Biblia

Lluvia en Palestina

“NO TENEMOS AGUA en el apartamento. He llamado al «súper» y no contesta”. Así se quejaba una señora. Para ella cuando no hay agua, el súper es la solución. ¿Es así en la Biblia? Pues parece que no, pues la palabra súper no aparece en sus páginas. Entonces, ¿quién solucionaba el problema del agua a los palestinos?

Como a esta señora, al pueblo de Israel también le preocupaba el agua, pero las condiciones de vida eran distintas en aquellos tiempos y en aquellos lugares.

El agua y las lluvias era un tema de preocupación permanente para los residentes en Palestina, donde las temperaturas eran desiguales. Sus variaciones dependían de los puntos de origen de los vientos y de las diferencias de altitud. Desde el mar Mediterráneo soplaba una brisa fresca, pero los vientos del desierto dejaban una región seca y quemada.

Las sequías eran una prueba para sus habitantes. Palestina para sobrevivir dependía de la agricultura, pero el abastecimiento de agua era escaso. Todo dependía de las lluvias. Las lluvias tenían lugar de noviembre a abril, especialmente entre enero y febrero, pocas lluvias en verano.

Los pueblos de Mesopotamia y de Canaán buscaban la solución a la escasez del agua adorando a sus dioses, personificados en las misteriosas fuerzas de la naturaleza. Con sus fiestas anuales y sus mitos celebraban el ciclo del medio ambiente, vida-muerte.

En contraste a las creencias de estas religiones, la Biblia nos ofrece una visión distinta de las fuerzas de la naturaleza. Así lo expresaba con admirable claridad el Deuteronomio, cuando hablaba al pueblo judío:

“Yahvé abrirá para ti los cielos, su rico tesoro, para dar a su tiempo la lluvia que necesiten tus campos (…) Pero si no obedeces la voz de Yahvé, tu Dios (…) En vez de lluvia, Yahvé te mandará cenizas y polvo.

El rey Salomón resumía sabiamente esta fe de Israel:

Cuando tu pueblo haya pecado contra ti y se cierre el cielo, no habrá más lluvia. Si renuncia al pecado tú harás caer la lluvia sobre la tierra que le diste como herencia.

Isaías reafirma el origen divino del agua y hace un bello paralelismo entre la lluvia de los cielos y la palabra de Dios.

Como baja la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá sin haber empapado la tierra, sin haberla fecundado y haberla hecho germinar, para que dé la simiente para sembrar y el pan para comer, así será la palabra que salga de mi boca. No volverá a mí con las manos vacías.

La Biblia llama a Palestina «la tierra que mana leche y miel». Era la conclusión exagerada de los exploradores de Moisés. Estas palabras describen y simbolizan los productos de Palestina, que sus habitantes conseguían con gran esfuerzo. En las páginas sagradas se mencionan los principales productos: cereales y olivas, higos y uvas. Todo un mundo agrícola pendiente de la lluvia de los cielos.

El Señor Jesús también habla del agua y tenía muy claro el origen de las lluvias y su finalidad, cuando dice: “Dios hace brillar su sol sobre malos y buenos, y envía la lluvia sobre justos y pecadores”.

¿Recibe usted el agua del Señor?