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ROMA — Cada viaje papal es, en cierto sentido, un ejercicio de narración. Un Papa elige viajar a un destino determinado en parte porque cree que tiene una historia que el mundo necesita escuchar y, durante unos días, lo pone bajo el ‘spotlight’, para que los medios de comunicación mundiales le presten atención.
El viaje del Papa Francisco del 5 al 8 de marzo a Irak, actualmente en su tercer día, no es una excepción. La historia de Irak es desgarradora, compuesta de agitación, violencia y sufrimiento humano inimaginable, todo ello agravado por la negligencia mundial. Su minoría cristiana se ha visto especialmente afectada, un punto que Francisco recuerda hoy con su visita a la aldea cristiana de Qaraqosh que fue devastada bajo la ocupación de ISIS de 2014 a 2017.
Ciertamente, los iraquíes parecieron entenderlo. El domingo por la mañana, mientras el Papa Francisco llegaba a Mosul, una joven estudiante de psicología iraquí en Roma llamada Sana Rofo dijo a la televisión italiana que nunca había visto a su país tan unido y entusiasmado: “¡El Papa ha realizado un milagro!”.
Mientras tanto, un tuit de un musulmán iraquí que observaba el desarrollo del viaje se estaba volviendo viral en el país: “Espero que el Papa venga todos los años”, escribió, bromeando a medias.
Sin embargo, se podría argumentar que la historia más importante que se cuenta en este viaje, al menos desde un punto de vista estrictamente católico, no es en realidad sobre Irak, sino sobre el propio Papa Francisco.
No importa cuánto tiempo más permanezca en la cátedra de Pedro, y a pesar de todo el drama que ya hemos visto y lo que esté por venir, no habrá mejor síntesis de quién es el papa Francisco y de la naturaleza de su papado.
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Para empezar, este viaje cristaliza la voluntad y la determinación de Francis o, para usar un término menos elegíaco, su obstinada tenacidad.
Si se hubiera encuestado a 100 funcionarios del Vaticano y diplomáticos papales hace seis meses, probablemente 99 de ellos se habrían opuesto a un viaje papal a Irak, bajo el argumento de que sería irresponsable en medio de una pandemia mundial, además de que la situación de seguridad es demasiado precaria. También podrían haber señalado que el Vaticano acaba de registrar un déficit de $ 60 millones en 2020, y tal vez este no sea el momento de acumular facturas de viaje. (Incluso si el país anfitrión absorbe la mayor parte del costo, tampoco es que Irak esté nadando en dinero).
Además, también está la cuestión de la propia condición física del Papa. Recientemente se vio obligado a cancelar o posponer varios eventos debido a episodios de la ciática, la dolorosa condición nerviosa que padece. Debido en parte a la relativa inactividad impuesta por el confinamiento, el pontífice también ha ganado algo de peso en los últimos meses, lo que complica aún más sus movimientos y lo hace más propenso al agotamiento. Viéndolo en Irak, su fatiga es a menudo visible.
Sin duda el papa Francisco escuchó todos esos argumentos, repetidas veces y con mayor énfasis a medida que se acercaba la fecha de partida. Hizo el viaje de todos modos, lo que es característico de su insistencia desde el principio en seguir su propio camino.
Profundizando más, no es casualidad que el papa Francisco esté haciendo este viaje mientras la pandemia de COVID-19 aún está en su apogeo. En muchos sentidos, es precisamente debido al COVID que el Papa sintió que este viaje apostólico es tan esencial.
Desde el principio de su papado, el pontífice ha defendido una mayor solidaridad y compasión en los asuntos globales, desde el tratamiento de los migrantes y refugiados hasta la estructura de la economía global a principios del siglo XXI. Si bien esas preocupaciones están arraigadas en su lectura del Evangelio y su experiencia pastoral en América Latina, la crisis del coronavirus claramente las ha acelerado. En su mente, la pandemia ha revelado la fragilidad subyacente del orden global actual, planteando una elección decisiva: o salimos mejor de esta crisis o aceleramos el camino hacia la autodestrucción.
En la encíclica “Fratelli Tutti“, el papa Francisco articuló extensamente su visión de lo que significa “ser mejor”. Sin embargo, también se da cuenta de que esta es una era visual, en la que las personas responden de manera mucho más instintiva a las imágenes que a las palabras.
Desde el punto de vista del pontífice, el viaje a Irak no solo no necesitaba esperar el fin definitivo de la pandemia, sino que tenía que suceder ahora, porque es “Fratelli Tutti” en miniatura y se trataba de predicar con acciones más que con palabras.
Cuando Francisco se reunió ayer con el gran ayatolá Ali al-Sistani en Najaf, el Vaticano de facto del Islam chiíta, envió un poderoso mensaje sobre la superación de las divisiones sectarias y la creación de una cultura de diálogo. Cuando visitó Mosul hoy para orar por las víctimas de la guerra, estaba impartiendo un seminario de posgrado sobre el costo humano de la violencia. Cuando estuvo en la aldea cristiana de Qaraqosh, estaba escribiendo el equivalente visual de una carta apostólica sobre la libertad religiosa, los derechos humanos y la tolerancia.
Si “ser mejor” después del COVID-19 significa mostrar un sentido más profundo de fraternidad humana y solidaridad, con un énfasis especial en llegar a aquellos que han sido marcados por el rechazo y la injusticia, ¿existe un lugar mejor en la tierra para defenderlo que Irak?
Además, recordemos esto: al margen de todo lo demás, el Papa Francisco es por sobre todas las cosas también un astuto político jesuita, y nada de lo que hace está exento de lógica. Sin duda, el pontífice comprende que en un momento en el que otros líderes mundiales generalmente no están haciendo viajes públicos de alto perfil, y en el que los medios de comunicación mundiales están hambrientos de buenas noticias que contar, su presencia en Irak tiene la máxima resonancia.
Hace muchos años, Bruce Springsteen publicó una colección de “Grandes éxitos” con notas personales sobre los distintos álbumes incluidos. Con respecto a su icónico álbum de 1975 “Born to Run”, Springsteen escribió que había sido “mi oportunidad de conseguir el título” de mejor álbum de rock and roll de todos los tiempos.
El viaje de Francisco del 5 al 8 de marzo a Irak es, en efecto, también su oportunidad de conseguir el título, sino del viaje papal “más importante” de todos los tiempos, quizás, sí del más emblemático, el que mejor resume el espíritu de un papado y su mensaje para el mundo en su momento histórico.
Queda por ver si este viaje realmente cambiará el mundo, pero es probable que estemos asistiendo al más clásico esfuerzo del papa Francisco para conseguirlo.