Mi mamá habla de la Historia de la Salvación. ¿Qué es eso?” Muchos se harán la misma pregunta. Hay que volver a la Biblia para conocer la respuesta.
La Historia de la Salvación comienza con la creación del hogar de la primera pareja, que el Texto Sagrado aclara y confirma:
Dios vio que todo cuanto había hecho era muy bueno, Gn 1,31.
La intención del Creador fue preparar un lugar donde la humanidad pudiera disfrutar y vivir en paz. Los primeros padres abusaron de su libertad. A partir de este instante todo hombre o mujer estarían manchados con el pecado, llamado pecado original.
La acción bondadosa de Dios no quedó paralizada por esta sublevación y engaño. Desde ese momento, Él decide salvar a la humanidad de esta situación pecaminosa. El salmista en peligro lo dice gráficamente:
Sálvame de la boca del león, Sal 22,22.
Yahvé llamó a Abraham a tomar posesión de la tierra “que mana leche y miel”, Ex 3,8. Ya nunca cesó en su acción salvadora.
Él libera a las personas, a Noé del diluvio, a Moisés de las plagas, a David de sus enemigos. Rescató al pueblo elegido con “mano fuerte y tenso brazo”. Israel entendió su salida del país de la esclavitud como la acción salvífica decisiva de Yahvé. Moisés, las mujeres y el pueblo así lo creyeron después de cruzar el mar Rojo. Todos juntos cantaban la Canción del Mar, y Miriam con las mujeres acompañando con sus panderetas:
¡Yahvé! a él le cantaré, él fue mi salvación, Ex 15,2.
En la conquista de la tierra prometida David y los reyes de Israel derrotaron a sus enemigos. Todos proclaman y reconocen a Yahvé como el creador de la salvación; así queda reflejado en los salmos.
Tú eres mi Dios y mi Salvador, Sal 25,5.
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Más tarde, Yahvé salva a su pueblo de la cautividad en Babilonia. A la vuelta a Jerusalén, el título de Salvador se aplica exclusivamente a Dios. Los salmos no se cansan de cantar:
La salvación de los justos viene del Señor, Sal 37,39.
En el Nuevo Testamento el verbo salvar es mencionado 105 veces. El ángel anuncia a los pastores: “os ha nacido hoy un Salvador”, Lc 2,11. Ya se lo había indicado el ángel Gabriel a María: “le pondrás por nombre Jesús porque él salvará a su pueblo de sus pecados”, Lc 1,31.
Jesús añade a la palabra salvación un concepto religioso. Aunque se manifieste en circunstancias puramente terrenas como curación de una enfermedad, auxilio en una tempestad o en peligro de muerte, la salvación siempre está vinculada con la fe. Él se lo recuerda a la hemorroísa:
Hija, tu fe te ha salvado; queda sana de tu enfermedad.” Mc 5,34.
Con el Señor ha venido la salvación a los hombres; por esto él dice a Zaqueo:
Hoy ha llegado la salvación a esta casa, Lc 19,9.
Pero, ¿en qué consiste la salvación? Israel entendía la salvación como prosperidad en esta vida: riqueza, fecundidad del suelo, de los ganados y del hogar. La salvación que ofrece el mundo contemporáneo es temporal. Niega toda trascendencia a lo sobrenatural, aunque acude a Dios ante los peligros.
La Historia de la Salvación contiene en una lista kilométrica los actos salvadores de Dios realizados a lo largo de los siglos. Comenzó en la creación, se manifestó en la liberación de Egipto y culmina en la Persona de Cristo, Salvador. Con él fuimos liberados de la Ley mosaica, del pecado y de la muerte. La salvación de Jesús nos hace hijos de Dios y partícipes de la gloria del Señor, que disfrutaremos con el Padre en los cielos.