como un ardor para estudiar y saber más sobre mi fe”, asegura.
Posteriormente, en 2006, Carlos estaba en una búsqueda de profundizar sobre su fe y habló del diaconado con su párroco y con el Diácono Jorge González, director del Programa de Diaconado de la Diócesis de Brooklyn.
“De momento ya estaba el Obispo imponiéndome las manos y de eso ya hace diez años”, comenta el Diácono mientras reconoce que por la gracia de Dios recibió su ordenación en 2011.
Desde hace cuatro años el diácono García ha atravesado un desafío con su salud pues no ha logrado recuperarse del todo de una cirugía que le fue practicada. Él no puede estar mucho tiempo de pie y esto le ha dificultado servir en el altar.
“He estado sirviendo ‘behind the scenes’ ayudando a mucha gente que ha perdido a sus familiares por COVID y no encuentran a alguien que vaya al cementerio o a la funeraria porque hubo un tiempo en que no se estaba haciendo”, asegura el Diácono, quien además ayuda en la distribución de productos de las despensas de alimentos y en general sirviendo a su comunidad en diferentes aspectos.
“Desde los 18 años, mi vida, sin darme cuenta, ha sido una vida de servicio y eso es una cosa que yo digo Dios ha sido tan grande conmigo y yo sin saberlo. Servir al Pueblo de Dios porque todos somos sus hijos y, aunque algunos no lo reconozcan, necesitamos de Su amor”, reflexiona el Diácono que este año celebra 30 años de casado con su esposa Bárbara.
Para el Diácono el apoyo de su familia y en especial de su esposa fue fundamental en el proceso de alcanzar su ordenación. Para entonces sus hijos mayores eran adolescentes y necesitaban de su compañía y atención, por lo que Bárbara asumió las responsabilidades de Carlos en el hogar para que él lograra asistir a clases y cumplir con las asignaciones propias del proceso.
“Poder bautizar a mi nieta fue algo grande, poder asistir en la misa fúnebre de mi madrina y predicar allí fue algo también grande para mí y bautizar a los niños y ser el primero que ponga la señal de la Cruz proclamándolos hijos de Dios es una emoción inmensa para mí”, asegura el Diácono Carlos García, quien sirve a la comunidad parroquial de San Miguel San Malaquías en Brooklyn.