Derecho y vida

El deber de no callar en la Iglesia

NOTA EDITORIAL: En la edición impresa de junio de Nuestra Voz, esta columna fue publicada con un error editorial que está subsanado en esta versión digital. Pedimos públicamente disculpas al autor y a nuestros lectores por los inconvenientes ocasionados. 


Dicho así sin más, este deber parece ridículo pero no lo es. La apariencia de ridiculez será porque estamos acostumbrados de tener el deber de callar en la Iglesia. Los sacerdotes y nuestros padres siempre nos inculcan que debemos “cerrar la boquita”, y en las presentes circunstancias apagar los celulares, en la Iglesia para respetar lo sagrado que es la casa de Dios y facilitar la buena disposición a quienes están rezando.

Hablando del deber de callar, recuerdo otro deber de callar, cuando se dice en las bodas, “Que hable ahora o calle para siempre”. Se suele decir, especialmente en las bodas de las películas, cuando se pregunta si alguno de los presentes se opone al matrimonio. Actualmente esta frase ya no se usa, al menos en las bodas católicas.

El deber de no callar nos lo otorgó el Papa Francisco por la promulgación de la carta apostólica titulada “Vos Estis Lux Mundi” que, en español, es “Vosotros sois la luz del mundo”. El deber más bien es reportar casos de delitos contra el sexto mandamiento del Decálogo que incluyen los abusos sexuales con una persona, especialmente si se trata de un menor o una persona vulnerable. Dicho delito incluye también la producción, exhibición, posesión o distribución de material pornográfico infantil.

La carta apostólica “Vos Estis Lux Mundi” no exime a los sacerdotes de la obligación sacramental de respetar y proteger el secreto de confesión. Miembros de la organización “Laicos de Osorno” sostienen pancartas que dicen “Sacerdote rompe su silencio”, en una protesta durante uno de los momentos más álgidos de la crisis de abuso sexual en Chile. (CNS/ Fernando Lavoz, Reuters)

La nueva ley procesal establece que se debe considerar “menor” a cualquier persona de menos de dieciocho años, y la “persona vulnerable” que es aquella que sufre de alguna enfermedad, impedimentos físicos o psicológicos, o se encuentra privada de su libertad personal por lo que tiene limitaciones para comprender o resistir este tipo de ofensas.

El deber de no callar se impone a todos en la Iglesia empezando por los clérigos —es decir, todos los obispos, sacerdotes y diáconos— y también los miembros religiosos de los institutos de la Iglesia. En resumen, el deber de no callar es responsabilidad de todos.

La gran novedad para mí son las provisiones de que cualquiera de los clérigos o religiosos, aunque obtuviera la noticia del abuso por su oficio, está exento de guardar secreto de oficio; y que no se impone ninguna obligación de guardar silencio al que hace un informe para mayor trasparencia. Me impresiona más todavía la prohibición de prejuicios, represalias o discriminaciones contra quienes presentan informes de este tipo.

El deber de reportar se debe efectuar con urgencia. Me parece muy oportuno tener una ley de implementación universal para combatir y acabar con la crisis de abusos sexuales especialmente a los menores, que horriblemente ha dañado a tantos miembros de la Iglesia. También veo en esto la voluntad de preparar buenos pastores que cuiden del rebaño y no que sean depredadores de su propia comunidad.

La aplicación de esta nueva ley requiere establecer dentro de un año sistemas estables y fácilmente asequibles en todas las diócesis del mundo teniendo en cuenta las indicaciones de las respectivas conferencias episcopales. En la Diócesis de Brooklyn, esta provisión ya está adoptada, desde hace mucho tiempo, por la oficina de Victims Assistance y de Safe Environment.

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Mons. Jonas Achacoso es un canonista y autor de “Due Process in Church Administration. Canonical Norms and Standards”, Pamplona 2018. Es Vicario Judicial Adjunto de la Diócesis de Brooklyn, juez del Tribunal de la Diócesis de Brooklyn, y Vicario parroquial de la iglesia Reina de los Ángeles, en Sunnyside, Queens; además de delegado de los Movimientos Eclesiales de la Diócesis de Brooklyn y Queens.  Su columna Derecho y vida puede leerse en la edición mensual de Nuestra Voz.