Pregúntale al padre Martelli

¿Por qué confesarme con un hombre que es un pecador?

“¿Por qué confesarme con un hombre que es tan pecador como yo?”

“Yo me confieso directamente con Dios”. ”

Los hombres no pueden perdonar los pecados. Solo Dios perdona”.

Estas son algunas de las objeciones que con frecuencia encontramos en la boca de muchas personas —algunas de ellas católicas—, que no entienden por qué debemos confesarnos con los sacerdotes.

En primer lugar, debemos recordar que la Iglesia enseña que solo Dios perdona los pecados. Cuando hablamos de pecado hablamos de una ofensa a Dios, por tanto, solo Dios tiene potestad de perdonar las ofensas que recibe de nosotros.

Volvemos nuevamente a preguntarnos: ¿por qué confesarnos con un sacerdote para obtener el perdón de Dios?

La respuesta es simple: Puesto que Dios es quien perdona los pecados, es él quien elige la manera y forma en que quiere otorgar su perdón.

Es Dios quien pone las condiciones para perdonarnos, no nosotros. Si queremos ser perdonados por Dios, debemos pedir perdón en la manera y forma en que Dios eligió para perdonarnos. ¿De qué forma quiere Dios perdonarnos?

Ordinariamente Dios nos perdona por medio del sacramento de la confesión con un sacerdote. En la sagrada escritura encontramos dos textos que son significativos para entenderlo.

El primero es la promesa de Cristo a Pedro: “A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos”, (Mt 16,19).

Noten aquí que es Dios quien da ese poder a san Pedro que es un simple hombre y adviertan además, la naturaleza grandiosa del poder que Cristo le otorga: atar y desatar en la tierra y en los cielos.

La promesa de poder atar y desatar, será efectivamente otorgada a todos los apóstoles en la mañana de la resurrección.

Cristo glorioso, apareciéndose a los apóstoles les dice: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedarán perdonados y a quienes se los retengáis, les quedarán retenidos”, (Jn 20,22-23).

¡Increíble! ¡Estos hombres reciben de Dios el poder de perdonar los pecados!

Y notemos aquí que los apóstoles fueron siempre consientes de haber recibido este poder de Dios, pues como señala San Pablo en la segunda carta a los Corintios: “Todo eso es la obra de Dios, que nos reconcilió con Él en Cristo, y que a mí me encargó la obra de la reconciliación”, (2Co 5,18).

Ellos tienen la misión de reconciliar a los hombres con Dios, gracias a ese poder recibido de Cristo: “A quienes perdonéis los pecados, les quedarán perdonados”.

Para concluir, recapitulemos: Es verdad que solo Dios perdona los pecados y es también cierto que Él ha elegido como camino para otorgarnos ese perdón la confesión con los apóstoles y sus sucesores, es decir los obispos y sacerdotes.

Ellos son instrumentales en el perdón de los pecados, no necesariamente por qué sean buenos y santos, sino porque por la ordenación sacerdotal son ungidos como sucesores de los apóstoles y reciben por ello ese poder de Cristo.

Dios podría haber elegido otro camino para perdonarnos, pero de hecho eligió darnos ordinariamente su perdón a través de hombres llenos de miserias que también tienen necesidad de confesarse, ya que sacerdotes, obispos y hasta el mismo Papa, si quieren ser perdonados, deben acudir a otro sacerdote que los confiesen.

La próxima vez que nos pregunten porqué debemos confesarnos con un hombre tan pecador como nosotros, debemos responder que así lo ha dispuesto Dios. No es Dios quien debe adecuarse a nuestros gustos sino nosotros a los suyos, y su mandato es perdonarnos por medio de hombres en el sacramento de la confesión.

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