VER UN GRUPO DE BAILARINES de breakdance en el metro de Nueva York o en sus principales calles es como ver una escena de una película sobre la vida en la capital del mundo y, casi seguramente, es una foto o un video en los celulares de todos sus turistas.
Los bailarines y los músicos de hip hop se mueven al mismo ritmo vertiginoso y caótico de los taxis amarillos, palpitan como las luces de neón y alegran como los carritos de perros calientes a quienes transitan esta ciudad de dos pisos.
Sin embargo en la historia de Nueva York no todo ha sido un cuento de hadas. A finales de la década de los sesenta y principios de los setenta, la ciudad sufrió una intensa guerra entre pandillas que, a sangre y fuego, se disputaban el control de los barrios.
El Bronx era reconocido por ser uno de los lugares más peligrosos del mundo, pues líderes de pandillas y sus seguidores ocupaban sus calles, entre otras cosas, para traficar con drogas como la heroína. Nadie quería vivir allí porque el miedo se respiraba en cada esquina. Niños y adolescentes encontraron en las pandillas la única forma de sobrevivir pues pocas eran las oportunidades para ir a la escuela, mientras muchos otros las usaron como escape a sus difíciles situaciones familiares y personales marcadas por el abuso o el abandono.
Una de las pandillas más numerosas fue la de los Ghetto Brothers. Estaban en los cinco barrios de la ciudad y muchos de sus integrantes eran de origen puertorriqueño. Su fundador, Benjamín Meléndez, luego de ver morir a muchos de sus amigos y enemigos, instó a los líderes de otras pandillas a dejar de matarse entre ellos por algo tan absurdo como un emblema. Les hizo ver que su lucha no era entre ellos sino contra el gobierno que se hacía de ojos ciegos ante las necesidades de las comunidades afroamericanas y latinas.
Fue así que dejaron las drogas, se levantaron aquellas fronteras invisibles generadas por el odio, desarmaron su corazón, limpiaron el barrio y emprendieron iniciativas orientadas a mejorar la calidad de vida de los jóvenes. Llegó la paz y con ella las calles se inundaron con relatos musicales que daban cuenta de lo duro de su pasado y de la esperanza en su futuro. Nacía un nuevo género musical: el hip hop.
Muchas fueron las expresiones artísticas y agrupaciones que surgieron en aquel entonces y New York City Float Committee, grupo legendario de breakdancers, fue una de ellas.
Verlos ese día en Grand Central Terminal, entregados a su arte y conectados con su público, fue una confirmación de la valentía de aquellos que un día en 1971 cambiaron las navajas por un parlante.
Ellos se han hecho en la calle, en donde también algunos de ellos fueron víctimas del vicio y las malas amistades. Luego aprendieron —también en la calle— cada paso de baile con el que hoy reciben los aplausos y las propinas de los transeúntes.
Su rutina artística es una mezcla de gimnasia, acrobacia y movimientos arriesgados. Los espectadores casi nunca los ven sobre dos pies pues desafían la gravedad apoyando el peso de su cuerpo en una mano o la cabeza. Son movimientos tan bien calculados y practicados que a veces parece que volaran. De fondo, la música que acompaña sus movimientos es de reconocidos artistas como Michael Jackson, Michael J. Fox, Bobby Brown y Whitney Houston, entre otros.
Hoy ellos buscan abrirse paso en la vida así como en las estaciones para que sea su arte el que hable por ellos. Wayne Blizz, líder de New York City Float Committee, permanentemente les pide a sus aprendices más jóvenes que den prioridad a su educación porque allí es donde verdaderamente está su futuro.