La catequista decía: “Abba es la palabra más importante de los evangelios”. Los niños, sorprendidos, preguntaban: “¿por qué?” Así se animó la conversación. Unos querían buscarla en el diccionario. Otros indagaban en las páginas de la biblia. Y todos estaban asombrados al ser calificada de trascendental. La catequista había suscitado el interés del grupo y a ella le correspondía explicar esa palabra tan extraña. Meditó un poco la respuesta y les dijo: “Ahora os lo explico”.
Abba es una palabra aramea. Era la expresión familiar y cariñosa para designar al padre de la familia. Corresponde a nuestro “papá”, “papi” o “papito”. Sólo los hijos, especialmente los niños, podían dirigirse así a su padre, mostrando a Dios como un padre cariñoso. Pero nunca fue aplicada a Dios en el antiguo testamento. Un judío no la hubiera usado. Solo aparece con la llegada de Jesús, que llamó a Dios abba en el huerto de los olivos:
“Abbá, Padre, para ti todo es posible, aparta de mí esta copa. Mc 14,36.
Éste es único texto evangélico, que conserva la palabra abba y el evangelista la menciona porque fue pronunciada por los labios de Cristo.
En el Antiguo Testamento la visión de Dios como Padre era prácticamente desconocida. A Dios se le representaba como Creador del mundo, Salvador del pueblo, Rey de los ejércitos o Santo de los santos. Únicamente se le veía como Padre de modo excepcional. De las numerosas páginas de la antigua alianza sólo 15 veces se le menciona así.
En el Nuevo Testamento el cambio es radical. La palabra Padre referida a Dios aparece no menos de 170 veces. En el evangelio de Juan son 109 menciones. Jesús, al hablar directamente con Dios, al comenzar sus oraciones, usa el tratamiento de Padre.
“Yo te alabo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque has mantenido ocultas estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla”. Mt 11,25.
“Te doy gracias, Padre, porque me has escuchado”. Jn 11,41.
Antes del Maestro nadie se atrevió a invocarle a Dios como Padre, pues haberlo hecho, hubiera sido considerado como una ofensa. Justamente. porque Cristo lo hizo, fue condenado por blasfemo.
“Y los judíos querían matarle, porque se hacía a sí mismo igual a Dios, al llamarlo su propio Padre”. Jn 5,18.
Jesús toma conciencia de ser Hijo de Dios durante su bautismo. Una vez caídas las aguas, se abrieron los Cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Al momento, participa el Padre donde le reconoce como Hijo:
“Entonces se oyó una voz del cielo que decía: ‘Este es mi Hijo, el Amado’ ”. Mt 3,17.
No solo Jesús se siente hijo querido del Padre, sino desea que esta paternidad sea compartida por todos. Quiere que nos sintamos hijos de Dios Padre. Así nos enseñó:
“Ustedes recen así: Padre nuestro, que estás en el Cielo, santificado sea tu Nombre”. Mt 6,9.
Sin embargo, nuestra relación con Dios Padre no es la misma que tiene Jesús. Él marca claramente la diferencia. Habla de “mi Padre” y “vuestro Padre”. Mt 18,10.14. Así lo distingue cuando añade el posesivo “vuestro”, reforzándolo con el posesivo “mío”.
En la ciudad de Belén nace de la Virgen María un Niño, que atreverá a llamar a Dios “abba, papá”.
¿Les has dado importancia en tu vida a la palabra abba?