Mons. Oscar Romero, beatificado el 23 de mayo de 2015, será canonizado durante el Sínodo de los Obispos en el Vaticano que se celebrará en octubre. Romero se convertirá, al fin, en el primer santo salvadoreño.
Los devotos de Romero celebran la feliz coincidencia de que tanto Pablo VI como Mons. Oscar Arnulfo Romero serán canonizados el mismo día, ya que ambos se conocían desde la década de los 40’s cuando Romero estudiaba en Roma y fue el mismo pontífice Pablo VI quien lo nombró arzobispo de San Salvador en 1977.
Por su parte el Obispo Vincenzo Paglia, presidente del Pontificio Consejo para la Familia y postulador de la causa para la canonización del beato y mártir salvadoreño, destacó en una entrevista con la agencia de noticias EFE que para él “es muy significativa la coincidencia de la canonización de Romero con la de Pablo VI, pues ambos se estimaban de una manera increíble”.
El pasado 7 de marzo El Vaticano anunció la firma de los decretos de canonización del papa Pablo VI y del arzobispo salvadoreño Óscar Romero por parte del papa Francisco.
Mons. Oscar Romero nació el 15 de agosto de 1917 en Ciudad Barrios, El Salvador y el 24 de marzo de 1980 fue asesinado cuando oficiaba una misa en la capilla del hospital Divina Providencia en la colonia Miramonte de San Salvador.
Mons. Romero fue beatificado el 23 de mayo de 2015 por el cardenal Angelo Amato, representando al papa Francisco, en la plaza Salvador del Mundo en San Salvador. “Recuerdo las tres o cuatro horas de fila que tuve que hacer para ver su cuerpo durante el funeral en la Catedral y lo que me impresionó y que no se me ha borrado de la memoria es la paz que mostraba este hombre en su féretro”, cuenta el padre Carlos Quijano, párroco de Santísimo Sacramento en Jackson Heights.
El padre Quijano conoció a Mons. Romero y asistió a muchas de sus eucaristías. “Fue a través de él que descubrí mi vocación cristiana, mi vocación de católico y eventualmente mi vocación de Jesuita porque si no hubiera sido por el ejemplo de él y luego con el ejemplo de los sacerdotes jesuitas que conocí yo no estaría aquí donde estoy”.
El padre Carlos Quijano no olvida el día del asesinato de Mons. Romero, “esa noche cuando llamaron a mi casa para avisar que habían matado a otro cura, yo prendí el radio y al enterarme que era Mons. Romero lloré como si hubieran matado a mi padre, para los salvadoreños él fue un padre que supo acompañarnos en los momentos más difíciles”.
“Yo creo que los jóvenes de la comunidad salvadoreña-americana deben escuchar sobre él para sentirse orgullosos y felices y así valorar lo que sus padres les han transmitido por la fe”, concluye el padre Quijano.
El diácono Mauricio Rosales y su esposa Victoria, quienes sirven en la parroquia Nuestra Señora del Cenáculo en Queens, tienen muy buenos recuerdos de Mons. Romero. Tiberio, hermano del próximo santo, es el padrino de su matrimonio.
“El día de Nuestra Señora de la Paz es el 21 de noviembre y en San Miguel, mi pueblo, se celebraba la fiesta con una procesión. Una tía mía me contó que la palma que lleva la Virgen, que la llaman la «palma del martirio», golpeó a Mons. Romero en la frente sacándole sangre. Él sacó su pañuelo, se limpió y siguió rezando y mi tía decía que en ese momento mucha gente empezó a decir que él iba a ser mártir porque le había caído la palma del martirio”, recuerda el diácono Rosales.
“Yo lo conocí de chico y era enorme la admiración que todo el pueblo sentía por él, pero ya de joven yo comencé a comprender mejor su postura porque si alguien caminaba los pasos de Jesús, era él”, recuerda el diácono.
Victoria asistió a varias misas de Mons. en la Catedral y el diácono asistió también a las catequesis que él daba en la colonia, clases en las que algunas veces Mons. proyectaba películas a los pequeños. “A quien más conocí yo fue a su hermano, don Tiberio, (Tiberio Arnoldo Romero Galdámez) quien fue nuestro padrino”, agrega el diácono.
Cuando asesinaron a Mons. Romero, Victoria tenía 15 años de edad, “ese día yo oí a mi abuelita llorando y a mi papá triste, entonces cuando él llegó me contó ‘mataron a Mons. Romero’. Todo el mundo llorando, en el barrio sobre todo las personas mayores que lo conocían y hablaban con él, él servía tanto a la gente y después su entierro fue luto nacional, yo creo que no hubo una casa donde no se llorara su muerte”, cuenta Victoria.