“Quiérele mucho al Niño Jesús”. Esta frase la repetía la mamá a su pequeña cada mañana. Se trata de una costumbre más en muchas familias. A lo largo de los siglos y en todos los lugares del mundo se ha proclamado a Jesús y se le ha amado. Pero la pregunta que se han hecho creyentes y ateos es, ¿quién es ese personaje que arrastra a tanta gente?
Un buen lugar para iluminar nuestra inquietud es consultar el evangelio de san Marcos. Según la tradición de la primera mitad del siglo II, es el autor del primero de los cuatro evangelios y fundador de la Iglesia de Alejandría.
Su evangelio se distingue por fijarse más en la persona del Maestro que en sus enseñanzas. Lo presenta como un misterioso hijo del hombre. Al evangelista le importa, ante todo, captar cuáles eran las características de la figura de Jesús.
Lo muestra como un personaje singular, que rompió modelos en la sociedad judía. Se le quiso identificar con personajes famosos, se le concedieron títulos sorprendentes. Definitivamente, tenía una sabiduría sobrehumana.
Marcos presenta a Jesús con una personalidad superior a los dirigentes de su época. Los oyentes se entusiasmaban y admiraban sus predicaciones, sus palabras, sus pensamientos. Sus corazones quedaban conmovidos:
Su manera de enseñar impresionaba mucho a la gente, porque hablaba como quien tiene autoridad, y no como los maestros de la Ley. Mc 1,21-22.
Su orientación sobre las leyes del ayuno, causaba sorpresa. Sus discípulos no las guardaban, como lo hacían los fariseos y los discípulos del Bautista. Por ello, para aclarar este misterio van a Jesús para preguntarle:
Los discípulos de Juan y los de los fariseos ayunan; ¿por qué no lo hacen los tuyos? Mc 2,18.
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Amigos y discípulos, que habían pasado tres años juntos, escuchando sus palabras y viendo las maravillas que hacía con los enfermos, no terminaban de conocerlo. Y así sorprendidos en una barca golpeada por el fuerte oleaje, se preguntaban abiertamente:
¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen? Mc 4,41.
La enigmática figura del Señor continuaba suscitando rumores y preguntas sobre su persona. Unos se sorprendían si era un resucitado. Otros lo identificaban con personalidades célebres de la historia del pueblo judío. Incluso Herodes temía que fuera Juan el Bautista a quien le había cortado la cabeza. Así lo presenta el evangelio:
Algunos decían: “Este es Juan el Bautista, que ha resucitado de entre los muertos.” Otros decían: “Es Elías”, y otros: “Es un profeta”. 16 Herodes, por su parte, pensaba: “Debe de ser Juan, al que le hice cortar la cabeza, que ha resucitado.” Mc 6,14-16.
La afirmación del hombre poseído de un espíritu impuro resume maravillosamente, quién es:
“Yo sé que tú eres el Santo de Dios”. Mc 1,24.
La mujer extranjera de lengua griega le reconoce con el título de “Señor”.
Ella le respondió: “Señor”. Mc 7,28.
Es el mismo título con el que le aclamaban en su entrada triunfal en Jerusalén:
¡Bendito el que viene en nombre del Señor! Mc 11,9.
Judas lleno de maldad, sin embargo, reconoce dos títulos de Jesús, cuando le besa en el huerto, “¡Rabbí, Maestro!”
Judas, se acercó a Jesús y le dijo: “¡Rabbí (rabino), Maestro!” Mc 11,45.
Por si no estuviéramos satisfechos con las repuestas sobre ¿quién es Jesús? Él mismo pregunta a los apóstoles en una reunión en Cesarea de Filipo. Pedro en nombre de todos contesta con firmeza:
Tú eres el Mesías. Mc 8,29.
Al final del evangelio el mismo Jesús contesta a la pregunta sobre su identidad.
De nuevo el Sumo Sacerdote le preguntó: “¿Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios Bendito?” Mc 14,61.
Su identificación como Mesías horroriza al sumo sacerdote, rasga sus vestiduras y le condena a muerte.
¿Cómo calificarías tú ahora a aquel Niño Jesús de tu infancia?