CADA AÑO LOS HABITANTES de la ciudad de Nueva York producen 14 millones de toneladas de basura. Increíble ¿verdad? Ahora intente imaginar cuántas de ellas terminan en el sistema de metro.
Para hacer frente a esta creciente y preocupante problemática en octubre de 2011 la MTA anunció un proyecto piloto llamado “No-bin Experiment”, que consistía en retirar los contenedores de basura de algunas estaciones del metro para motivar a los usuarios del sistema a llevar su basura y deshacerse de ella fuera de las estaciones. La iniciativa ya tenía un antecedente exitoso en Londres.
Para entonces la idea era reducir la carga laboral del personal de limpieza de la MTA, que luchaba para completar sus rondas diarias de eliminación de 40 toneladas de basura del sistema, para evitar incendios y otros incidentes que pusieran en riesgo el bienestar de los usuarios o amenazaran el buen funcionamiento de los trenes.
La pregunta que surgió al implementar este experimento hace cinco años fue: ¿dejarían de tirar cosas en el metro los neoyorquinos si no hay lugar para ponerlas? Hoy sabemos que la respuesta es “no”. El problema es más complejo de lo que parece en una ciudad como esta que aloja a todos pero que al final no es de nadie. En Nueva York hay cierta carencia del sentido de pertenencia y compromiso generalizado.
¿Por qué en una ciudad como Nueva York hay tanta basura en las calles? El problema no es que las autoridades sanitarias no hagan bien su trabajo, sino que quienes vivimos aquí solemos pensar que si nos deshacemos de esa manzana mordida a medias en los rieles del tren no hacemos ningún mal. No he visto el primer árbol de manzanas crecer entre los rieles de ninguna estación. Resulta muy fácil señalar a los demás buscando responsables pero, ¿qué nos ha hecho llegar a este punto? ¿Nos ahogaremos en medio de nuestros propios desechos?
“Nadie quiere caminar por ahí con la basura en la mano y hay muchos que no llevan una bolsa o un maletín”, era lo que en su momento decían los usuarios del metro cuando se implementó este experimento que terminó a finales del pasado mes de marzo.
Ahora, ¿quién quiere caminar en medio de tu basura, de mi basura y de la basura de todos? Nadie, esa sigue siendo la respuesta sencillamente porque es compromiso de todos, porque no debo esperar que mis impuestos paguen mi desidia y mi falta de compromiso con la ciudad donde vivo.
¿Cómo termina un par de zapatos entre cajas de jugo, botellas plásticas, restos de hamburguesas y tarjetas de metro expiradas? De la misma forma en que dos ratas se pelean un pedazo de pizza que alguien lanzó intencionalmente al piso.
No es el asco ni la resignación la que va a hacer que esta ciudad de todos esté limpia. Tu basura y cómo
deshacerte adecuadamente de ella es tu responsabilidad, no del vecino, ni del alcalde, ni de Trump.