“Mamá, me he pinchado”; el niño, todo lloroso le mostraba a su madre su dedito con una brillante gota de sangre. Siempre la sangre ha sido muestra de violencia y dolor. El primer indicio aparece cuando Caín mata a su hermano Abel. La respuesta del Señor fue inmediata:
Clama la sangre de tu hermano y su grito me llega desde la tierra. Gén 4,10.
Esta acción sangrienta y muchísimas más aparecen a lo largo de la historia del pueblo de Israel. Aunque censurable para los judíos, era especialmente triste ver cómo la sangre humana era ofrecida a las divinidades paganas, lo dice el salmista:
Derramaron la sangre inocente, la sangre de sus hijos y de sus hijas, sacrificados a los ídolos. Sal 106,38.
El pueblo de Israel reconocía a la sangre un carácter sagrado, pues la sangre es vida y Dios es el único Señor de la vida. Su legislación la protege. En esto se funda religiosamente el precepto del Decálogo:
No matarás. Ex 20,13.
Aun dentro de esta condena de derramamiento de sangre, en la legislación antigua, existía la figura del “goel”, el redentor: el pariente varón más cercano de la persona a la que se había sido asesinada tenía la obligación de vengar su sangre.
El mismo vengador de la sangre dará muerte al asesino en cuanto lo encuentre. Núm 35,19.
Con esta ley, en una sociedad sin policías, únicamente trataba de evitar la actitud de venganza ilimitada.
En los actos de culto en el templo de Jerusalén se realizaban actos sangrientos. Los sacerdotes mataban corderos, toros y cabras. Derramaban su sangre por el altar y bendecían a los participantes. Estos ritos, inadmisibles en la sociedad actual, ya fueron reprobados por el profeta Isaías.
Estoy harto de sus animales, de la grasa de sus terneros. No me agrada la sangre de sus novillos, de sus corderos y chivos. Is 1,11.
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Aparte del valor de estos sacrificios sangrientos, no obstante en el pueblo de Israel se prohibía comer la sangre. La sangre, como la vida, pertenece sólo a Dios, y a Él se le ofrecía en su culto. Así lo ordena el Deuteronomio:
Te cuidarás de no comer la sangre, que derramarás en el suelo, 15,23.
La participación de la sangre en las comidas religiosas persistirá durante algún tiempo en los orígenes cristianos, que no respetaban esta prohibición para facilitar la comunidad de mesa entre judíos y paganos convertidos. Si embargo la decisión tomada en el Concilio de Jerusalén era bien clara.
No coman carne sacrificada a los ídolos, ni sangre, ni carne de animales sin desangrar. Hc 15,29.
Dios quiso preparar la venida de su Hijo con ritos y holocaustos, figuras y símbolos de la primera alianza. Todo converge hacia Cristo, quien pone fin a los sacrificios sangrientos del culto judío y abroga las disposiciones legales relativas a la venganza de la sangre, ahora convertidas en amor al prójimo.
Jesús, en el momento de afrontar abiertamente la muerte, piensa en la responsabilidad de Jerusalén. Su juicio es severo contra la ciudad culpable: toda la sangre inocente derramada acá en la tierra desde la sangre de Abel.
¡Ay de ustedes, maestros de la Ley y fariseos, que son unos hipócritas! Sobre ustedes caerá toda la sangre inocente que ha sido derramada Mt 23,29.35.
Los momentos son dramáticos. Judas reconoce que ha entregado la sangre inocente; Pilato se lava las manos mientras que la multitud asume la responsabilidad de la misma con su petición:
¡Fuera! ¡Fuera! ¡Crucifícalo! Jn 19, 15.
Horas antes, durante la Cena Pascual, Jesús al bendecir el pan presenta otra faceta sangrienta,
Tomó una copa, dio gracias y se la pasó diciendo: “Beban todos de ella: esto es mi sangre, la sangre de la Alianza, que es derramada por muchos, para el perdón de sus pecados. Mt 26,26.
Su cuerpo ofrecido y su sangre derramada hacen, pues, de su muerte el sacrificio de alianza, que sustituye a la del Sinaí. El sacerdote en la misa repetirá las palabras del Señor.
Este es el cáliz de mi sangre, la sangre de la Alianza, que es derramada por muchos, para el perdón de sus pecados. Mt 26,27-28.
¿Había pensado usted en lo importante que es la Sangre de Jesús?