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Nicaragua enfrenta dos crisis: el COVID-19 y Ortega, dice obispo exiliado

Según un obispo nicaragüense exiliado en 2019 por su propia seguridad a solicitud del papa Francisco, su país enfrenta hoy dos crisis: una social y política, y la pandemia del coronavirus COVID-19, que el gobierno del presidente Daniel Ortega ha calificado como una “gripe común” y que en estos momentos ha provocado el colapso del sistema nacional de salud.

“El gobierno de Nicaragua, en lugar de combatir la pandemia con medidas que podrían bloquear su propagación, básicamente promovió eventos masivos para que más personas se enfermaran”, dijo Mons. Silvio José Báez, obispo auxiliar de Managua.

“[Ortega] minimizó la enfermedad, no suspendió las clases, no promovió la distancia social y la curva exponencial de contagio está creciendo a un ritmo alarmante”, dijo.

“Ahora estamos sufriendo una doble crisis en este pequeño país, que además de ser muy pobre, ha sufrido mucho, pero cuyos habitantes tienen creencias profundas y eso es algo muy esperanzador”, declaró el obispo.

El pasado 12 de mayo, Mons. Báez se comunicó con un grupo de periodistas vía Google desde Miami, donde ha pasado tiempo con su familia después de regresar de Italia el 8 de marzo en uno de los últimos vuelos comerciales regulares que salieron del aeropuerto internacional de Roma, antes de que el país anunciara medidas drásticas para detener la propagación del coronavirus.

El prelado salió de Nicaragua a principios de 2019, a pedido del Sumo Pontífice, quien tenía conocimiento de las muchas amenazas contra su vida. El obispo ha sido calificado por el gobierno de Ortega como el líder de una revuelta social, junto a los otros 11 obispos católicos del país y el arzobispo Waldemar Stanisław Sommertag, representante papal en esta nación centroamericana, la segunda más pobre de América del Sur.

Aunque no ha sido el único miembro de la jerarquía católica en criticar directamente a Ortega desde un levantamiento social en abril de 2018, Mons. Báez ha sido el más abierto, utilizando la plataforma de Twitter con frecuencia, para etiquetar al gobierno como una “dictadura”. Algunos creen que ha sido demasiado truculento y un obstáculo para el diálogo.

“Desafortunadamente, tengo que estar lejos del país, pero para un sacerdote, no existen tiempos ni distancias, y el pueblo nicaragüense sabe que estoy con ellos, con mi oración y a través de las redes sociales”, dijo el prelado.

Mons. Báez habló sobre una variedad de temas, incluida la forma en que es percibido el papa Francisco en Nicaragua, la relación entre la Iglesia y el Estado, y la necesidad de una mejor educación, tanto en lo que respecta a la formación “racional” de las personas, como en la formación de la fe, de modo que el conocimiento de Dios sea más profundo que una manifestación pública de amor por María.

El obispo dijo que para poner la situación actual en perspectiva es necesario comprender que no se puede separar la misión de la iglesia local con lo que el país vive a nivel social y político.

Según Mons. Báez, existen tres características distintivas de Nicaragua:

  • Es el segundo país más pobre del continente, con una población de más de seis millones de personas, la mayoría viviendo por debajo de la línea de pobreza.
  • Es un país sin una cultura democrática consolidada.
  • Es una nación donde la Iglesia Católica es fuertemente sacramental y “tradicionalista”, pero también extremadamente cercana a su pueblo, con una voz considerada relevante y respetada.

Refiriéndose a la “rebelión cívica y pacífica” de 2018, el obispo declaró que fue la consecuencia de muchos años de Ortega en el poder, quien asumió su cargo en 2006 después de 10 años de una democracia débil. Antes de eso, Ortega también estaba en el poder como líder de la revolución sandinista que entre 1978 y 1979 derrocó a la dictadura de Somoza.

Lo que avivó la llama de las protestas de 2018 fue una propuesta de reforma del sistema de seguridad social, que habría aumentado la contribución de los trabajadores y reducido las pensiones de los ancianos. Desde septiembre de ese año, ha sido un delito portar la bandera nicaragüense o participar en protestas civiles. Las misas al aire libre y celebraciones de la Iglesia, como la fiesta de la Inmaculada Concepción de María, se han cancelado o celebrado con extrema precaución.

Según Mons. Báez, nadie esperaba la magnitud de las protestas. Cientos de miles salieron a las calles, incluso después de que Ortega anunció que estaba retrocediendo en una reforma del sistema de seguridad social.

“Nadie esperaba semejante reacción de la sociedad”, confesó el obispo. “En lugar de ser escuchado con respeto por el gobierno, con la intención real de considerar y proponer soluciones democráticas para la población, la respuesta fue represión violenta por parte de la policía, el ejército y los paramilitares, que eran civiles armados con armas”.

“Fueron meses de violencia durante los que la gente, desarmada, fue víctima de una brutal agresión”, dijo.

La Iglesia se encontró en una situación compleja, argumentó el obispo, con más de 400 muertos, miles de desaparecidos y torturados en prisión, y aún más personas forzadas al exilio.

“Los que fueron atacados y asesinados eran miembros de nuestras parroquias, de nuestras comunidades, y vinieron a buscar nuestro apoyo, palabras de consuelo y, sobre todo, protección”, dijo. “Abrimos las iglesias y tratamos de darles atención médica a los heridos”.

Al mismo tiempo, Ortega le pidió a la Iglesia que mediara en un esfuerzo de diálogo nacional, por lo que los obispos se encontraron “en una posición muy incómoda: pastores de nuestro pueblo, pero también llamados a ser imparciales”.

Esto condujo a un congelamiento de la relación entre el gobierno y la Iglesia, con Ortega y su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, tildando a los de obispos terroristas y golpistas.

“Desde entonces, la agresión, la persecución, los ataques perjudiciales contra la Iglesia no han cesado”, dijo.

Una de las ironías del gobierno de Ortega, declara Mons. Báez, es que durante la revolución fue abiertamente ateo y anticlerical, pero desde que recuperaron el poder, los sandinistas se han etiquetado a sí mismos como “cristianos”.

Con respecto al papa Francisco, quien a menudo habló sobre la “situación” en Nicaragua, sin tomar partido, Mons. Báez dijo que durante la crisis, “el Santo Padre estuvo muy cerca de la conferencia de obispos, con sus mensajes, consejos y oración”.

“Lo sentimos muy cercano a nosotros como hermano”, dijo, y agregó que se reunió personalmente con él tres veces, en su residencia personal, y que está visiblemente interesado por lo que está sucediendo.

“Muchos hubieran querido palabras más fuertes, una condena más explícita, pero todos podemos entender que la relación de la Santa Sede con Nicaragua no puede cerrarse de manera imprudente, es necesario mantener abiertos canales de diálogo que conduzcan a una solución a esta crisis”, concluyó Mons. Báez.